Si bien gran parte de la atención de los medios de comunicación sobre el affaire Petraeus se ha centrado en la relación sexual del director de la CIA con su biógrafa, Paula Broadwell, el escándalo pone al descubierto otra relación mucho más importante: la que existe entre la CIA y los jefes militares del Estado Mayor de Operaciones Especiales Conjuntas (JSOC). Una guerra entre bambalinas desde los atentados del 9/11, en la que ambas instituciones gubernamentales luchan por el control de las guerras contra el “terrorismo”, cada vez más globales, en las que están comprometidos los Estados Unidos. Una guerra interna de feudos que el JSOC en gran medida va ganando. Petraeus, un jugador clave en esta lucha por el poder, deja tras de sí una Agencia que ha ido abandonando el trabajo de inteligencia a favor de las actividades paramilitares. Aunque su legado quedará marcado en gran parte por el escándalo que acabó con su carrera, para importantes sectores militares y de inteligencia la trayectoria profesional de Petraeus, de comandante de las fuerzas militares estadounidenses en Irak y Afganistán hasta la dirección de la CIA, es un símbolo de esta evolución.
Según Philip Giraldi, un oficial de carrera retirado de la CIA, “yo no diría que la CIA ha sido tomada por los militares, pero sí que la CIA se ha vuelto más militar... Una parte considerable del presupuesto de la CIA ya no es para espionaje. Es para apoyar a grupos paramilitares que trabajan en estrecha colaboración con el JSOC para matar terroristas, y para gestionar el programa de aviones no tripulados”. La CIA, añade, “es ahora una máquina de matar”.
Como jefe del Estado Mayor Central de EE.UU. en 2009, Petraeus firmó toda una serie de órdenes operativas que ampliaron considerablemente la capacidad de las fuerzas de Estados Unidos para operar en varios países, como Yemen, donde las fuerzas estadounidenses comenzaron a realizar ataques con misiles ese mismo año. Durante el breve paso de Petraeus por la CIA, los ataques de aviones no tripulados llevados a cabo por la agencia, a veces juntamente con el JSOC, se intensificaron dramáticamente en Yemen y, en su primer mes en el cargo, supervisó una serie de ataques que mataron a tres ciudadanos estadounidenses, incluyendo al menor de 16 años Awlaki Abdulrahman. En algunos casos, como en la incursión que mató a Osama bin Laden en Pakistán, los comandos de elite del JSOC actuaron con cobertura de la CIA, para que la misión quedase en secreto si fracasaban.
Un agente de enlace del Departamento de Estado, que también ha trabajado frecuentemente con el JSOC, describe cómo la CIA se esta convirtiendo en “un mini-Comando de Operaciones Especiales que pretende ser una agencia de inteligencia”. Más allá de todas las alabanzas que Petraeus ha merecido por su estrategia contrainsurgente y el “éxito” en Irak , su verdadero legado, según este agente diplomático de enlace, es el de haber sido un “instrumento político”, un facilitador de aquellos que dentro del aparato de seguridad nacional quieren que continúen las miniguerras encubiertas a escala global. Refiriéndose a la “mística que rodea al JSOC” y al almirante William McRaven, jefe del Comando de Operaciones Especiales, el mismo diplomático cuenta que “Petraeus estaba intentando recrear ese tipo de ambiente operativo en la CIA”.
“Petraeus quería ser McRaven, pero ahora es imposible... Estamos firmemente en la era McRaven. No hay otro jefe operativo que goce de la confianza del presidente que sea capaz de articular estrategias y defenderlas en las salas de crisis donde todo el mundo tiene la misma sino más capacidad intelectual. McRaven es todo lo que no es Petraeus.”
El coronel retirado W. Patrick Lang, un exalto funcionario de inteligencia militar, dice que la arrogancia de Petraeus –“cuidadosamente oculta bajo la apariencia del guerrero sabio”– le hizo muy impopular entre los oficiales de alto rango de las fuerzas armadas. Lang no sólo desecha la imagen de Petraeus como un “supersoldado” y gran líder militar construida por los medios de comunicación como “pura mierda”, sino que lo describe como el producto de un sistema de ascensos militares que anima a los generales a pensar en sí mismos como “elegidos por los dioses”. “De hecho, ni escribió el manual de contrainsurgencia COIN ni el aumento de tropas fue el elemento determinante en la mejora de la situación en Irak... Lo enviaron a Afganistán para aplicar la doctrina COIN de la misma manera que hizo en Irak, y no ha funcionado. Por lo tanto, si se mira debajo de la superficie de todas estas cosas, sólo hay un montón de aire caliente. Hay grandes generales, pero este chico no es uno de ellos.” Al llegar a la CIA, dice Lang, Petraeus “quería llevar a la Agencia en la dirección de las acciones encubiertas y ser un jugador importante”.
En cuanto al futuro de Petraeus, el diplomático de enlace del Departamento de Estado añade: “Tienen muchos beneficios esperándoles, a él y a su círculo inmediato de asesores, porque se les prepara un aterrizaje suave, ya sea académico o en los intersticios del complejo militar-industrial”.
El exalto funcionario de la CIA, Giraldi, muestra su preocupación de que, en estas circunstancias, “la CIA va a olvidar cómo espiar”. Asimismo, enfatiza las “consecuencias a largo plazo” de la militarización de la CIA: “En todo el mundo, la burocracia sabe cómo protegerse. Así que, una vez convertida la CIA en una organización paramilitar, habrá fuertes presiones internas para seguir adelante en esa misma dirección. Porque habrá personas en los niveles superiores de la organización que habrán ascendido así y querrán proteger lo que consideran su nicho. Ese es el gran peligro”.
Fuente: Miradas al Sur.
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