Los debates que encendió no se apagan y su legado sigue siendo polémico.
Por Miguel Wiñazki
Moreno murió hace exactamente 200 años.
Pero no murió. Es un espectro vigente por razones profundas. Participó en debates que hoy crepitan cada día: el rol del periodismo, el “modelo económico”, la función de la cultura.
En el momento de su último suspiro, según su hermano Manuel, biográfo y apólogo, habría exclamado : “Viva mi patria aunque yo perezca”. Es natural que cuando alguien perece, su patria habrá de sobrevivirlo.
Lo dudoso y singular de esa enunciación, real o apócrifa, es el segundo fonema que la compone“aunque yo perezca”. No ha perecido Moreno. Vive en su complejidad y en la discusión nuestra de cada día.
Cuando “murió” en alta mar el 4 de marzo de 1811, los marinos ingleses que tripulaban la nave introdujeron su cuerpo yerto en una bolsa de lona con una piedra adentro para que descendiera rápido al fondo del mar. Lo envolvieron en la bandera británica. Lo arrojaron a las aguas y cantaron durante tres días y tres noches canciones fúnebres en inglés.
Mariano Moreno no habría desaprobado tal vez aquella liturgia. Escribió en La Representación de los Hacendados : “Deberían cubrirse de ignominia los que creen que abrir el comercio a los ingleses en éstas circunsancias es un mal para la Nación y para la provincia ”. Había trabajado para Alex Mackinon, que era el presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires, en los tiempos prerrevolucionarios del Río de La Plata.
Mackinon le encargó la redacción de La Representación de los Hacendados” . Moreno, fue el abogado de los propietarios de la tierra de la provincia de Buenos Aires que pretendían legitimar filosóficamente el viraje de la economía colonial, basada en la ignominiosa explotación del indios en las minas del Alto Perú, para organizar un sistema de producción agraria abriendo las compuertas de la exportación, antes cercada por los muros económicos de la Metropoli, que obligaba a todo productor a vender y a tributar a la Corona y a nadie más.
Mariano Moreno, era a la vez indigenista.
Había denunciado con valor y en detalle la impudicia de la mita, institucion colonial, (aprehendida en rigor por los españoles de los incas) y adaptada para operar como un corpus legal que habilitaba la condena del trabajo forzado para los colonizados nativos. “Impelidos por bárbaros ejemplos de la antigüedad, o más bien seducidos por los ciegos impulsos de su propia naturaleza, dudaron muchos sostener que los indios debían, según toda justicia, vivir sujetos bajo el penoso yugo de una legítima esclavitud”. Moreno fue un brillante conspirador ideológico contra el feudalismo colonial postrero y en simultáneo un hacedor de un modelo librecambista a la criolla: un esquema que ya no requería de masiva de la explotación indiana Ya en el poder, como secretario de la Junta Revolucionaria de 1810, fue el actor central de tres hechos cruciales en la historia argentina.
Fue el fundador de la Biblioteca Nacional. Fue el creador y el director de La Gazeta de Buenos Aires, y fue quien ordenó el fusilamiento de Santiago de Liniers. Las tres acciones muestran su altura como pensador del país por venir, y exhiben a la vez la complejidad de su personalidad política.
La Gazeta representa un hito, pero no configura un hecho unidimensional meramente destinado a la loa escolar y nada más. Fue un periódico y, como tal, propagando información, generó cultura política, discusión y conciencia. Pero a la vez, era el órgano oficial de un gobierno. Moreno no auspiciaba exactamente, pero sí ejercía la censura en los artículos que pudieran ofender los principios y postulados de ”nuestra augusta religión”, católica, o ante aquellas noticias inconvenientes a las tácticas políticas de la Junta; a las determinaciones del gobierno, siempre dignas de “nuestro mayor respeto”. La fundación de la Biblioteca es tal vez fuego que encendió a la Argentina mas brillante. Instalada sin embargo en Buenos Aires, la Biblioteca fue a la vez un cielo abierto a la cultura y también al centralismo intelectual porteño. El fusilamiento de Liniers, en simultáneo fue una decisión terrible y a la vez muy probablemente imprescindible. El francés era un héroe popular. Había acaudillado la resistencia contra los ingleses que habían invadido Buenos Aires. Los había vencido, él, junto al pueblo y a otros caudillos, como Alzaga o Pueyrredón. Era respetado y popular. Pero era contrarrevolucionario. Y, desde Córdoba, comandaba las milicias que se preparaban, para confrontar contra la Junta de Mayo.
