La línea más retrógrada de la Iglesia, encabezada por el arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, quedó herida tras el nombramiento de Jorge Bergoglio al frente del Vaticano. El egoísmo, los celos y el poder perdido.
POR JORGE REPISO
Las campanas doblaron a lo largo y ancho de toda la Argentina. Se escucharon en iglesias y en pobres capillas. Ocurrió durante la tarde del 13 de marzo, cuando el cardenal francés Jean-Luis Taurant, entre palabras en latín, pronunciaba el nombre de Jorge Mario Bergoglio. Era la primera vez que se nombraba a un Papa no europeo en más de mil años de historia de la Iglesia. También, la primera vez de un latinoamericano y, para sorpresa del mundo, de un argentino. Se agitaron banderas, la Plaza de San Pedro estalló de entusiasmo después de una prolongada vigilia. En la patria del nuevo Pontífice, incredulidad, orgullo y optimismo fueron exteriorizados, aunque no todos reaccionaron de la misma manera. Las torres de la catedral más alta del país contienen grandes campanas, pero no sonaron esa tarde ni tampoco al día siguiente. Quien dio la orden sintió el golpe, recluyéndose por varios días, y con ese gesto no hizo otra cosa que demostrar su rencor. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, se llamó a silencio para procesar su derrota. La cabeza de la ortodoxia más cerrada del catolicismo nunca estuvo a la altura de los cambios que exigía una sociedad en evolución. No pudo o no quiso comprenderlo, y hoy más que nunca la Iglesia será conducida en la tolerancia, el diálogo y el contacto con la realidad.
Las diferencias entre Bergoglio y Aguer provienen de sus maneras de ver el rol de la Iglesia y de obrar entre los fieles. “La distancia entre ambos es la misma que la de Juan Pablo II respecto de Benedicto XVI”, aseguró un teólogo reconocido. “Aunque ideológicamente conservadores, Juan Pablo II era como Bergoglio, cercano a la gente. Tanto para Ratzinger como para un integrista como Aguer, los pobres no existen. Aclaro que dentro del conservadurismo hay una diferencia abismal”, agregó la fuente consultada.
Esa brecha comenzó a extenderse a principios de 2011 y llegó a su pico máximo a finales de ese mismo año. En febrero, Bergoglio debió viajar al Vaticano en compañía de los arzobispos Luis Villalba, de Tucumán, y José María Arancedo, de Santa Fe. La situación interna en la institución requirió de reuniones de alto nivel para evitar injerencias de los sectores ultraconservadores de la Iglesia local. Aguer viajaba con frecuencia a Roma para operar en contra del ahora Papa, al que criticó por su “débil” intervención en temas como la sanción del matrimonio igualitario. Dentro de la Santa Sede, gozó de la cercanía del cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado vaticano. En realidad, tanto lobby tenía objetivos. Bergoglio iba a cumplir 75 años y su mandato en el seno de la Conferencia Episcopal Argentina vencía. La Asamblea Plenaria se llevó a cabo durante los primeros días de noviembre. Ciento veinte obispos se alojaron en el Cenáculo de Pilar para las deliberaciones y sólo 84 de ellos tuvieron derecho a votar. Los apellidos Arancedo y Lozano sonaban como favoritos para suceder al arzobispo de Buenos Aires, y ganó el primero. Aguer se tuvo que conformar con sólo 21 votos, y ninguno de sus obispos consiguió alguna comisión. En Roma, el mayor promotor del arzobispo platense en su carrera hacia el obispado fue Esteban “Cacho” Caselli, ex embajador en el Vaticano y ex senador italiano por el partido de Silvio Berlusconi. Además de ser conocido por sus cargos en la diplomacia y la política, Caselli consiguió que Aguer fuera nombrado Capellán Conventual de la Soberana Orden Militar de Malta y Gran Canciller de la Universidad Católica de La Plata. También fue designado por el papa Benedicto XVI como miembro de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos.
