La Noche de los Cristales rotos. Aquella noche que se prolongaría, eterna y oscura, por casi siete años. El 9 de noviembre de 1938 se produce en Alemania y Austria la Kristallnacht, el pogrom ordenado por Hitler para acelerar, a través del fuego y la destrucción, la expulsión y desaparición de los judíos, juzgadas demasiado lentas en términos de la política puesta en marcha por el poder nazi a partir de 1933.
Más de 1000 sinagogas destruidas, 7500 comercios atacados e incendiados. Más de un centenar de personas asesinadas, 30.000 judíos arrestados y enviados a los campos de Dachau, Buchenwald y Sachsenhausen. Existieron tibias reacciones de indignación en el extranjero. En Alemania, el régimen hitleriano consideró la ausencia de protestas públicas y la indiferencia generalizada como una forma de aprobación tácita por parte de la población. Comenzaba entonces una nueva etapa en el proceso que culminaría con la “solución final”.
La Kristallnacht debe ser recordada en el contexto de aquellos tiempos. Está fuertemente atada a una serie de acontecimientos que la desbordan y la explican mejor que como pura y simple amenaza y ataque al judaísmo. No se la debe quitar del marco de la guerra, en medio de la incoherencia y la locura destructiva generalizada. La horrorosa agresión sufrida por los judíos alemanes y austríacos constituyó un ataque a un grupo humano profundamente integrado a la vida de ambos países durante muchísimos años. No debemos olvidar que si bien la larga noche comenzaba, el mundo ya estaba en llamas desde mucho tiempo antes. En 1936, había estallado la Guerra Civil en España. Previamente, en 1935, ya había ocurrido la invasión de Mussolini a Abisinia. Dos años después, en el ‘37, la invasión de Japón a China. En 1938, Hitler avanza sobre Austria, anexándola. El mismo año se proclama el Pacto de Munich entre Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia. Ello incluía la cesión a Alemania de los Sudetes y parte de Checoslovaquia.
En 1939, Alemania invade Checoslovaquia e Italia invade Albania. El 23 de agosto de ese mismo año se celebra el Pacto Germano-Soviético de no agresión. Ocho días más tarde, el 1 de septiembre de 1939, Alemania y la Unión Soviética invaden Polonia, quedando esta última dividida en dos. Poco después Alemania invade Bélgica, Francia, Dinamarca, Holanda e intenta entrar en Gran Bretaña pero fracasa, a pesar de la intensidad destructiva de sus ataques. El resto de la historia, o más bien de la tragedia, es bien conocido.
Me sigue desconcertando la vigencia de aquella convicción que aún hoy está en el centro de las esperanzas y de la sensibilidad ética modernas de que la guerra, aunque inevitable, es una aberración, y que la paz, si bien inalcanzable, es la norma.
Me animo a decir, desde mis 86 años, que lamentablemente, a lo largo de la historia, la guerra ha sido la norma, y la paz, la excepción.
* Intelectual y pedagogo. Sobreviviente de Auschwitz.
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