lunes, 8 de octubre de 2012

"NO HAY DESAPARECIDOS DE PRIMERA O DE SEGUNDA"

Entrevista a Luis Fondebrider, director del Equipo de Antropologia Forense. El equipo inició su actividad en 1984 y hoy 55 personas se diversifican para trabajar en más de 40 países. El reciente viaje a Chile, la exhumación del cadáver de Allende y la experiencia en Bolivia con el cuerpo del Che Guevara.
 
Por Jorge Repiso
 
El reciente viaje de Luis Fondebrider a Chile fue la excusa para hablar de su aporte al esclarecimiento de cientos de crímenes políticos. Fundador y director del Equipo Argentino de Antropología Forense, fue invitado a participar de la exhumación del cadáver de Salvador Allende en calidad de observador.

El trabajo del equipo se inició en 1984 como respuesta a la demanda de familiares de desaparecidos de la última dictadura militar argentina. En todo este tiempo se recuperaron cerca de 1.100 cuerpos, de los cuales unos 450 fueron identificados y entregados. “Lo conformamos inicialmente con gente de las áreas de la arqueología, la medicina y la antropología, bajo la dirección del científico Clyde Snow. Somos un equipo de 55 personas con sede en Buenos Aires, Córdoba, Rosario y subsedes en Nueva York, Sudáfrica y México. Además, trabajamos en otros cuarenta países”, cuenta.

–¿En qué cambiaron los procedimientos de identificación?

–Nos dedicábamos a la recuperación y el análisis de restos pero no a la investigación preliminar o en qué circunstancias desapareció una persona y qué pasó con ella. Nos dimos cuenta de que si no entendíamos cómo funcionaba el Estado y las organizaciones político militares de esos años, era muy difícil hipotetizar. Lo que hicimos fue investigar fuentes escritas, registros en los cementerios, certificados de defunción, archivos policiales, militares, judiciales y fuentes orales.

–¿Y actualmente?

–Continuamos así, pero tenemos un conocimiento más avanzado de lo ocurrido en muchas zonas. Desde el punto de vista técnico, el uso de la genética revolucionó todo. Las identificaciones las hacíamos con métodos tradicionales pero limitados; hoy, al contar con muestras de familiares, se convirtió en un recurso indispensable.

–¿Cómo se financian?

–Tenemos unos veinte donantes de todo el mundo, entre los que se incluye el Estado argentino, que nos permiten operar no sólo aquí sino en otras diez a catorce misiones anuales en el exterior.

–¿Desde cuándo reciben ayuda estatal?

–A partir del año 2004 comenzamos a recibir apoyo, y ésa es la única relación que tenemos. Tres años después lanzamos un proyecto llamado Iniciativa Latinoamericana para Identificar a Personas Desaparecidas en conjunto con los ministerios de Salud y de Justicia, que tiene que ver con recolectar muestras masivas de sangre a familiares. Hoy contamos con 7.500 muestras en un archivo que es el primero junto con el de Abuelas de Plaza de Mayo. Creamos nuestro laboratorio de genética especializado en este tipo de casos, y de esa manera, en los últimos dos años, el número de identificaciones llegó a 160.

–¿El apoyo está relacionado con el momento político que atraviesa el país?

–Supongo que tiene que ver con la política de derechos humanos en un contexto mucho más amplio. El Estado nos apoya en su responsabilidad de buscar a personas desaparecidas, y en ese sentido, si bien aceptamos la ayuda, no perdemos nuestra independencia.

El caso Allende. Más allá de la versión oficial de suicidio, la causa de muerte del ex presidente chileno Salvador Allende, ocurrida durante el sangriento golpe de estado de 1973, sigue generando dudas. Un juez hizo lugar a un pedido de la familia y ordenó las pericias sin pérdida de tiempo.
Después de la autopsia inicial, Allende fue enterrado en un cementerio de Viña del Mar hasta que en 1990 se lo trasladó al cementerio central de Santiago. En ese momento ya estaba esqueletizado, tenía vestimenta, pero la familia no pudo verlo. En el ataúd introdujeron una urna más pequeña en la que pusieron los restos de la primera reducción. Fondebrider asegura que se realizaron radiografías a dicha urna para ver qué contenían. Luego se abrió y se decidió que cada fragmento del esqueleto se observara para detectar cualquier deflagración de pólvora o de residuos metálicos.

–¿Cómo fue la experiencia en Chile?

–Interesante, junto con un equipo de colegas de Estados Unidos, Inglaterra, España, Suiza y también chilenos. Si bien es un caso de mucha trascendencia, fuimos observadores del proceso, pero pudimos compartir la experiencia de esos cuatro días. Trabajamos con toda la libertad y transparencia que era necesaria, siempre muy cerca de los familiares.

–¿Puede adelantar algún dato?

–No, pero debo decir que hay elementos importantes en los diferentes informes que seguramente van a permitir una respuesta concreta en unos dos meses.

–¿Es diferente trabajar con personalidades?

–Muy pocas veces se da, pero claramente no ventilamos esos casos porque nos interesan los personajes históricos. Es mucho trabajo y no nos gusta participar del circo, por llamarlo de alguna manera. Hay familias involucradas que quieren saber qué pasó.

–¿De qué circo habla?

–A veces al circo lo arman los forenses u otras personas con afán de notoriedad.

–¿Y en Bolivia, con el Che Guevara?

–No, es que no hay desaparecidos de primera o de segunda clase para nosotros. Existía una presunción de que podía estar en una fosa y nos llamaron. Desde el punto de vista del laboratorio fue relativamente sencillo porque había muchos datos para identificarlo. El orgullo de que los familiares y el gobierno boliviano hayan pensado en nosotros está, pero no damos charlas sobre cómo lo encontramos y esas cosas. Tratamos de abstraernos de la ansiedad de la gente por tener una primicia.

–¿Los familiares piden estar con ustedes en esos momentos?

–Para el familiar es muy importante estar presente en el momento de la exhumación. Siempre tratamos de avisar, aunque la decisión de las familias cambia mucho de país en país. Nunca un familiar quiso intervenir en el trabajo, respetaron los tiempos, y nosotros sus ritos y prácticas.

–¿Cómo es un día de trabajo?

–En estos momentos lo mío es institucional, de coordinación, y recepción de pedidos de diferentes lugares. El laboratorio de análisis de cuerpos está en este mismo edificio. No es rutinario, varía casi todos los días y se viaja mucho.

–Cuéntenos su experiencia más fuerte.

–Quizá cuando tuvimos que trabajar en El Salvador, en la que fue la masacre de Mozote de diciembre de 1981. Viajamos allá en 1992 y nos metimos en una fosa durante tres meses desenterrando cerca de mil personas, la mayoría mujeres y niños. Fue muy fuerte y dolorosa. También estuvimos en Bosnia, en fosas comunes conviviendo con cientos de cuerpos. Ahora estamos en la provincia de Tucumán, donde funcionaron los Arsenales Azcuénaga, llevamos un mes sacando fragmentos de diez centímetros de huesos quemados.

–¿Lo que queda da señales?

–Muchas veces sí. Debemos ver marcas en los huesos para determinar si hubo disparos, cortes o caídas y su impacto.
 
Fuente: Revista Veintitres.

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