En el Encuentro de Jóvenes realizado en Luján, los micros del PRO se llenaron con pagos de entre 65 y 100 pesos por pasajero. Problemas de estructura en el partido y diferencias entre los compañeros de escuela de Macri y sus aliados radicales y peronistas.
Por Gustavo Veiga
Mauricio Macri pretende llegar a la costa montado en una ola amarilla. El surfista de la nueva política clamó el 6 de marzo ante 8742 personas –la exactitud de la cifra surge de las planillas de asistencia al Segundo Encuentro Nacional de Jóvenes en Luján– que nada lo parará. Para lograrlo, su tropa ya puso en práctica ciertos vicios del clientelismo, como la retribución en dinero (65 a 100 pesos por cabeza) o, simplemente, la hamburguesa y la Coca a cambio de la presencia en un acto. Una radiografía a buena parte de la militancia que lo acompaña no resiste la prueba de pureza. La misma liturgia que el PRO les atribuye con sorna a fuerzas más populares es patrocinada por sus punteros. No importa que se trate de peronistas de La Matanza que responden a Alberto Pierri o de demócratas progresistas que siguen al presidente de la Legislatura, Oscar Moscariello. Para aspirar a la presidencia en 2011 es necesario apelar a viejas recetas cuestionadas que ahora son consideradas válidas. Con Facebook, Twitter y la nueva herramienta virtual de comunicación, Formspring.me parece que no alcanza. Ni tampoco con los Newman’s Boys y la muchachada que depositó en el jefe de Gobierno porteño la esperanza de un futuro mejor.
Las voces confirman el dato sin importar el distrito de procedencia. Desde el norte más favorecido al sur empobrecido coinciden en que para el acto en el barrio Las Casuarinas de Luján la premisa era juntar cinco mil voluntades. “Mauricio pidió que fuéramos esa cantidad”, confió un joven desencantado con el rumbo que ha tomado el PRO. La organización informó que asistieron 5865. El puntilloso conteo surge de las planillas que debían completar los referentes. Tenían un espacio para escribir el nombre y apellido, número de documento, correo electrónico y teléfono, datos estos últimos que casi nadie respondió.
Si una lista se llenaba con cincuenta personas, por cada una se entregaba una cantidad semejante de cintitas rojas para colocarse en la muñeca, como en los boliches bailables. El concejal Daniel García de Avellaneda se resistió a ese control. Y arengó a su gente para que ingresara al colegio Marianistas sin tomarlo en cuenta. Disgustado, retiró a su grupo antes de que Macri finalizara el encuentro con un: “Gracias, gracias, me llenan de fuerza. ¡Vamos los jóvenes! ¡Vamos el PRO! ¡Vamos la Argentina!”. Al edil lo imitaron otros dirigentes del Gran Buenos Aires en su desbandada.
El jefe de Gobierno había invitado a sus seguidores a través de Facebook (ver aparte). Pero la organización del acto recayó sobre el presidente de la Juventud porteña del PRO, Francisco Quintana, y el director de la Unidad de Coordinación de Políticas Públicas de Juventud, Ezequiel Fernández Langan. Los dos convocaron a la par de funcionarios y punteros peronistas del conurbano.
El diputado provincial Juan Carlos Piris, un hombre del tan menemista como duhaldista Alberto Pierri en La Matanza, aportó una cantidad respetable de concurrentes. Desde la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, donde el PRO tiene la primera minoría, partieron algunos integrantes de la seguridad privada del edificio para hacer número. Una fuente consultada por este diario le atribuyó la iniciativa al presidente de la Cámara, Oscar Moscariello. También se invitó por e-mail al personal de planta del gobierno. Era demasiado lo que había en juego.
Con todo, el target del militante promedio que adhiere al partido se vincula a la clase media o media alta. Son aquellos que se indignan con el clientelismo que empieza a hacerse visible. Ese pensamiento que expresó sin anestesia en una entrevista reciente el concejal Julio Irureta. Cuando se desafilió de la UCR para sumarse al PRO de La Plata lo hizo porque, según él, vio “gente tomando vino en tetrabrik y bombos”.
En el trayecto hacia Luján hubo micros que se llenaron a razón de 65 o 100 pesos por pasajero. “Les pagaron a carenciados”, dijo un joven que asistió al acto. En muchos casos alcanzó con menos: bastaron la hamburguesa y la gaseosa. La convocatoria sintetizada en un cartel, “Habla Mauricio y hablás vos”, se robusteció con esas zanahorias de la vieja política que el PRO puso en remojo.