“Se pasó la vida denunciando obispos ante el Vaticano, y por eso es que muchos no lo quieren. Las diferencias con el nuevo Papa son viejas. La posición tan rígida ante el matrimonio igualitario hizo que Aguer lo atacara acusándolo de tibio, y Bergoglio tuvo que endurecer su discurso sobre la marcha”, afirma sin pelos en la lengua el sacerdote Eduardo de la Serna, coordinador de Curas en Opción por los Pobres. “Es claro que para el Vaticano fue más preocupante la homosexualidad que la pobreza en el mundo”. De la Serna da más detalles sobre Aguer: “Hubo un grupo grande, con el nuncio apostólico Adriano Bernardini a la cabeza, que pretendió promoverlo como cardenal, pero creo que su carrera se terminó ahí. Debemos decir que el grupo Verbo Encarnado (congregación católica de ultraderecha) cuenta con el apoyo de Aguer y a su vez criticó a Bergoglio. Que Aguer forme parte de la Consejo Pontificio de Justicia y Paz es como si a mí me nombraran vocal en el club River Plate”.
Aguer no es el único enemigo de Bergoglio. El ahora Sumo Pontífice también fue atacado por la agrupación Católicos Alerta. Fue en el contexto del XI Encuentro Arquidiocesano de Niñez y Adolescencia, y la crítica se basaba en que uno de los disertantes era el ministro de la Corte Suprema de Justicia Eugenio Zaffaroni, calificado de “tenebroso” personaje que abogaba por el aborto, la despenalización de las drogas y el matrimonio gay.
Héctor Aguer fue designado obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992 por Juan Pablo II. Seis años después, nombrado como adjutor en La Plata y arzobispo en 2000. Como presidente de la Comisión Episcopal de Educación Católica puso el grito en el cielo cuando el Ministerio de Educación de la Nación imprimió seis millones de ejemplares de un cuadernillo orientado a la educación sexual en las escuelas. El mismo arzobispo que combate las leyes civiles sancionadas y por sancionar pagó una fianza de un millón de pesos para liberar al banquero Francisco Trusso, condenado a ocho años de prisión por estafar a 20 mil ahorristas del ex Banco de Crédito Provincial. Ausente en las columnas de opinión de diarios amigos, recién rompió su silencio el sábado 16 en el programa de televisión Claves para un mundo mejor, conducido por el periodista Tito Garabal. “No es necesario hacer de este hecho una cuestión futbolística, la noticia es a partir de una cuestión religiosa… Es el hombre que fue puesto en lugar de Pedro y eso es lo que verdaderamente impresiona. Él habló como sucesor de Pedro, como obispo de Roma”. Y minimizó el entusiasmo un día después, al frente de una misa: “Muchas veces los argentinos nos creemos los mejores del mundo. Tenemos a la reina Máxima, a los mejores futbolistas y ahora a un Papa. Pero debemos entender que eso no es lo trascendente y tomar la designación esta de Francisco como una señal”.
Dos sectores bien delimitados componen hoy la jerarquía de la Iglesia. El moderado, cercano a Bergoglio, cuenta entre sus filas al obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano, de máxima confianza para Francisco. Es el actual presidente de la Comisión de Pastoral Social y estuvo del lado de los asambleístas que pelearon contra la instalación de la papelera Botnia en la frontera con Uruguay. Otros allegados a la línea del Papa son los obispos de Lomas de Zamora, Jorge Lugones, y el de San Miguel, el jesuita Sergio Fenoy. De la vereda de enfrente y encolumnados detrás de Aguer se encuentran el obispo de Mercedes Luján, Rubén Di Monte; y el de San Rafael, Eduardo Taussig, quien criticó con virulencia el fallo de la Corte Suprema que en su momento ratificó el aval constitucional para los casos de aborto no punible. Otro escudero de la Iglesia superconservadora es el obispo de San Juan y miembro del Opus Dei, Alfonso Delgado, que enfrentó a la presidenta Cristina Fernández con motivo de la ley que habilitó el voto joven.
La sucesión en el arzobispado de Buenos Aires será facultad del Papa Francisco, que deberá poner el ojo aquí, en el Vaticano y en los 1.200 millones de fieles alrededor del mundo. A la línea dura le esperan tiempos de reflexión. A Caselli ya nadie lo atiende en el Vaticano y, para colmo de males, no consiguió los votos suficientes para una nueva senaduría italiana. A Aguer le restan cinco años para cumplir los 75, edad límite para acceder a otro peldaño en su carrera.
