miércoles, 28 de agosto de 2013

LOS MALES QUE PADECE LA IGLESIA CATOLICA

Por Hans Kung 
(El siguiente es un fragmento del prólogo del libro de Küng “¿Tiene salvación la Iglesia?” que la editorial Trotta publico en español en abril pasado).


Desde los más diversos flancos se me ha solicitado y animado una y otra vez, de palabra y por escrito, a posicionarme con claridad respecto al presente y el futuro de la Iglesia católica. Así, finalmente me he decidido a redactar, en vez de columnas y artículos de opinión sueltos, un escrito recapitulador que exponga y fundamente lo que se manifiesta como mi acreditada percepción de la esencia de la crisis: la Iglesia católica, esta gran comunidad de fe, se encuentra gravemente enferma.
Padece bajo el sistema de dominación romano que, contra toda resistencia, se consolidó durante el siglo XX y perdura hasta la fecha.
Este sistema de dominación se caracteriza, como habrá que mostrar en lo que sigue, por el monopolio del poder y la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia. No es el único, pero sí el principal responsable de los tres grandes cismas del cristianismo: el primero, entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente en el siglo XI; el segundo, en la Iglesia de Occidente entre la Iglesia católica y la protestante en el siglo XVI; y el tercero, en los siglos XVIII y XIX entre el catolicismo romano y el mundo ilustrado moderno.
Pero de inmediato he de señalar que soy un teólogo ecuménico y bajo ningún concepto estoy obsesionado con los papas. En mi obra “El cristianismo: esencia e historia” (1994) he analizado y expuesto a lo largo de más de mil páginas los diversos períodos, paradigmas y confesiones de la historia del cristianismo; y a la luz de todo ello, guste más o menos, resulta imposible negar que el papado es el elemento central del paradigma católico-romano. Un ministerio petrino, tal y como se desarrolló a partir de los orígenes, era y sigue siendo para muchos cristianos una institución con sentido. Pero del siglo XI en adelante ese ministerio se fue transformando cada vez más en un papado monárquico-absolutista que ha dominado la historia de la Iglesia católica, llevando a las ya mencionadas tensiones ecuménicas. El poder intraeclesial del papado, creciente sin cesar a pesar de sus reiteradas derrotas políticas y culturales, representa el rasgo decisivo de la historia de la Iglesia católica. Desde entonces, los puntos neurálgicos de la Iglesia católica no son tanto los problemas de la liturgia, la teología, la piedad popular, la vida religiosa o el arte cuanto los problemas de la constitución de la Iglesia, analizados de forma demasiado poco crítica en las tradicionales historias católicas de la Iglesia. Justamente tales problemas son los que aquí tendré que tratar con especial cuidado, a causa, entre otras cosas, de su índole ecuménicamente controvertida.
Joseph Ratzinger, el actual papa, y yo fuimos los dos peritos oficiales más jóvenes del Concilio Vaticano II (1962-1965), que trató de corregir en algunos puntos esenciales este sistema romano. Pero a resultas de la resistencia de la Curia romana, ello, por desgracia, sólo se consiguió en parte. Luego, en el posconcilio, Roma ha ido revirtiendo de forma progresiva la renovación, lo que en los últimos años ha llevado a la abierta manifestación de la amenazadora enfermedad de la Iglesia católica, latente ya desde mucho tiempo atrás. Quien hasta ahora nunca se haya visto confrontado en serio con los hechos históricos sin duda se asustará en ocasiones de cómo han funcionado las cosas por doquier, de cuántos aspectos de las instituciones y constituciones eclesiásticas –y muy especialmente de la principal institución católico-romana, el papado– son “humanos, demasiado humanos”. Sin embargo, esto, expresado de forma positiva, significa que tales instituciones y constituciones –también el papado, él en especial– son modificables, básicamente reformables. Así pues, el papado no tiene que ser eliminado, sino renovado en el sentido de un servicio petrino de inspiración bíblica. Lo que sí debe ser eliminado es el medieval sistema romano de dominación. Por consiguiente, mi “destrucción” crítica está al servicio de la “construcción”, la reforma y la renovación, todo con la esperanza de que en el tercer milenio la Iglesia católica, contra todas las apariencias, permanezca llena de vida.
* Teólogo y ex compañero de Joseph Ratzinger en la Universidad de Tubinga.
Fuente: Clarín. 

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