lunes, 14 de diciembre de 2009

LA MALA CONDUCTA DE MAURICIO MACRI


Por Alberto Fernández


Dinosaurio. Macri no se equivoca. Después del comisario El Fino Palacios y el espía de cabotaje Ciro James, ahora llega Posse, un hombre de museo.Algunos hablan de su complacencia diplomática para con los dictadores que asolaron la Argentina. Hay quienes recuerdan sus elogiosas palabras para con Alberto Fujimori, hoy encarcelado por los tribunales de su país pagando los abusos en los que incurrió en aquellos días de poderoso presidente peruano.Seguramente, por todas esas cosas, nunca se mostró amigo de la idea de que la Justicia fuera el camino idóneo para resolver las trágicas consecuencias del genocidio iniciado en marzo de 1976. A su juicio, cuando el gobierno constitucional propuso transitar ese sendero para reencontrar en la Justicia la paz social, sólo logró “infectar con un virus ideológico la garantía elemental de seguridad”, imponiendo una “visión trosco-leninista de demoler las instituciones militares y la policía… vengándose de los años setenta, cuando una minoría se alzó contra el Estado para imponer una revolución socialguevarista”.Usando tan vetustas calificaciones, tratando de fundar mejor tan anquilosados pensamientos, ha dicho que “los guerrilleros que rodean a los K, aunque ya estaban generosamente indemnizados por sus derrotas de los 70, lograron afirmar la tarea de demoler a las Fuerzas Armadas, que los policías se sientan más amenazados e inhibidos en la tarea represiva que los delincuentes en su agresión y que la Justicia se ausente en este momento de crisis”.Aunque lo parezca, quien así se expresa no es un jerarca de la dictadura. Sí parece ser una referencia cuanto menos intelectual para algunos de ellos. De hecho, Luciano Benjamín Menéndez acaba de citar públicamente sus ideas en apoyo a su defensa ante el tribunal cordobés que lo enjuició y condenó por genocida.En la Argentina insólita que aún pervive, quien así se expresa acaba de asumir como ministro de Educación de la ciudad de Buenos Aires. Increíblemente, Abel Posse (de él hablamos) tiene ahora la misión de garantizar en forma y en contenidos la educación de las nuevas generaciones de porteños.Posse ha sido un diplomático. Recorrer el mundo, seguramente, le ha servido para conocer más y formar su propia visión del mundo. Ha escrito más de una novela y a pesar de que es justo reconocerle una singular calidad a su pluma a la hora de modelar ficciones, no es posible ofrecerle igual merecimiento cuando con la misma pluma se le ocurre describir en palabras nuestra realidad. Con todo y en cualquier caso, no puede encontrarse en Posse modernidad en sus ideas ni amplitud en su vocación democrática.A esta altura de los acontecimientos, con miles de argentinos desaparecidos de la faz de la tierra, con otros tantos exiliados que rearmaron sus vidas obligados a abandonar su patria por imperio de un Estado terrorista, es asombroso que alguien se anime a revivir la teoría de los dos demonios para avalar tácitamente el accionar de los genocidas.No se trata de un pensamiento político. Nada de lo que se le recrimina a Posse tiene que ver con su conservadorismo ideológico ni con su mayor o menor apego a los representantes de la derecha argentina. Ocurre, simplemente, que sus palabras suenan bárbaras, salvajes, inhumanas. Cargan el mismo odio que dicen querer erradicar. Acaban por achacarle al gobierno nacional aquello que sólo una minoría marginal le cuestiona: haber sentado en el banquillo que ocupan los acusados ante la Justicia a los autores de un genocidio universalmente reprochado.Ése es, sin duda, el lado más oscuro que exhibe Posse. Pero hay otro lado que estamos conociendo y que muestra ampuloso toda su tosquedad. Más allá de lo presuntuosas que parecen, sus palabras de barricada en materia de inseguridad están colmadas de ignorancia. La simplicidad con que aborda semejante tema, tan penoso para todos los argentinos, raya con el destrato de las garantías constitucionales. Reclamar a gritos mayor venganza sobre los menores que delinquen descuidando que son autores de menos del cinco por ciento de los crímenes que soportamos es una prueba contundente de esa falta de concepto que luce.Abel Posse se jacta de ser un intelectual. Pero es arrogancia, tan propia de los incompetentes, lo que trasuntan sus opiniones. Cualquier hombre ilustrado que encuentra en el pensamiento el modo de trascender en la vida sería incapaz de proponer la reacción en bruto del Estado para calmar la irracionalidad del delito. Más bien, buscando en las causas, descubriría que es la ausencia de controles sociales sobre la marginalidad social lo que hace fértil el terreno para el delito.


“Hacen falta diez años de crecimiento y mejor distribución para ponerle fin a la inseguridad en la Argentina”, dijo con todo acierto hace muy poco Roberto Lavagna.Pero este Posse, conocido por todos, no llegó hasta ese ministerio solo. Fue la decisión de Mauricio Macri quien lo impuso. El mismo Macri que nombró a Jorge “Fino” Palacios al frente de la Policía Metropolitana cuando todos le advertían sus “vicios” de gendarme. El mismo Macri que cuando vio procesado a Palacios por sus presuntas inconductas en la investigación del atentado contra la AMIA siguió elogiando sus dotes de buen policía. El mismo Macri que facilitó el ingreso de Ciro James y que permitió que se monte en esa misma policía una “central” para desarrollar acciones de inteligencia interior.Es obvio que Abel Posse no sabe nada de educación. En sus primeras declaraciones como ministro sólo se ocupó de menospreciar a los educadores. No fue capaz de esbozar el más elemental plan a desarrollar en ese ministerio que en la ciudad necesita ser algo más que un aguantadero de espías.Que el nuevo ministro desconozca palmariamente los problemas del área cuya administración le han confiado no es importante para Macri. Está visto que lo ha elegido porque participa de su pensamiento y de su lógica política. Son las mismas razones que en su momento lo llevaron a designar a Palacios al frente de la policía que creó.“La culpa no la tiene el chancho, sino quien le da de comer”, diría otra vez Jauretche. Que Posse sea ministro no es culpa de Posse. Es culpa de Macri.Seguramente, cuando Macri descubra que los dichos de su nuevo “ministro estrella” no son el resultado de la excentricidad de un intelectual sino el sentimiento más profundo de un derechista resentido, volverá a reconocer su error ante todos los porteños.Al fin de cuentas, eso es el gobierno de Macri: un sistema de decisiones que se mueve a partir de la prueba y el error sin sonrojarse por los costos que todos los porteños pagan por tantos tanteos frustrados.Ya está visto que en Macri el Fino Palacios no fue un error porque él participaba de la “profesionalidad” de su “policía ejemplar”. Y está visto también que la designación de Posse, lejos de ser una decisión asilada o poco meditada por Macri, se encolumna en el mismo sentido que tuvo la designación del comisario devenido encausado penal. Palacios y Posse son parte del pensamiento y del sentir más profundo de Macri, ese que está tan guardado por recomendación de los mismos publicistas que lo impulsan a avalar el matrimonio gay pero que vuelve a asomar cuando la Iglesia frunce el ceño.Los sociólogos, también los abogados, suelen decir que toda acción supone un proceder aislado, pero que la repetición de acciones de igual sentido constituyen conductas. Ni Palacios, ni Posse, ni la marcha atrás del matrimonio entre personas del mismo sexo son acciones asiladas de Macri. Sólo son parte de su conducta. Una conducta en la que siempre subyace la reafirmación de los tiempos más negros que hemos debido atravesar.

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