lunes, 26 de agosto de 2013

EN LAS VILLAS TAMBIÉN SE ENCUENTRAN TIPOLOGIAS

Al igual que en la casa chorizo y el edificio, el hábitat popular también distingue distintas variedades, como la telescópica y la placa-perro, que siempre contemplan la posibilidad de ampliación.

Con la tecnología voy unos pasos atrás. Pero finalmente me compré un GPS. Como habla, pensamos en ponerle nombre; lo bautizamos Wilson, como a la pelota de la película Náufrago. El otro día tuve que ir de San Isidro a Morón y Wilson me guió. De repente cuando circulaba por Intendente Tomkinson hacia el Oeste, a la altura de la famosa Cava, me dijo: “precaución: te estás acercando a una zona peligrosa”. Así lo hizo Wilson varias veces hasta llegar a Morón. Seguramente a Wilson no le preocupa ser políticamente correcto y discrimina a lo loco. La cuestión es que repitió el mensaje de alerta cada vez que nos acercábamos a una de las varias villas que aparecieron en nuestro camino.

Cuando llegué a Morón justamente me fui a encontrar con Jorge Jáuregui, un arquitecto rosarino radicado en Brasil, especialista en hábitat social. Jáuregui es uno de los impulsores del exitoso proyecto Favela Bairro que reurbanizó favelas cariocas y además es uno de los consultores del proyecto urbano que armó la Facultad de Arquitectura y Urbanismo para la Villa 31, ahora llamada Barrio Padre Mugica, que todavía está en veremos.

Mi encuentro con Jáuregui tenía poco que ver con el tema villas. Fue en ocasión de un Congreso de Arquitectura Latinoamericana organizado por la Facultad de Arquitectura de Morón. Pero los comentarios discriminadores de Wilson (les recuerdo, nombre que le puse al GPS) fueron el disparador de un intercambio de opiniones sobre tipologías arquitectónicas.

Para entender de qué se trata, hagamos una analogía con la vestimenta. Hay distintos tipos. Un traje no es lo mismo que un ambo; una minifalda, que una pollera tubo; y así, existen cantidad de clasificaciones. Luego entre los trajes puede haber infinitas variedades. La arquitectura también tiene un repertorio extenso de tipos, que no sé por qué generalmente los llamamos tipologías (que sería el estudio de los tipos). Y los arquitectos, investigadores y académicos se han ocupado de estudiarlas en profundidad. Diría casi científicamente.

Por ejemplo la “casa chorizo”, esa forma de vivienda que organiza los cuartos en hilera, uno seguido de otro como si fuera una ristra de embutidos. Hay otras tipologías urbanas como los Petit Hotel que fueron frecuentes pero casi han desaparecido, reemplazados por los frecuentemente maldecidos edificios. Entre los edificios están los del tipo entre medianeras y otros, más denostados aun cuando irrumpen en los barrios de casas bajas, las torres.

Pero del hábitat popular hay menos bibliografía tipológica. Hay dos que he visto repetirse en nuestra ciudad y en otras de Latinoamérica que, coincidimos con Jáuregui, todavía la academia no ha llegado a estudiarlas ni sistematizarlas. Una es la vivienda telescópica. Es una vivienda que empieza en planta baja ocupando todo el lotecito y luego, piso a piso, va ganando unos centímetros con el fin de tener más superficie habitable para alquilar. Están hechas con estructura de hormigón por albañiles que saben hacerlas pero que también saben de sus limitaciones: por eso no se arriesgan a grandes voladizos, si a ir creciendo en esa forma telescópica.

Otra tipología frecuente en los suburbios es esa que presenta por lo general: a) una planta baja con local, taller, depósito, vivienda u otra cosa al frente; b) la losa que la cubre con unos cuantos ramilletes de hierros al descubierto que emergen de ella y c) un perro, que ladra y se mueve de una punta a la otra de esa precaria terraza. En Perú le han puesto nombre y apellido: la placa-perro. Lo cierto es que históricamente esta tipología colonizó con esperanza los suburbios apostando siempre al ladrillo: a que, en algún momento, sobre esa losa y con esos hierros se podría seguir construyendo hacia arriba.

Alguna vez les conté que nací en Isidro Casanova. Y que mi padre, médico, puso una clínica en San Justo, sobre Provincias Unidas. La construyó mi abuelo que era constructor y como lo indicaban usos y costumbres, dejó los pelos de hierro que también vinieron con perro: Tony, mi entrañable mascota. La placa-perro es una postal de esperanza, una apuesta al futuro. Muchos años después, cuando me recibí de arquitecto, en esa placa-perro de San Justo arriba de la clínica, construí unos departamentos para alquiler cerrando el ciclo tipológico.

Fuente: Clarin

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