Por Miguel Russo.
No es ocioso afirmar que quizás por primera vez en la historia de los últimos dos siglos, América latina se entiende como una región unida por la coherencia de sus gobiernos democráticos. Mercosur, Unasur, Banco del Sur y las alianzas estratégicas y económicas entre los distintos países son señales inequívocas de esa unión donde realzan palabras como “inclusión”. Pero también lo es el desaforado intento de los medios de comunicación pertenecientes a los grupos hegemónicos (y de sus no menos desaforados adalides periodísticos) emperradamente dispuestos a seguir las reglas “destituyentes”, esa forma de ejercer la mentira a la que el conjunto de intelectuales reunidos en Carta Abierta puso la palabra justa, precisa. Y se emplea aquí el vocablo “mentira” en lugar de la forma “operación mediática” siguiendo el axioma del filósofo del comentario deportivo Enrique Macaya Márquez: “Hay tres tipos de mentiras: las grandes mentiras, las pequeñas mentiras y las estadísticas”. La operación mediática requiere del concurso de una tarea intelectual con la cual la representación de la realidad se transforma hasta adquirir otra característica, tendiente a dar por equivocado algo que es acertado o viceversa. La mentira sólo requiere de alguien que mienta, despreocupado absolutamente de toda realidad, casi al borde del disparate.
Allí están, diseminadas en toda la región. Por ejemplo, en los medios que desde Miami aprovechan toda oportunidad para atacar al gobierno de Raúl Castro en Cuba, convirtiendo en engaño toda afirmación de la blogósfera cubana, Prensa Latina o el Granma. O en los grupos mediáticos de Ecuador ligados a los grandes bancos con su retahíla sin fin contra el presidente Rafael Correa, incluyendo el intento de golpe de Estado. O en el grupo Edwards chileno, con el periódico El Mercurio a la cabeza, amante fiel de la gestión neoliberal del presidente Sebastián Piñera y espantado por el apoyo del Partido Comunista a la candidatura de la seguro futura presidenta Michelle Bachelet. O en los medios paraguayos modificando sus tapas al comparar la violencia contra la presidencia de Lugo, la alegría desbordante para con Federico Franco y el apoyo a la campaña electoral donde triunfó Horacio Cartes. O en los durísimos conceptos con que Venevisión estigmatizó la gestión de Hugo Chávez (llevando su ataque a límites fuera de toda moral durante la agonía del Comandante), hizo un monumento de la figura de Capriles y continúa pidiendo la renuncia de Nicolás Maduro por considerar que su legítimo triunfo fue fraudulento. O en la cadena brasileña Globo, como emblema de la oposición en Brasil, y sus dardos contra Lula primero, contra Dilma después y la insensatez a la hora de informar sobre la ola de marchas que sacudió al gigante vecino. O en los diarios uruguayos que alternan la crítica ultramontana contra el pasado tupamaro de José Mujica con el enamoramiento ante la posibilidad de la vuelta de Tabaré Vázquez. O en los medios de Bolivia, desbordantes de agravios contra Evo Morales y más del 70 por ciento de la sociedad a quienes aún se resisten a reconocer.
Y, claro, en la Argentina, con el Grupo Clarín y La Nación a la cabeza, utilizando casi al unísono el ariete de su hijo dilecto, Jorge Lanata, carta ganadora del sector opositor de la sociedad que, al adolecer de políticos creíbles o de alianzas que duren algo más que un chaparrón, pone todo su furor patrio en las denuncias repletas de luces de colores y en el empecinamiento con la palabra “boludo” y el cenicero vacío en un estudio para mostrar al espectador que “acá soy libre aunque no me dejen fumar”.
Dicho esto, conviene pasar a la sección de la nota que se podría llamar “culta”: Los griegos, y se habla aquí de los griegos de antes, no de los de ahora, enfrascados unos, pocos, en la aceptación de los dictados de Angela Merkel y otros, muchos, en tratar movilizándose de que no se acepten, los griegos, se decía, eran tipos que, donde ponían el ojo, ponían el mito. Uno relojeaba a una vieja en una esquina y, ahí nomás, te aparecía Edipo. Otra miraba el cielo y decía "viene lluvia" y, sobre el pucho, te mandaban Casandra. La mitología es así, griega.
Determinados periodistas argentinos, y se habla aquí no de los periodistas cachivache, adoradores del qualunquismo, sino de aquellos que ostentan título de doctor, tipo el “Doctor Mariano Grondona” o el “Doctor Nelson Castro”, determinados periodistas argentinos, se decía, profesan el amor a lo griego. Los doctorados son así, grecoparlantes.
