Llegan a la escuela sin hablar castellano, pero les exigen que aprendan a leerlo y escribirlo. La ley que estipula la enseñanza intercultural y bilingüe no se cumple y hay pocos maestros que saben las dos lenguas. Retrato de una realidad que avergüenza.
Por Luciana Malamud
El sol cae lento sobre las calles de tierra y el día termina para las mujeres que vuelven del monte con ramas de chaguar. Son duros los días en Las Lomitas, pueblo formoseño ubicado a 300 kilómetros de la capital provincial. Y más aún en los ranchos que lo rodean, donde las comunidades wichí se niegan a dejar morir su cultura. Son los mismos indígenas que cortaron la ruta 81 a lo largo de 30 días para pedir mejores viviendas, mejores escuelas y que se cumpla su derecho a tener una educación bilingüe.A la vera de la ruta hay pequeños barrios de casitas humildes y un complejo de viviendas que se inauguró cuatro veces aunque sigue desocupado. Un largo boulevard lleva a una de las comunidades donde Avelino cuenta que las dos aulas de la escuela N° 509 no alcanzan para los más de 100 chicos que, en su mayoría, comienzan las clases sin hablar castellano. “Queremos que nuestros hijos sean mejores que nosotros –dice el hombre–. El gobierno tiene un petitorio sobre los maestros que necesitamos, los agentes sanitarios, las viviendas. Ellos no valorizan el derecho que tenemos.”El programa provincial de Educación Intercultural Bilingüe (EIB) existe en Formosa desde 2003, y se incorporó en la Constitución nacional en 2006, pero no se cumple cabalmente: los directores no siempre respetan el rol del Maestro de Educación de Modalidad Aborigen (Mema), un integrante de la comunidad que ayuda a los docentes criollos a explicar en wichí lo que los chicos no entienden en castellano, además de transmitir su propia cultura. Tampoco todos los Mema tienen la preparación adecuada: algunos eligen estudiar porque es una salida laboral entre pocas opciones, y muchas veces son elegidos sólo por simpatía política. Que esos dos puntos se solucionen es uno de los reclamos más importantes de las ocho comunidades que forman la red Interwichí desde 1992.“La escuela no garantiza que aprendan a leer y escribir –dice Tito, de la Asociación para la Cultura y el Desarrollo (APCD), que trabaja en la zona desde hace veinte años–. Los Mema, en general, no pueden ir a cursos de capacitación porque tienen que pedir premiso al director, que lo transmite al ministerio y la respuesta tarda tanto que no llegan a tiempo.”En el patio de la escuela, bajo un árbol, la cocinera revuelve la olla con los fideos del almuerzo; como todos los días, los chicos almorzarán ahí aunque no haya clases, al igual que en otras escuelas de las comunidades.Otra dificultad en la implementación de la educación bilingüe es la ausencia de una gramática wichí: “Hicimos materiales didácticos de historia y cultura wichí en idioma original, con partes en castellano. Pero no los usan”, acusa Mariano López, dirigente del barrio Lote 27. Para Tito, la explicación es que los docentes “no saben cómo usarlos o tienen miedo. Los maestros que lo intentan, son censurados. El sistema está pensado para que la historia wichí no enganche en la estructura formal”, afirma.Maestros, especialistas y pedagogos sostienen que el manejo de la lengua propia es fundamental para conformar la identidad y aprender. Pero Leo, de la APCD, señala que “la construcción de una gramática es una tarea participativa. Para eso, los Mema se tienen que capacitar en cómo escribir”.Naldo, un maestro criollo radicado en Las Lomitas hace veinte años, sugiere que “no hay política educativa. A nivel provincial se hacen cursos para docentes, pero no se supervisa lo que pasa después en las aulas, donde los Mema no pasan suficiente tiempo”. Y agrega que “se hicieron nuevas escuelas pero en algunas no hay baño ni agua, no tenemos muebles...
