La muerte del genocida Jorge Rafael Videla no erradicó los reflejos golpistas y destituyentes que alumbraron la última dictadura. Por qué la lucha por memoria, verdad y justicia debe continuar.
pOR FRANCO MIZRAHi.
La muerte del dictador Jorge Rafael Videla, el pasado 17 de mayo, generó un cimbronazo. El símbolo de la última dictadura militar entre 1976 y 1981 dejó este mundo, a los 87 años, en la más profunda soledad: encerrado en una celda del Servicio Penitenciario Federal. Su fallecimiento es testimonio de un estado de situación histórico e invita a reflexionar sobre el proceso democrático en la Argentina y en la región: ¿qué rol juegan en la actualidad los factores de poder que impulsaron la asonada del 24 de marzo? ¿La sociedad argentina creó los anticuerpos necesarios para que no se vuelva a interrumpir un gobierno soberano? ¿Cómo repercuten los procesos desestabilizadores que vivió América latina en el último tiempo?
Según el politólogo Atilio Borón, investigador superior del Conicet, “la muerte de Videla tiene un significado enorme pero los actores que de alguna manera alimentan los proyectos golpistas o desestabilizadores en la Argentina y en América latina sobreviven a las peripecias vitales de sus personajes más notorios”.
“Videla fue un instrumento de la clase dominante – afirmó a Veintitrés el sociólogo Carlos Girotti–. Las profundas causas por las que esta clase apeló al terrorismo de Estado están directamente relacionadas a su propia fragilidad. Esta fragilidad no ha variado: se trata de su incapacidad de dirigir la sociedad”, explicó el intelectual.
El Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel coincidió: “Muerto el perro no se acabó la rabia. Videla no era otra cosa que un instrumento de las políticas impuestas en el continente latinoamericano. Fue la cabeza visible de un proyecto que tuvo antecedentes en todo el continente, a través de la Doctrina de la Seguridad Nacional. La política de dominación no se abandonó”.
Borón evalúa que los procesos desestabilizadores están latentes porque existen sectores que consideran a la democracia como “la madre de excesos intolerables” que deben corregirse. Para ello, esos actores de poder no dudan en recurrir a “golpes militares tradicionales o a los llamados ‘Softpower’, procesos de desestabilización manejados, fundamentalmente, por una ofensiva mediática muy generalizada, que golpea a los gobiernos que son considerados adversarios de sus intereses”.
“La lucha mediática es una novedad absoluta –afirmó el director de la Biblioteca Nacional, Horacio González–. En la actualidad hay un gran espacio televisivo para representar la vida política en términos de una especie de teatro de boulevard que tiene condiciones ‘golpistas’ latentes (tenemos que redefinir ese concepto). Existe una operación de desgaste profunda porque hay acciones de carácter muy espectacular donde supuestos jueces tienen supuestas pruebas que afectan las instituciones democráticas. Son imágenes que no demandan pruebas contundentes sino golpes de tipo emocional. Tiene connotaciones relacionadas a la justicia mediática”, complementó el intelectual.
Girotti, magíster en Ciencias Sociales e integrante de Carta Abierta como González, está convencido de que “por más que haya sectores retrógrados, que verían con agrado la interrupción del proceso democrático, en la actualidad no están dadas las condiciones materiales para una ruptura de la democracia en la Argentina”.
Claro, muy distinta es la situación en la región. El golpe de Estado institucional contra Fernando Lugo en Paraguay o el derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras son ejemplo de ello. A esto se suman los intentos desestabilizadores que se vivieron en Ecuador, Bolivia y Venezuela. Para el Premio Nobel de la Paz, “el proyecto de dominación que se trata de imponer desde los Estados Unidos está latente. Está vigente su política de no perder la hegemonía continental, los recursos y las riquezas de los países latinoamericanos”.
“Haití está tomado por las fuerzas armadas de varios países. Están el plan ‘Puebla Panamá’ y el ‘Plan Colombia’ destinado a controlar Centroamérica y el Caribe. A eso se suman las bases militares norteamericanas en Honduras y El Salvador, las bases móviles en la Triple Frontera o la base militar de la OTAN en las Islas Malvinas para controlar el Atlántico Sur”, enumeró Pérez Esquivel.
Es justamente esa coyuntura la que enciende la luz de alarma, incluso fronteras adentro. Hay estudios que comprueban que un golpe de Estado en una parte de la región reanima a los golpistas de los países cercanos.
“Se puede generar un ‘efecto contagio’ –explicó Borón–. El golpe en Paraguay no fue un buen síntoma en esta parte del mundo porque esa alternativa ya no se examinaba como una posibilidad. No hay que ser pesimista pero tampoco podemos pensar que lo que pasa en los países vecinos es irrelevante”. El politólogo enfatizó que las clases dominantes argentinas tienen una tolerancia mínima a cualquier avance en materia de justicia social. “Si bien ahora esos sectores están replegados, creo que en cualquier momento se lanzan al ataque. En cuanto perciban cierta debilidad, saldrán con toda su fuerza”, aseveró.
