Dice que no es un hecho de una sola dimensión, que todo emerge de diversos “contextos”, que la justicia “es lineal” y que cualquier hecho social, y específicamente todo lo que pasó en el juicio por la desaparición de Marita Verón, es mucho más complejo. Incluso para su biografía: hasta hace un par de meses, Sibila Camps fue periodista de Clarín. Podría haberse jubilado dos años antes, pero quiso seguir trabajando sólo para dar cuenta del juicio del caso que cubrió durante casi una década, que terminó sin encontrar ningún culpable y que a la mayor parte de los argentinos nos pareció ignominioso. A Camps también y eso, desplegado, mirado con zoom, leído hasta en los fallidos, es lo que cuenta en su libro, que se llama La Red.
POR GABRIELA CABEZÓN CÁMARA
Es la historia de un juicio desde el inicio de las investigaciones. También podría llamarse “la trama” porque es el resultado de un trabajo obsesivo, artesanal, incansable: tejió Camps voces, documentos e historias. Las voces de los acusados, de los testigos, de los agentes de la ley –desde la policía hasta el gobernador, pasando por el aparato judicial–, los documentos recogidos o descalificados en el proceso y las historias de esos diversos “contextos”. Ahí apuntó la primera pregunta de esta entrevista, pero es pertinente empezar por el final:
En ese juicio no se logró averiguar la verdad. ¿Qué creés vos, después de años de investigación, que pasó con Marita Verón?
Le echaron el ojo, consideraron que podía dar buena plata, la marcaron, la entregaron a una red de trata, la llevaron, se supone que a una fiesta en Alderete, que es al noreste de la ciudad de Tucumán, cerca, se escapó en mal estado o la dejaron ir, y por eso la vieron deambulando algunos vecinos de zonas rurales, dos y tres días después del secuestro. Alguien avisó en la comisaría de La Ramada, que es un paraje del departamento de Alderete, el jefe de la comisaría mandó a levantarla, la metió en un colectivo de media distancia, la llevaron a Tucumán, ahí la fueron a buscar.
¿La Policía la devolvió a los secuestradores y/o la vendió a otros?
Sí. Y después la tuvieron un tiempo en Tucumán, la llevaron a La Rioja, la volvieron a llevar a Tucumán, la volvieron a llevar a La Rioja, y en La Rioja la tuvieron yirando por los tres prostíbulos de Liliana Medina. En un momento uno de los hijos de ella, el Chenga Gómez –acusado de proxenetismo, se ve que es de familia– , la tomó como su propiedad, le hizo un hijo. La siguieron explotando, la drogaron permanentemente y lo más probable es que la hayan matado, por los indicios de un par de lapsus durante el juicio.
¿Cuáles fueron esos “lapsus”?
Uno, cuando terminó de declarar Andrea D., la chica de Misiones que estuvo ocho años secuestrada. Liliana Medina pidió declarar, negó todo, y dijo: “yo no hice con Marita Verón lo que supuestamente dicen que hacía, que yo mataba a todo el mundo”, y nadie la había acusado nunca de haber matado a Marita Verón. Ese es uno. El otro es de Roberto Flores, el abogado de Gonzalo Gómez, el mellizo del Chenga. En su alegato, el fiscal dijo que si no hubiera sido porque un abogado avisó de un allanamiento “hoy Marita Verón estaría entre nosotros”. No se había identificado al abogado que alertó a los proxenetas. Días después, Roberto Flores dijo: “¿A usted le parece señor presidente que un abogado puede ser cómplice de un secuestro como dice el señor fiscal, que si no fuera por este abogado que avisó del allanamiento Marita Verón hoy estaría viva?”, así que, pienso que es muy probable que la hayan matado. Como han matado a otras también, y no sabemos donde están los cuerpos.
La Red es un libro que puede leerse como un policial-periodístico: tiene suspenso, intriga y también muchísima información. Como es una red la de este delito aberrante, la trata y la esclavitud sexual del mujeres y nenas, todo se trama con todo y surge de esos “contextos” de los habla Camps al principio de esta nota. ¿Cuáles? El del “miedo profundo que impera aún hoy en Tucumán y que viene de mucho antes que la dictadura”: se refiere a la matriz económica de la provincia, los ingenios de latifundistas, señala la periodista, latifundios en donde surgió la leyenda del “Perro familiar”, una especie de bestia demoníaca que se comía a los cosecheros rebeldes, a los que en vez de obedecer, luchaban. Esa leyenda, como otros “espantos” –seres terroríficos– tienen tantos siglos como la opresión y son tan originarias de Tucumán como la famosa casita de la Independencia, nombre que llevó el operativo represivo de la dictadura en la región, uno de los más feroces.