Son inolvidables las explicaciones del “Doctor Mariano Grondona” para que los simples mortales entiendan de dónde venía exactamente el término “democracia” o, en momentos donde no convenía hablar de esas subversiones, en qué meandros etimológicos griegos se hidrataba el término “neustadt”.
El caso del “Doctor Nelson Castro” será tan inolvidable como el del otro. No conforme con dar rienda suelta a sus investigaciones patológico-periodísticas con su ensayo Enfermos de poder: la salud de los presidentes y sus consecuencias (Editorial Vergara, Buenos Aires, 2005), sorprendió –algún verbo hay que usar– a la teleplatea cuando, con su mejor cara de Señor Burns y sin dejar de restregarse las manos, aumentando la conformación de su personaje de bruja Disney frente al caldero, dijo “usted, señora presidente, padece de Mal de Hubris”.
Hubris, o hibris, o hybris –según las gratuitas enseñanzas de Wikipedia, sin ir más lejos– “es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ y que en la actualidad alude a un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder”. Griego, concepto griego: lo dicho, el predilecto de los abogados o médicos periodistas.
A pesar de que Marcelo “Kiner” Bonelli no se prendió demasiado en el efecto dominó desatado por la afirmación nelsoncastriana, alertado quizás por su equipo de producción de que cabía la posibilidad de que dijera cualquier cosa (ya bastante tuvo con la “derrota de Insurralde” en las PASO), todo el aparato reproductor de noticias opositoras cerró filas ante la receta doctoral. ¡Qué gripe ni ocho cuartos! Hubris, Mal de Hubris, que para eso están los griegos. Aunque el término –el mismo “Doctor Nelson Castro” lo confirmó– no aparezca en el vademecum. Vademecum que, como todo el mundo sabe, es palabra en latín, no en griego.
Continuando con los Wikisaberes, parece que en la Grecia de antes, la religión griega ignoraba el concepto de pecado tal como lo concibe el cristianismo (N. de la R.: tanto como que no existía el cristianismo), por lo que no parece muy apropiado creer que la hubris –o hibris o hybris– fuera la principal falta de aquella civilización. Se la relacionaba con el concepto de moira (N. de la R.: no Casán, de la que Wikipedia ignora todo, hasta el cenicericidio a Roviralta), que en griego, siempre en el bendito griego de los doctores periodistas, significa “destino” o, para ser francos, la parte de dicha o desdicha que corresponde a cada uno en función de su posición social y de su relación con los dioses y los hombres (N. de la R.: recordar que en la Grecia de antes, así como no había cristianismo tampoco había marxismo). Entonces, señoras y señores, con ustedes, el maravilloso wikiuniverso: “La persona que comete hubris es culpable de querer más que la parte que le fue asignada en la división del destino”.
Quizás el “Doctor Nelson Castro” no haya leído bien esa página en la que se desazna al mundo entero diciendo que no fue Eurípides el que derramara ante la humanidad el proverbio “Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”, pero seguro que lo cree a ciegas, aptitud que le da el ser médico diploma de honor especializado en neurología, es decir, casi casi un dios.
La cosa es que aquel Mal de Hubris (o Hibris o Hybris) que padecieron Agamenón, Hércules, Ícaro, Minos, Paris, Prometeo, Sísifo, Tiresias y siguen las firmas, también parece haber sido una diosa. Diosa que, ante la ausencia de mejor nombre, se llamó Hibris (o Hybris) y era la personificación de la falta de moderación.
Dicen que la tal Hibris pasaba la mayor parte del tiempo entre los mortales (N. de la R.: mirá vos, inclusiva la Hibris o Hybris) y que era hija de Érebo y la Noche, o de Érebo y Coros, la divinidad del desdén. De modo que, en la enjundia doctoral nelsoncastriana, parece que la Presidenta no era la hija del colectivero Eduardo Fernández y la dirigente sindical Ofelia Wilhelm. Enjundia que vuelve a radicar la mentira: los dioses son raza difícil de hallar en Tolosa.
Después, quedará también en los anales del periodismo doctoral, la tesis sobre una persona con Mal de Hubris (o Hibris o Hybris) que lleva bolsos llenos de “más que la parte que le fue asignada en la división del destino” al paraíso (porque qué mejor que el paraíso para una diosa) de Seychelles donde nadie sabe de qué le hablan.
Como colofón, vaya el diálogo que un doble espía logró filtrar de la Comisión de Ingenio Popular de la Cámpora: “¿Sabés como le dicen a Lanata? Mozo torpe: se le caen todas las fuentes”. El Snowden de cabotaje certificó, también, que nadie se rió. Más bien señala, cabizbajo, que los integrantes de la Comisión se retiraron medio esgunfiados, seguros de que en toda democracia hacen falta, así como buena oposición, buenos periodistas.
Fuente: Miradas al Sur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario