Por Martín Rodriguez y Federico Scigliano
¿Volvió la política? ¿Se vino el zurdaje? ¿Volverá la híper? ¿Vuelven Los Redondos? Al final, volvió la Crisis. Crisis not dead. La revista que enseñó a una generación a conciliar el sueño, que puso todo el corazón del arte y la cultura al rojo vivo de la política y que fue marca. Esta vez, bajo el signo de otros tiempos, haciendo preservar sólo la estela del nombre. Bajo el peso de una generación cuya genética ha nacido de la crisis. Hablamos con Mario Santucho, Hernán Vanoli y Enrique Orozco, algunos de los que tejen y destejen ese volver a empezar.
La historia reciente es sencilla: Susana Etchegoyen, una antigua militante de la Juventud Guevarista que también fue diputada del globo efímero del zamorismo después de 2001, tenía la idea de reeditar la vieja revista Crisis. Una revista que hizo historia en los 70, y que en los años 80 revivió no una sino tres veces con resultado irregular en el medio de una década de combustión económica. Entonces, a Susana se le ocurre llamar a Mario Santucho. Incluso ella ya había hecho el trámite legal necesario para disponer de la marca y poder sacar la revista, pero era como una brasa en la mano. Algo hermoso pero que se quería sacar de encima, en el mejor de los sentidos. ¿Por qué llamó a Mario Santucho? Porque participaba del Colectivo Situaciones, un grupo que fue un sello de la crisis de 2001, que ensayó como ningún otro una nueva forma de nombrar las cosas pasando en limpio el vocabulario de la lucha callejera, piquetera y horizontal que reflejó la resistencia más lúcida a la crisis. Esa intuición de Susana (¿en qué manos poner la vieja marca de “Crisis”?) fue audaz y sutil. Situaciones, como parte del magma militante de todo lo que rodea a 2001, fue quien más lejos llevó el ensayo de una nueva lengua política, a riesgo incluso de perderse en los fuegos fatuos de una producción crítica y teórica deslumbrada por las diversas formas que adquiría la fuerza social de lucha. El toninegrismo, el zapatismo, el autonomismo, la relectura incesante de la herencia de Cooke o el Che, de la lucha armada, todo bajo una sola nota coherente: desconfianza hasta la médula de todo ese sistema político corporativo de partidos. La irrupción del 2003 los abrigó de un modo sombrío: la crisis no desaparece. Muta. Se transforma. Sorprende.
¿Qué era “Crisis”?
La revista tuvo un período clásico en los años `70. Después, registra un período en los `80 que se divide en tres: primero la saca Vicente Zito Lema hasta que la hacen cerrar porque, horror, “cuando vino el Papa armó un número muy fuerte contra él”. Aún en esa época la marca la controlaba la familia de Federico Vogelius, un mecenas que originalmente había puesto la plata. Después llega la etapa de Eduardo Jozami que, según las versiones, la convierte en una suerte de órgano de la “Renovación Peronista”. Y la tercera versión ochentosa es la de Pedro Cazes Camarero. Todo parece absorbido por el agónico intento de aquella primera década democrática por dar vida a algún resto productivo de los años 70. Porque eso fue Crisis: una revista que nació en pleno 1973 y languideció en agosto de 1976, en los primeros meses de esa dictadura a la que no hace falta adjetivar más.
Dice Hernán Vanoli para ubicar el rastro difuso que dejó la vieja revista: “Yo la idea que tengo, si bien la leí fotocopiada en gran parte, es que era una revista que construía un lugar interesante en el cruce de lo que es la cultura y la política…”. No mucho más, y no lo dice cualquiera. Vanoli forma parte del colectivo editorial de la nueva revista junto a Mario Santucho, Enrique Orozco, Daniel Riera, Martín “El Rata” Vega, Diana De la Fuente y Martín Felipe.
Seguimos. Cuando convocan a Situaciones Mario cree que no daba como proyecto para el colectivo, y entonces lo conversa con el periodista Diego Genoud, y desde ahí empiezan a cranear la idea de construir un espacio donde se reunieran diferentes recorridos que, sugiere, “surgieron a partir del 2001 como punto de experiencia fuerte”. Así, ensaya el árbol genealógico de su generación y la motivación central de agarrar la herencia: que sea una revista generacional.
“Por un lado el surgimiento de HIJOS, a mediados de los `90, significó la aparición de otra generación en la política. Y después, el 2001, como acontecimiento político fuerte que organiza una manera de pensar tanto la crítica como la política, la crisis de representación. Nuestra idea, entonces, es tratar de unir diferentes recorridos en ese sentido, y ahí constituimos un colectivo editorial que más o menos expresa esos recorridos, con un grupo de gente de nuestra edad.” Todos giran alrededor de los 30.
