El popular cantautor Víctor Heredia, cuenta que tuvo un gran año, donde no paró de viajar y dar recitales multitudinarios. Además, subraya la importancia de la gestión de un gobierno popular.
Cuando era chico, Víctor Heredia aprendía de memoria los versos de Yupanqui para cantarlos. Desde entonces, supo que lo que quería hacer era lo mismo que don Atahualpa: plasmar la realidad de su pueblo. Cuentan que su papá, un laborioso contador, escuchaba música y le facilitaba la tarea a su hijo. Así, un Heredia casi adolescente debutó en el escenario de Cosquín y se consagró como uno de los más grandes cantautores en la historia musical de América Latina.
Heredia sacó el año pasado un nuevo disco, Ciudadano, que fue la excusa perfecta para salir a recorrer algunos países. Estuvo en España, Francia, Israel, Colombia, Chile, Brasil y Paraguay. “Hicimos conciertos impensados, estuve poco en la Argentina. Fue un año extraordinario”, cuenta Heredia, tal vez asombrado, durante la charla que mantuvo con Tiempo Argentino.
–A veces da la sensación que te asombra que te vaya bien.
–Uno nunca se imagina a dónde te van a llevar las actuaciones, pero este año fue impresionante la cantidad de conciertos que tuve fuera de la Argentina. Tengo que agradecer mucho que estas canciones sigan teniendo vigencia en el recuerdo de la gente. Me sorprende llegar a Israel y encontrar un teatro lleno de gente que corea las canciones. ¡Y ahí no hay sólo público argentino, sino también público de muchas partes! Eso me parece increíble porque uno tiene conciencia de que las canciones tienen un sentido y un valor para la gente que vive en un país, y las ha escuchado y las ha cantado. Ese es el misterio de la música, que de golpe se cuela por cualquier rendija y aparece en cualquier lado.
–¿Qué te llevó a elegir este camino como trovador?
–En realidad, la clave está en por qué me inicié como artista. A mí me gustaba mucho Yupanqui. Mi papá lo tenía como un ídolo, entonces esa admiración la mamé desde muy chiquito, y dentro de ese cancionero fui descubriendo muchas cosas. Ya en la adolescencia, las canciones que admiraba tenían un sentido, tenían un compromiso, no sólo con el paisaje, así que siempre soñé con poder escribir desde ese lugar. Y me da la sensación de que no es casual que una de las primeras canciones que fue exitosa haya sido esa en la que se relata la vida de un hombre en soledad, un marginal, como “El viejo Matías”. Descubrí que es mucho más fácil escribir sobre lo que pasa en la sociedad que inventar. Uno no puede inventar una realidad, la realidad está ahí y me daba la sensación de que tenía mucho más sentido para mí y era más sencillo escribir sobre ella, que tener que inventar otra.
–Si mirás para atrás, ¿cómo ves a la música popular argentina?
–Hubo una época brillante y maravillosa, que fue la de los años sesenta y setenta. Un resurgimiento de la música que tenía que ver con la canción contestaria y la canción de compromiso. Después hubo un vacío en los años noventa, que tuvo que ver con la memoria colectiva de este país, porque muchos medios y muchas radios insistían en que no teníamos que cantar más estas cosas, que no tenían sentido porque eran parte del pasado. Había un discurso que le hicieron concebir a los jóvenes que éramos viejos o aburridos, y había otro discurso que decía que nosotros nos aprovechábamos de eso: que cantábamos esas cosas pero ganábamos dinero. Eso provocó un vacío tremendo, de concepto, de valor, de calidad en cuanto a las letras, porque los compositores que se escucharon en ese momento desde el punto de vista literario y musical fueron bastante mediocres. Ahora, y desde 2003, con la llegada de este gobierno popular que hace hincapié en los valores esenciales de la sociedad, se modificó, y los jóvenes comenzaron a echar una mirada muy especial y a encontrar algo en nosotros que les da alguna respuesta.
–¿Es difícil subirse a un escenario?
–Cuando estás solo en un teatro, lo que te pasa es muy íntimo, porque tenés la posibilidad de concentrarte y estás muy metido en el tema de la letra, la actuación y el sonido. No te ves. Pero en los festivales populares, en grandes escenarios, sabés que va a haber gente en todas partes y es ahí donde entendés la razón por la que estás subido a ese escenario. Me gritan “¡Negro gracias!”, “¡No aflojes!” y “¡No te olvides de nosotros!” A veces hasta te pasan papeles para que leas: por ejemplo, que la policía maltrató a un chico. Pero tiene un porqué el hecho de que la gente te grite eso, no escuchás a chicas que te están gritando, lo sustancial es lo otro. El tema es con qué historia subís a ese escenario. Porque lo que uno defendió toda la vida es eso.
–Se te nota contento con este gobierno, ¿qué te gusta de él?
–Lo sustancial es la integración de los jóvenes al compromiso social, o sea, si algo nos han dejado estos años, desde 2003 en adelante, con la figura de Néstor y todo lo que ha hecho Cristina hasta ahora, fue la creación de grupos no gubernamentales de lucha por la verdad y la justicia. Tengo imágenes guardadas en la memoria: Néstor bajando el cuadro en la ex ESMA, cantando con León y Serrat, o el discurso de Juan Cabandié. Tiene muchos logros que parece que la gente no lee, que tenemos la bandera del Estado puesta en el Correo Argentino, que tenemos otra vez a Aerolíneas Argentinas, la Asignación Universal por Hijo, el concepto extraordinario que es tratar de recuperar también a los trabajadores temporarios. Y sobre todo, es positivo que hoy se han desenmascarado algunos que defienden intereses corporativos, ellos son los que tienen un discurso viejo.
–¿Y qué te parece que falta?
–Creo que lo que falta es la inclusión: hay sectores que han sido degradados en los ’90 y fueron devastados, así que la tarea es muy difícil. La cultura del trabajo y la verdadera educación tienen que ser tomados en cuenta muy especialmente para esos sectores, para ayudarlos a subir peldaño a peldaño. Esto no tiene que ver sólo con un crecimiento económico que existe, pero hay que trabajar para que esos sectores tengan un lugar en la sociedad.
–¿Cómo recordás el día que entraste en la ex ESMA?
–Me pasaban por la cabeza los recuerdos de mi hermana María Cristina y su marido. Mi hermana estaba embarazada y es muy posible, nunca lo supimos, que ella haya estado allí. Así que cuando se abrieron esas puertas, entramos a ver qué era, y después cantamos allí para que eso se modificara y así poder transformar la muerte en vida. Sentí que era un momento trascendente. Fue muy cruento cantar allí. Tanto como la experiencia en el museo de guerras. Yo igual siempre prefiero abrir que cerrar puertas; un organismo como las FF AA no puede estar lejos de las expectativas populares del país. Y el esfuerzo lo tenemos que realizar los civiles, darles la posibilidad de que ellos piensen en consecuencia de la Constitución y la democracia, cosa que durante muchos años no se hizo dentro de las políticas liberales. Creo que formamos jóvenes militares que deberían tener un pensamiento distinto, que deberían alinearse dentro de lo que es el mandato civil y popular, porque para eso son un ejército.
–¿Pudiste reconstruir los últimos momentos de tu hermana?
–No tengo ningún dato. Cada vez que me encuentro con alguno de los chicos del equipo forense, pienso que capaz me dicen algo. Y también estamos a la espera de datos sobre mi sobrino, el nieto de mi mamá, porque María Cristina estaba embarazada en el momento en que fue secuestrada. Mi papá murió un poco después de la desaparición de mi hermana, no lo pudo soportar.
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