Para Girotti, los golpes de Estado que sucedieron en la región –y sus intentos más brutales, como los de Ecuador o Venezuela– son “materialmente imposibles en la Argentina. Por eso, la clase dominante argentina lleva adelante campañas virulentas que buscan erosionar los grandes liderazgos. Son técnicas que hablan de su endeblez ideológica, de que no encuentra otro camino que esas artimañas para reconducir la sociedad en sentido propio”.
Ante este escenario, Pérez Esquivel destacó los “emergentes muy fuertes que contrarrestan estas situaciones, como la Unasur, la CELAC o el Mercosur. Son instancias regionales que protegen las democracias”, dijo a esta revista.
Según los consultados, otro dique de contención que levantó la Argentina a la avanzada de estos sectores son los Juicios por la Verdad. “La Argentina es el país que más ha avanzado en cuanto al derecho de verdad y justicia, en relación al resto de los países latinoamericanos – dijo el Nobel de la Paz–. Es el único país a escala mundial que a través de la Justicia ordinaria, la Justicia federal, juzga los crímenes de lesa humanidad. En el caso de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, fueron tribunales ad hoc”.
Por su parte, Girotti consideró que “la clase dominante está en problemas por el proceso que vive la Argentina desde hace diez años. El golpe de Estado que hemos conocido difícilmente pueda ser llamado como solución en estos momentos. La sociedad argentina ha crecido, ha madurado en conciencia ciudadana”. “En esto –sumó Pérez Esquivel– el trabajo de memoria es fundamental. Donde hay impunidad se vuelven a repetir los mismos problemas”, concluyó.
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Opinión
Carlos Girotti
Sociólogo
La clase dominante argentina, a diferencia de la venezolana por ejemplo, varias veces se vio obligada a empelar la violencia extrema, y apeló al terrorismo de Estado. La sociedad venezolana no tuvo la necesidad de apelar a semejante violencia en el último tiempo porque tiene un Capriles. En Paraguay y Honduras hubo golpes de Estado efectivos hace poco pero son sociedades menos entramadas que la Argentina, que no atravesaron el proceso de 30 mil desaparecidos ni las políticas de memoria, verdad y justicia. El tipo de golpe que se ha dado en Latinoamérica apeló a una nueva técnica golpista, aprovechando la condición policial. Vimos un ensayo en Ecuador también. Mientras que en Paraguay se vivió un golpe institucional de la vieja escuela. Esto es materialmente imposible en la Argentina.
Adolfo Pérez Esquivel
Premio Nobel de la Paz
En la década del ’70 todo el contiene tenía dictaduras militares. La Argentina es el país que más ha avanzado en cuanto al derecho de verdad y justicia, en relación al resto de los países latinoamericanos, y creo que es un hecho muy importante. Es el único país a escala mundial que a través de la Justicia ordinaria, la Justicia federal, juzga los crímenes de lesa humanidad. En el caso de la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, fueron tribunales ad hoc, incluso en el de los Balcanes también. La Argentina avanza en la reparación del daño hecho. Para profundizar este proceso lo importante es el fortalecimiento regional y de la democracia. En esto, el trabajo de memoria es fundamental, y es eso lo que se viene haciendo en el país.
Atilio Borón
Investigador superior del Conicet
Los procesos desestabilizadores se pueden contrarrestar. Una herramienta fundamental es educar a la población de los peligros que acechan a cualquier orden democrático. El gobierno debe cumplir una función docente: debe recordar los tristes episodios que atravesó la Argentina. También se deben enseñar las nuevas tecnologías que se desarrollan en la región para desestabilizar gobiernos. Es necesaria una tarea de concientización compartida entre el Estado –a través del gobierno–, los movimientos sociales, las fuerzas políticas y el sector de la prensa que comparta los valores democráticos –que en la actualidad no es el sector mayoritario–.
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Opinión
Un momento superado
Horacio González
Director de la Biblioteca Nacional
Estos días fueron la insinuación de un debate: si Videla expresa algo más que la soledad de su camastro, con su crucifijo y el clima austero de su prisión. El golpe de Videla fue un proyecto orgánico: participó el Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea, grupos empresariales importantes, toda la jerarquía de la Iglesia. Fue sostenido por una lógica de terror. Fue un momento sumamente absorbente de todas sus fuerzas sociales y políticas. La junta militar inspiraba terror y gozaba del respeto de gran parte de la sociedad. Fue una alianza que contó con un apoyo popular muy fuerte. El golpe de Estado fue un momento de profunda conmoción y de profunda incapacidad de la sociedad argentina de pensarse a sí misma. No obstante, la democracia posterior, con sus deficiencias, desempeñó una pedagogía que erradicó en términos democráticos algo que permanecía en alguna napa interna de la población: los juicios de Alfonsín y los de la época actual son acompañados por sectores de la población. Esto me hace pensar que la sociedad sigue dando pasos en la recuperación de aquella pesadilla y que ese momento medieval o gótico de la sociedad ha sido, en gran medida, superado.
(Testimonio recogido telefónicamente)
Fuente: Revista Veintitrés.
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