martes, 21 de diciembre de 2010

LOS "SIGNOS DE LOS TIEMPOS" QUE VIVIMOS







La imagen navideña de Jesús pobre nos alienta a buscar otro mundo posible, con lugar para todos, desde la sencillez cotidiana del amor, la justicia y el respeto por los demás.


En Navidad, Dios se compromete con la historia asumiendo la condición humana en Jesús, que nació, vivió y murió pobre; y es precisamente desde los pobres de la tierra que anunció una buena noticia de liberación, paz y justicia para todos.
Al acercarse esta celebración de fe que también es motivo de alegría y encuentro para nuestro pueblo, y al finalizar un nuevo año, en momentos de balance, queremos acercarles nuestro saludo fraterno y nuestra breve reflexión sincera sobre los “signos de los tiempos” que nos tocan vivir, porque creemos que allí Dios nos dice una palabra que debemos escuchar.
Ha comenzado este año la celebración del Bicentenario de la Independencia Nacional. La festiva celebración de nuestro pueblo que se volcó masivamente a las calles, con alegría y en paz, ha sido un signo de esperanza del Reino de Dios que está entre nosotros. La memoria viva de nuestra historia será siempre un motor que nos impulse a construir una patria de hermanos. Recordar los ideales que nos dieron origen, una nación latinoamericana donde todos somos hermanos/as e hijos/as de esta tierra, y reflexionar sobre nuestro proceso emancipatorio nos mantiene en guardia frente a los peligros que conlleva el ansia de colonización y conquista de los poderosos que, hoy como ayer, son una amenaza. Es necesario construir un proyecto de nación libre de toda opresión oculta o manifiesta, ya sea de imperios, países desarrollados o grupos concentrados, ya sea de argentinos que militan contra el país para hacer sus negocios con los poderosos; quizás debamos aprender a no pretender reflejarnos en el llamado “primer mundo”, que excluye y mata, sino en atrevernos a vivir esperanzados en una “civilización de la pobreza”, que hermana e integra.
Los tristes hechos vividos en Villa Soldati que se cobraron tres vidas, sumados a los muertos de la comunidad Qom por la represión policial en Formosa, la muerte de Mariano Ferreyra y la indiferencia criminal sobre los desmontes en Santiago del Estero, Chaco, Formosa y Salta, el desprecio por la vida de los vecinos cercanos a las minas a cielo abierto, nos entristecen y nos ponen alerta acerca de la tendencia frecuente a culpabilizar a las víctimas en los conflictos donde el verdadero verdugo es el lucro infinito y las políticas que favorecen a los explotadores o las élites. Los terratenientes que no respetan a los verdaderos dueños de la tierra, las empresas que se enriquecen a costa del trabajo precarizado o de la sobreexplotación de recursos y el olvido de los pobres sin techo y sin trabajo, como si ellos no existieran, son –en estos casos– raíces de desigualdad y violencia.
Que se haga aparecer a las víctimas como responsables de su desgracia, es un viejo mecanismo de dominación. Se intenta legitimar el poder del más fuerte con el argumento de que la violencia, la represión o la injusticia son inevitables porque la víctima se lo buscó o que a veces el “orden” es más valioso que la vida. “El que es pobre es porque no trabaja”, se dice. El que no tiene vivienda es porque no se preocupó de tenerla. El que ocupa una tierra es un delincuente. El inmigrante es un narcotraficante y les quita el pan a los argentinos. Al que no le alcanza el dinero es porque tuvo muchos hijos. Quieren convencer a toda la sociedad de que todos ellos son culpables por haber nacido y deben ser reprimidos o borrados del mapa.
Parecería que las autoridades del gobierno de Formosa, de la Ciudad de Buenos Aires o algunos otros rincones de nuestra Argentina, aspiran a un país sin indígenas, sin inmigrantes latinoamericanos, sin movilidad social ascendente, sin culturas de origen, sin gente de condición humilde. Un país a la medida de sus ambiciones. Es en este contexto que repudiamos la xenofobia, el odio de clase, el racismo, la violencia verbal; no queremos un país para pocos y repudiamos la cobardía de ignorar a los pobres. Y anhelamos una voz más firme de nuestros pastores que acompañan a las comunidades más postergadas.
La imagen navideña de Jesús pobre, cobijado por sus padres y el calor de un par de animales, nos alienta a buscar otro mundo posible, con lugar para todos, desde la sencillez cotidiana del amor, la justicia y el respeto por los demás. “Otro mundo posible” que sabemos que se va haciendo realidad en decenas de experiencias que surgen desde los mismos pobres a lo largo y ancho de nuestro país. El pesebre es el lugar desde donde Dios tiene una palabra para decirnos si somos capaces de escucharla.





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