Los muchachos no se hicieron tanto cargo de lo que era la revista, sino más bien la idea era empezar de cero. Sin embargo, ¿cómo procesaron aquella experiencia de revista exitosa del `70, en un clima actual donde parece que “todo vuelve”? Para Santucho lo más interesante que tuvo esa revista en su edad dorada “es que intervino en un contexto de politización muy fuerte no poniendo en circulación un discurso especialmente político, de jerga política. No participaba del tipo de discursividad política que era hegemónico en ese momento, que era la que producían las organizaciones políticas revolucionarias. Era muy política la revista y sin embargo ponía en juego otros discursos…” Es decir, se trata de la recuperación de una actitud que puede ser permanente ante la historia.
“No estamos pensando una reedición ni una vuelta a esa revista. Si sacamos Crisis hoy es porque permite una especie de piso desde el cual es posible construir algo. Si nosotros hiciéramos el esfuerzo de construir una revista nueva, de la nada, de cero, con un nombre nuevo, sería casi imposible poder proponer una publicación que tenga un espacio más o menos potencial…”
Agrega Vanoli: “Crisis eran muchas cosas inclasificables, porque no era muy periodismo, no era muy ensayismo, buscaba esa cosa híbrida, y me parece que esa tensión se nos reproduce un poco a nosotros en las discusiones que tenemos, sobre las notas, porque hay veces que salen cosas muy ensayísticas, salen cosas muy periodísticas, y siempre estamos como en el medio buscando eso. Esa incomodidad que había en Crisis es la que nosotros retomamos…”.
A Vanoli le interesaría que en Crisis estuviese la poesía de los `90 o la discusión de la narrativa, pero desde una mirada analítica, “no que aparezca una cosa ahí aislada, brillante, enceguecedora, que el que la agarra dice ‘¿de donde carajo salió esto?’. Y explica: “La idea es romper microclimas, ahí hay una especie de cosa intermedia, entre salirse de la cosa más coyuntural que ya está clara y polarizada, y también salir de los microclimas donde nos refugiamos, una cosa demasiado constituida, para armar algo intermedio que tenga capacidad de intervenir en la política, de alguna manera, y que también genere un espacio de intercambio, de composición y de contaminación de esos lugares donde se están produciendo cosas, pero cuando se encierran se quedan sin capacidad de afectar a la vida social y colectiva.”
Si esta nueva Crisis se va a instalar con el propósito de ser una revista cultural, entonces tendrá que entrar en el interminable diálogo con las revistas culturales argentinas y su historia. El mundo cultural patrio tiene una vasta tradición de revistas que fueron, al mismo tiempo, verdaderas máquinas de traducción cultural y de intervención en el canon literario. ¿Qué piensan de esto los nuevos Crisis?
H. Vanoli: “Para mi no hay que hacer eso, me parece que primero hay que plantearse el lugar y la función que puede llegar a tener la literatura en la sociedad, antes de seguir repitiendo maneras que ya fueron usadas en el pasado, cuando tal vez ,lo literario o la literatura tenían otra función o se le reclamaba otra función, por ejemplo, uno piensa en los `80, alfonsinismo, etc., un poco lo que se le reclamaba a la literatura era una misión muy ambiciosa: que reconstruya la cultura democrática, y después hay como una decepción muy rápida con eso, por toda esta cuestión de la video política que también es bastante exagerada por el campo intelectual. Y ahora hay un problema de base para hacer ese tipo de operaciones… Lo que es la nueva narrativa argentina no existe, son un par de antologías y nada más, no hay una unidad, una programática, ni estética ni política, es un reflejo un poco del tiempo, una expresión del tiempo, son todos tipos muy atomizados, que están luchando por sus egos personales, entonces, ponernos a construir en una revista un canon tan fuerte, me parece que sería una exageración, un gesto. Tal vez es más interesante agarrar una serie de obras y atravesarles una lectura. Para formar canon, la Facultad de Letras ya lo hace. En este primer número lo único que sacamos de literatura es una nota que hizo Santiago Llach sobre Anagrama como una entidad ideológica, un proyecto, qué significa que esté en Página 12, etc., pensar esas configuraciones más que pensar si está bueno el último libro de Bolaño, porque a mí me interesa más que hablar de Bolaño en sí, cómo es apropiada esa obra, qué debates genera…”
El aguante de los inmaduros
La vieja revista tenía un dossier. La nueva revista tiene un “Manifiesto” que, lejos de lo que parece, no está pensado en el sentido de manifiesto político que dibuja un cuadro de situación y hacia dónde hay que ir, sino que se trata más bien de una foto compuesta de cinco notas unidas por la consigna (“El aguante de los inmaduros”) que va ilustrando lo que se vivió (y que tuvo como sujeto y objeto a los jóvenes) este año en Baradero, en Bariloche, y la explosión política de los secundarios porteños.