Al terrorismo de Estado le siguió la policía “brava” y a esa policía, la mafia de los Ale, –cuyo jefe, “La Chancha” fue acusado de ser uno de los líderes de la red de trata y explotación sexual que secuestró a Marita–. A eso se le suma otro “contexto”: “ el compadrazgo ”. Todo el mundo conoce a todo el mundo pero, claro, algunos son más conocidos que otros: así, cuenta Camps, encontrar trabajo no tiene nada que ver con los méritos propios y ni siquiera con ser una persona decente, sino con los parentescos. Si uno le acota que acá también, ella dirá que allá es peor, que se puede vivir con un criminal en la casa de al lado y saludarlo y charlar con él como con cualquiera: “Está naturalizado”. Lo que también naturaliza y oculta es el lenguaje. En el mundo prostibulario, el eufemismo se nutre del paradigma de la familia: –Es un lenguaje que encubre el delito, no solo lo naturaliza. No es una jerga marginal, es un lenguaje si se quiere hasta burgués: el “marido”, por ejemplo, no es el hombre que uno elige para compartir la vida: así le dicen al que te explota, al fiolo. Las mujeres entre sí, del mismo marido, del mismo proxeneta, son llamadas “cuñadas”.
“Madrina” se le dice a la reclutadora, a la que te entrega. Todo el lenguaje está tergiversado, se usa la palabra “prostituirse” como si fuera una elección libre. Me impactó mucho cuando veía que los jueces no entendían el lenguaje que hablaban las víctimas, hubo unas jornadas de capacitación previas al juicio pero no fueron ni los fiscales, ni los jueces, ni sus secretarios. Y por otro lado, cuando los jueces o los fiscales les preguntaban, hablaban el lenguaje jurídico y las chicas no los entendían.
Cómo no van a saber que personas poco letradas no los iban a entender si les hablan con un lenguaje técnico...
Yo me planteo, por esto y tantas otras cosas que relato en el libro: ¿había una voluntad previa de absolver?, ¿había una predisposición para hacerlo? No quiero adelantar lo que está al final del libro, pero yo creo que sí, por lo menos a los Rivero.
Los Rivero son María Rivero, la ex esposa de la Chancha Ale, que llegó a ser presidenta del Club Atlético Tucumán, una institución importante en la provincia y el país, y dirigió la empresa de remises “5 estrellas”, con más autos y, dicen, más poder de fuego que la misma Policía, y su hermano, acusado de explotar sexualmente a su propia esposa. La Red cuenta una historia sórdida.
De todo lo que escuchaste en el juicio, ¿qué fue lo que más te conmovió?
Recuerdo una historia que nos hizo llorar a varias de las periodistas que estábamos allá. Es la de la madre de una chica, María Alejandra, que había sido captada siendo menor de edad. Daniela Milhein la llevó a los prostíbulos y después la retuvieron. Me conmovió cuando la madre contó las veces que fue a tratar de recuperarla y no pudo porque no tenía plata para pagar el rescate. Y cuando terminó diciendo que la chica estuvo unos años apartada de la prostitución y después volvió: hizo lo que había aprendido a hacer. Otro momento muy conmovedor, pero ya fuera del juicio, fue una charla con el compañero de Marita, David Catalán. El decía: “yo sé que cuando termine el juicio va a aparecer” como si fuera algo mágico; él sabe exactamente lo que pasó, por supuesto, pero tenía la ilusión de que aparecería. Otra cosa que me impactó, la cuento en el libro, es que David lleva siempre en la moto una hoja canson número 5 donde hay un dibujo que le había hecho Marita cuando estaba embarazada, un sol flamígero, con una dedicatoria. Con su hijita, Micaela, que todavía no había cumplido los 14 años, acordaron tatuarse los dos ese dibujo en la espalda. Después de insistirle mucho a la abuela, Micaela se hizo el tatuaje. Un día, en un cuarto intermedio, los acusados y sus abogados buscaron una tableta y ampliaron el avatar de Twitter de Micaela donde mostraba el tatuaje. Entonces las acusadas, Daniela Milhein y Liliana Medina sobre todo, empezaron a bromear diciendo: “y después nosotras somos las prostitutas…”, es decir: el homenaje de una niña a su madre desaparecida fue interpretado con la mirada que esas mujeres –ambas prostituidas desde muy jóvenes– recibieron siempre desde afuera y que terminaron haciendo propia. En ese momento un fotógrafo observó y dijo: “¿no tendríamos que decírselo a la defensora de menores?”. Me golpeó la naturalización del uso de la mujer, la idea de que todo lo que hace una mujer es para “provocar a los hombres”.
Fuente: Clarín.
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