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Los desafíos del Papa
Por Graciela Moreno
Desde que se conoció el nombre del nuevo Papa, todas las miradas están puestas en él. A través de los medios se conoció a su familia, sus vecinos y hasta a su mismísimo diariero. Cada gesto de Francisco fue analizado con lupa y festejado con el mismo rigor. No pasaron desapercibidos ni sus viejos zapatos negros gastados, usados ante un encuentro con 6.000 periodistas del mundo. Claro, contrastaban con los zapatos rojos preferidos por Benedicto XVI. Haber elegido un Papa no europeo ya da un primer indicio de que algo está cambiando. Y que el elegido sea por primera vez un latinoamericano no es un dato menor, teniendo en cuenta que proviene del continente con mayores fieles del planeta. Por eso, al escucharlo decir “¡Cómo quisiera ver una Iglesia pobre y para los pobres!”, muchos volvieron a sentir esperanzas. Son muchas las deudas pendientes de la Iglesia, a Francisco le tocará la difícil tarea de guiarla y sacarla del tsunami en el que está inmersa.
La elección del ex cardenal primado de la Argentina como Sumo Pontífice se enmarca en un momento muy complicado. Llega tras la renuncia de Benedicto XVI, luego de que se conocieran diversos escándalos de abusos sexuales y después del “caso Vatileaks”, que implicó la fuga y publicación de documentos, algunos dirigidos hacia el propio Papa. Hasta su antecesor llegó a afirmar que los principales problemas para la Iglesia no eran las violentas persecuciones externas, sino la falta de fidelidad de sus miembros. Una de sus tareas pendientes es la necesidad de reformar la Curia Romana (los organismos que ayudan al Papa en el gobierno de la Iglesia), que permitirá recobrar la confianza y salir de la crisis provocada por las traiciones y filtraciones internas.
Pero no sólo el impacto de estos temas complica a la Iglesia. Francisco deberá tener una mayor apertura para poder frenar la fuga de fieles, no sólo a distintas religiones, sino también a cualquier lugar que represente estar alejado de la Iglesia Católica. Esta tarea seguramente comenzará con una convocatoria a los jóvenes, porque justamente una de las necesidades es despertar la vocación sacerdotal.
Otro desafío es profundizar la preocupación social de la Iglesia por las injusticias, por los más pobres y necesitados, en especial del Tercer Mundo. La elección de su nombre, en honor a San Francisco de Asís, deja intuir cómo será su estilo y sus prioridades. En su primera homilía hizo un llamado a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social y les pidió ser custodios de la creación y guardianes del otro. Sin ir más lejos, en el primer encuentro que tuvo con la presidenta argentina le obsequió un documento de 2007 del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) en el que se habla de corrupción, políticas públicas y autoritarismo.
Un documento originado en Brasil que no sólo puso bajo la lupa la política de la región, sino que también analizó los efectos de la economía mundial. “Trabajar por el bien común global es promover una justa regulación de la economía, finanzas y comercio mundial. Es urgente proseguir en el desendeudamiento externo para favorecer las inversiones en desarrollo y gasto social”, fue una de las principales frases, que siguió con el pedido de “regulaciones globales para prevenir y controlar los movimientos especulativos de capitales, para la promoción de un comercio justo”. En otro de sus párrafos, este análisis que ya tiene cinco años pero no pierde su vigencia, dice: “Después de una época de debilitamiento de los Estados por la aplicación de ajustes estructurales en la economía, recomendados por organismos financieros internacionales, se aprecia actualmente un esfuerzo de los Estados por definir y aplicar políticas públicas en los campos de la salud, educación, seguridad”. Justamente la seguridad tuvo un párrafo aparte: alertaron sobre “el crecimiento de la violencia” en la región, “que se manifiesta en robos, asaltos, secuestros y asesinatos”. A la hora de analizar las causas de esta violencia sostuvieron: “Sus causas son múltiples: la idolatría del dinero, el avance de una ideología individualista y utilitarista, el deterioro del tejido social, la corrupción y la falta de políticas públicas de equidad social”.
Los desafíos de Francisco son muchos. Hasta la mismísima presidenta, Cristina Fernández, le pidió que se ocupe de mediar para conseguir un diálogo con Gran Bretaña por el tema Malvinas. Pedido que debe haber dejado sin palabras a Francisco. Ahora resta esperar, para ver cómo logrará revitalizar a una Iglesia desprestigiada. Por ahora, sólo resuenan algunas de las palabras que más ha pronunciado desde que asumió: paz, humildad, fidelidad, pobres y discreción.
Fuente: Revista Veintitrés.
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