Pedimos por nota pero no nos dan bolilla. Depende del partido político con el que simpatice el director y de la fuerza de los padres y la comunidad”. Pero también ve las fallas de los docentes: “Parten del supuesto de que los chicos tienen menos neuronas que el resto, que son vagos. Siempre la culpa es de los padres o de los chicos, nunca de ellos”.Alejandra Vidal y Verónica Nercesian, lingüistas e investigadoras del Conicet, advierten que “quienes desde las instituciones educativas cuestionan la legitimidad de la enseñanza de las lenguas indígenas desconocen los derechos fundamentales de los pueblos e impiden que mantengan y refuercen sus instituciones, culturas y tradiciones”. Con la experiencia que les brinda el trabajo de campo, señalan que “la diversidad lingüística es percibida como un ‘problema’ para la escuela cuando no se es capaz de encontrar ‘soluciones’. Si el bilingüismo es una situación ‘normal’, ¿por qué se elige como único camino la alfabetización en castellano?”. Tienen una teoría en cuanto a la posible respuesta: “Para los economistas de la educación, la ecuación costo/beneficio va en contra de la alfabetización en lengua materna. Hay que elaborar un currículo adecuado y formar maestros e imprimir libros. Es necesario contar con alfabetos, gramáticas, diccionarios, colecciones de textos y escritores en esas lenguas. Las cifras oficiales exponen la urgencia de revisar el trabajo en las escuelas”.Los niños wichí saltan descalzos sobre los charcos de agua que deja la lluvia y conviven con la basura que nadie recoge. En Las Lomitas todavía llueve, en Ramón Lista –el último departamento al noroeste de Formosa, en el límite con Salta– hace más de cuatro meses que no cae una gota y la tierra se resquebraja de sólo mirar. “Usted está cruzando el Trópico de Capricornio”, avisa un cartel, rodeado de cactus y vacas flacas que no tienen dónde pastar. Allí son 50 las comunidades wichí, casi la mitad de las 120 que habitan en la provincia.En el barrio María Cristina, hace unos meses, los padres decidieron no mandar a sus hijos a la escuela en reclamo de mejoras.
“Parecen nuestras antiguas chozas”, dicen, y repiten que el año pasado hicieron numerosas notas a las autoridades que no tuvieron respuesta. Además de María Cristina, Campo del Hacha, Tres Palmas, San Miguel y Lote 1 cerraron sus escuelas durante una semana. Los padres construyen aulas de adobe con la ayuda de organizaciones civiles. “Comenzamos el año remendando las escuelas estropeadas, donde no tenemos baños, ni agua, donde las chapas están con agujeros. Los maestros también sufren porque no pueden dar bien las clases”, dice uno de los caciques y señala dos aulas que alojan a 250 chicos de primario.“No sé cómo es la educación común pero no estamos al mismo nivel –dice Olivar, un joven Mema de la escuela N° 419 y trabaja en la municipalidad–. Sarmiento dio clases debajo de un árbol, nos dicen, pero eso pasó hace muchos años. Tenemos derecho de acceder a lo mismo que todos los ciudadanos.”Ulises estudia el profesorado con una beca del Centro para Desarrollo, con algunas dificultades: “En la universidad el ritmo es más rápido y para nosotros es difícil aprender. Acá parece todo natural. Mi idea es venir a enseñar...”.La escuela ayuda a preservar la cultura y la lengua es uno de sus pilares. “Tengo cinco horas semanales pero no alcanza, porque hay que transmitir la cultura y enseñar las materias”, lamenta Olivar, y recuerda que por ley debería tener dos horas diarias.Entre un barrio y otro, frente a un largo descampado que en la zona señalan como la pista de aterrizaje del gobernador, se ve una escuela flamante de techos azules. Es una de “criollos”, a la que los wichí deciden no ir. Excepto Celsa Simón, que la eligió para Dina, su única hija de 7 años. “Pensé que si ella aprende más, puede ser maestra y enseñar en la comunidad”, explica convencida.La integración sin perder identidad es un equilibrio difícil de lograr. “No sabemos cómo hacer para que los chicos aprendan a intercambiar con otros –comenta Agapito López, debajo de un dibujo de indios con plumas, arcos y flechas–. Egresan y no pueden enseñar a los ancianos que no estudiaron.” Gregoria se acerca de a poquito a la ronda de varones. Es la única mujer que se anima a hablar, además de Celsa. Con sus 