El número incluye una entrevista fuerte a la socióloga boliviana Silvia Rivera, a la que Enrique Orozco llama “un diálogo en tensión con el gobierno de Evo Morales”. Y ahí aparece el debate sobre el Estado. “Diciéndolo burdamente –explica Enrique- se podría decir que la mina lo corre a Evo por una serie de lugares, lo corre desde la sociedad, hay como un destacado que dice ‘El estado no entiende mi lenguaje y yo no entiendo el suyo’, Silvia Rivera está obviamente comprometida con el cambio social, apoya lo que está pasando.” Y por reflejo de algún modo actúa como el lugar de conflicto en el que el propio colectivo editorial coloca al Estado. Como dice Santucho: “Asumimos que hay un problema en esa relación con el Estado y la política desde el Estado”, pero, concluye, “lo que pensábamos en el 2001 no es lo que pensamos ahora”.
El kirchnerismo, piensa con desganado humor uno de los dos cronistas, resulta una presencia relevante por su ausencia. Como los camellos del Corán, según la visión de Borges, cuya invisibilidad es la prueba más contundente de su presencia. Crisis es una revista que intenta concentrarse en un clima de época, parándose tanto sobre el piso de una historia (la historia de la revista) como en el piso de una situación y una acumulación histórica que ya soltó amarras con la historia de aquellos años. Y Santucho es conciente de ese proceso de fundido encadenado que se produce entre dos simbólicas: “para mi hay dos imágenes de la política en la Argentina, una en los `70 y otra en el 2001, hay dos imágenes de la política emancipatoria, de la radicalidad política como apertura de la posibilidad de una ruptura transformadora, que son los `70 y el 2001, la idea sería hacer una operación de vincular eso, pero con una vuelta de tuerca, y es que la prioridad la tiene el 2001, y se piensa la política desde el 2001 y se piensa incluso una genealogía y una tradición política desde el 2001. En ese sentido, hay una necesidad de invertir la operación kirchnerista. Porque repensando el kirchnerismo, creo que también hay que ver que los momentos de verdad política que hay que registrar para gobernar son los `70 y el 2001, pero para mí la prioridad discursiva kirchnerista son los `70. Y a nosotros, como generación, el 2001 fue lo que nos marcó políticamente. No nos marcaron los `70, nos marcó el 2001 como imagen de la política, como información genética de lo que es la política.
La nueva Crisis
En el editorial del primer número de la revista que sale este mes se dice casi todo lo que se puede decir sobre el pasado y el futuro. “Nos proponemos utilizar la fuerza que aquella historia conserva en la memoria de nuestros contemporáneos, como punto de partida para una creación sin garantías. Eso significa que el lector no encontrará en la nueva Crisis una reverencia especial a la Crisis del pasado. La aventura puede fracasar o puede conducirnos en un sentido innovador. Pero cualquiera sea el resultado, la apertura está determinada por una decisión: el ayer como recurso y archivo, no como meta ni medida.” Pero en algo este fundamento se materializa como decisión. Qué cambiar y qué conservar como propuesta de marca para el nuevo logotipo de la nueva revista. Diana De la Fuente, la diseñadora, describe la marca original: “De las muchas opciones disponibles para diseñar un logotipo, la revista Crisis de la década del ´70 decidió utilizar como logotipo la tipografía Clarendon. Esta familia tipográfica fue creada en Inglaterra a mediados del siglo XIX con fines publicitarios. En 1953 fue rediseñada por Hermann Eidenbenz, despertando un nuevo interés que, sumado a las tecnologías entonces disponibles, posibilitó la extensión de su uso a otros medios masivos como el editorial. De estilo egipcio-inglés y con una geometría marcada, presenta una particular relación entre los serif y las astas, y remates redondeados que la hacen una buena elección como marca visualmente memorable.” La decisión de Diana es la de re-pensar el logotipo. Y eso se debatió bajo un criterio: “procuramos un adecuado equilibrio entre conservarlo todo –que se nos presentaba como una actitud reverente y temerosa, que no correspondía con el partido conceptual de Crisis– y cambiarlo todo –una ruptura forzada, innecesaria e inconducente”. La tipografía elegida para esta reformulación se denomina Aurea. Fue diseñada en 1997 por el diseñador portugués Mario Feliciano basándose en la familia Clarendon (la utilizada en el logotipo de Crisis en las décadas del ‘70-‘80). “La variable itálica –dice Diana- aporta un nuevo dinamismo al logo, tanto por la inclinación diagonal como por la fluidez de sus curvas, especialmente en los remates y presentando una geometría menos rígida que la Clarendon original.” En definitiva trataron de conservar el espíritu de la marca original, “manteniendo su potencia visual y actualizamos su imagen con un repertorio de formas que intervienen en la época que nos toca manteniendo un importante nivel de referencia, interactuando con la memoria visual de aquellos que conocieron Crisis, ofreciendo una propuesta que interese a la vez a nuevas generaciones de lectores”.
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