A los jóvenes más involucrados con el partido podía vérselos ataviados con remeras amarillas y el apellido Macri cruzado sobre el pecho. De cada una de sus cinco letras nacía una palabra: “m” de mística, “a” de acción, “c” de compromiso, “r” de respeto e “i” de inclusión. Se abrazaban y posaban para las fotografías con las principales figuras partidarias. “Me emociona ver cómo va creciendo esta ola amarilla que se extiende por todo el país”, les endulzó los oídos el candidato a presidente.
Gestionar o hacer política
En diciembre de 2007, cuando el PRO se hizo cargo del gobierno porteño, la consigna que le bajó a la militancia fue “basta de política, ahora la gestión”. Enseguida comenzaron a cerrarse locales partidarios de la Capital Federal y los jóvenes que Macri convocó el primer sábado de este mes al acto fundacional de su campaña presidencial se quedaron sin lugares propios para reunirse. Primero le bajaron la persiana al comité de Chacabuco al 100 y después a los de Alsina y Salta, donde se depositaban los volantes, pancartas y otros emblemas partidarios. Los encuentros de la Juventud cambiaron de escenario: se hacían en bares o casas particulares.
Hoy no llegan a diez los locales propios en la ciudad. El último donde se centralizaba la actividad estaba en Avenida Belgrano y Bolívar. Ahora sólo queda una pequeña sede administrativa sobre la calle Balcarce, muy próxima a la Casa Rosada. La conducción porteña del PRO, además, se reunió una sola vez desde que Macri gobierna. El estatuto partidario dice que los encuentros deben ser mensuales. Las fichas de afiliación también se derrumbaron. Ahora no superarían algunos pocos miles en la ciudad. A mediados de 2008 había 27.288 afiliados en todo el país. Otra vez la precisión milimétrica para sumar adhesiones.
Estas tribulaciones no les causan gracia a los peronistas y radicales que desembarcaron hace tiempo en la fuerza liderada por el ingeniero. Motivan rispideces entre ellos y los denominados Newman’s Boys o ex compañeros del distinguido colegio Cardenal Newman, donde Macri cursó el bachillerato. El presidente del PRO a nivel nacional, José Torello, los funcionarios Pablo Clusellas y Francisco Irarrazával y el empresario constructor Nicolás Caputo egresaron de allí. Quienes los rechazan dicen que “en su vida pegaron un afiche, repartieron volantes o caminaron la calle”. Nunca hizo falta. Esa tarea, en todo caso, queda para los jóvenes que siempre cumplieron tareas proselitistas en la esquina de Callao y Santa Fe, en vísperas de cualquier elección.
Otro problema que condiciona el futuro del PRO es que su estructura nacional recae en la fuerza fundada por Ricardo López Murphy, Recrear, y que después de su alejamiento pasó a comandar el actual ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich. Propuesta Republicana también tiene escasa representación en las universidades públicas, a no ser en Derecho y Ciencias Económicas de la UBA o en algunas facultades de la UCA, un campo fértil para captar voluntades jóvenes.
Su fuerza propia a nivel sindical es inexistente. El único dirigente con inserción gremial, Daniel Amoroso, de Aleara, el Sindicato de Trabajadores de Juegos de Azar, acaba de distanciarse de Macri para fogonear la candidatura presidencial de Francisco de Narváez desde su banca de diputado del PRO. También fracasó un intento de crear un sindicato afín en la Legislatura porteña: la Unión de Trabajadores Legislativos (UTL) que nació el 18 de agosto de 2005 y languideció por su magra representatividad. Santiago de Estrada le brindó su apoyo, pero la fuga y posterior detención de su secretario general, Mauricio Gutiérrez, acusado de un delito privado, provocaron que terminara en la nada.
Por eso, puertas adentro, en el partido se persuadieron de que el acto de Luján se transformó en un mojón en el camino de Macri hacia la Casa Rosada. Marcos Peña, el secretario general del gobierno porteño, escribió en su blog unos días después: “El evento fue el más importante en términos de movilización de la historia del PRO”. Estaba en lo cierto. Aunque el clientelismo que tanto cuestiona la nueva política que dice representar esta fuerza resultó imposible de disimular entre muchos de los jóvenes peregrinos vestidos de color amarillo.
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