33 años, tiene 9 hijos, los más grandes en secundaria. “Los chicos llegan a cuarto grado sin saber leer ni escribir”, se queja en wichí y Celsa traduce. En Tres Palmas asisten 35 chicos a primaria y 15 a jardín. El delegado cree que los docentes “toman mucha licencia y no hay reemplazos. Hay una hora de recreo y los chicos se atrasan demasiado. Los más grandes estudian al aire libre, pero sufren mucho y al tiempo, algunos deciden no venir más”. El Mema va dos días por semana y por la tarde.La escuela 414 de barrio Lote 1 –un ranchito de un aula multigrado a la que se le vuela el techo de chapa– recibe 1.458 pesos mensuales para la comida de los 40 chicos que asisten. El comedor es la ronda en la tierra bajo techo de paja. “Los chicos no quieren comer en la mesa –reconoce un maestro–, pero también es función de la escuela enseñarles estas cosas.” Una de las alumnas se acerca con un hijo en brazos, mientras los otros tres corren por ahí. Tiene 25 años, está en quinto grado y comparte el aula con su hijo de 6 que está en primero.Aquella ciudad pujante que fue Ingeniero Juárez cuando pasaba el tren que iba de Bolivia a Santa Fe es hoy es un pueblo más en una provincia pobre, con 19.000 habitantes de los cuales 5.000 son aborígenes. En el barrio tomado, Wichi Loka Hunat (Tierra de Wichí), viven 50 familias desde hace dos años y medio. El lugar antes pertenecía al Instituto de Cultura Aborigen (ICA) y se utilizaba para festivales y ferias artesanales. Julio Flores, uno de los delegados, estudia en el Centro de Educación N° 3 de Barrio Obrero. “Ya veremos qué hacer después, porque no hay trabajo. Lo mejor de la escuela es descubrir nuevos horizontes y ser útil para mi comunidad. Hay muchos que van al secundario. Y está bueno que haya criollos. Si hablamos de unión es mejor hacerlo desde la escuela. Gracias a Dios convivimos sin problemas”, dice.A 10 kilómetros, en El Trébol, dan clase Néstor Martínez, maestro y director, y Liliana Díaz. Néstor creó la escuela como Sarmiento, bajo un árbol; cada mañana se levanta y recoge con la camioneta a los chicos que llegan del monte. Está orgulloso de los baños que levantaron con el aporte de una fundación, pero sigue esperando que el gobierno construya el aula para los de 5 años, que estudian todo el año bajo los árboles.En un cómodo café de la ciudad capital, María del Pilar de la Merced, coordinadora provincial de Educación Intercultural Bilingüe, tiene pocas respuestas para dar.
“Hace veinte años que venimos trabajando y se generaron cambios, aunque no todos los que quisiéramos. El sistema educativo no es flexible, y tampoco quienes están formados en él”, sostiene a modo de explicación. Y agrega que el programa no tiene partida propia en Formosa, con lo cual justifica que “los lugares elegidos para construir escuelas tienen que ver con la organización de las comunidades, los requisitos de los planes de gobierno y el momento en que se hacen los pedidos. Es responsabilidad del ministerio cambiar las cosas”.Marisa Díaz, directora nacional de gestión curricular del ministerio de Nación, responde que “hay políticas federales pero las decisiones son provinciales”, en tanto asegura que “con representantes provinciales del Consejo de Educación Autónoma de los Pueblos Indígenas estableceremos lineamientos generales para trabajar porque hay que abordar el cambio integralmente. Se están definiendo materiales para publicar desde el ministerio”.Luciano Delfin fue de la última camada del Centro Educativo Nivel Medio N° 3 con orientación para Mema. En 2001 lo convirtieron en EGB. Es un edificio enorme que contrasta con las casitas y las calles de tierra.
Ahora está terminando el magisterio. “Se entiende que la escuela es un espacio de cultura e intercambio. Los chicos ya no son tan cerrados y hablan con otros que no son de su comunidad. Se enseña wichí también a los criollos”, reflexiona. El magisterio incluye contenidos para trabajar con wichís y tobas y aumentaron la cantidad de horas de lengua wichí porque, dice Luciano, tienen “una directora muy buena que conoce la realidad. Y los chicos avanzan porque saben que si estudian pueden progresar. Esperan algo más que aprender a escribir y dibujar, que les exija, trato de hacerlos reflexionar”.
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