Había que terminar con Liniers. Eso leyó Moreno. Y ordenó hacerlo.
Juan José Castelli lo obedeció. Y ejecutó al único enemigo interno con carisma suficiente como para constituirse en amenaza de la mutación sociopolítica que se iniciaba.
Gracias a Mariano Moreno, se inició y no se detuvo.
Pero no murió. Es un espectro vigente por razones profundas. Participó en debates que hoy crepitan cada día: el rol del periodismo, el “modelo económico”, la función de la cultura.
En el momento de su último suspiro, según su hermano Manuel, biográfo y apólogo, habría exclamado : “Viva mi patria aunque yo perezca”. Es natural que cuando alguien perece, su patria habrá de sobrevivirlo.
Lo dudoso y singular de esa enunciación, real o apócrifa, es el segundo fonema que la compone“aunque yo perezca”. No ha perecido Moreno. Vive en su complejidad y en la discusión nuestra de cada día.
Cuando “murió” en alta mar el 4 de marzo de 1811, los marinos ingleses que tripulaban la nave introdujeron su cuerpo yerto en una bolsa de lona con una piedra adentro para que descendiera rápido al fondo del mar. Lo envolvieron en la bandera británica. Lo arrojaron a las aguas y cantaron durante tres días y tres noches canciones fúnebres en inglés.
Mariano Moreno no habría desaprobado tal vez aquella liturgia. Escribió en La Representación de los Hacendados : “Deberían cubrirse de ignominia los que creen que abrir el comercio a los ingleses en éstas circunsancias es un mal para la Nación y para la provincia ”. Había trabajado para Alex Mackinon, que era el presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires, en los tiempos prerrevolucionarios del Río de La Plata.
Mackinon le encargó la redacción de La Representación de los Hacendados” . Moreno, fue el abogado de los propietarios de la tierra de la provincia de Buenos Aires que pretendían legitimar filosóficamente el viraje de la economía colonial, basada en la ignominiosa explotación del indios en las minas del Alto Perú, para organizar un sistema de producción agraria abriendo las compuertas de la exportación, antes cercada por los muros económicos de la Metropoli, que obligaba a todo productor a vender y a tributar a la Corona y a nadie más.
Mariano Moreno, era a la vez indigenista.
Había denunciado con valor y en detalle la impudicia de la mita, institucion colonial, (aprehendida en rigor por los españoles de los incas) y adaptada para operar como un corpus legal que habilitaba la condena del trabajo forzado para los colonizados nativos. “Impelidos por bárbaros ejemplos de la antigüedad, o más bien seducidos por los ciegos impulsos de su propia naturaleza, dudaron muchos sostener que los indios debían, según toda justicia, vivir sujetos bajo el penoso yugo de una legítima esclavitud”. Moreno fue un brillante conspirador ideológico contra el feudalismo colonial postrero y en simultáneo un hacedor de un modelo librecambista a la criolla: un esquema que ya no requería de masiva de la explotación indiana Ya en el poder, como secretario de la Junta Revolucionaria de 1810, fue el actor central de tres hechos cruciales en la historia argentina.
Fue el fundador de la Biblioteca Nacional. Fue el creador y el director de La Gazeta de Buenos Aires, y fue quien ordenó el fusilamiento de Santiago de Liniers. Las tres acciones muestran su altura como pensador del país por venir, y exhiben a la vez la complejidad de su personalidad política.
La Gazeta representa un hito, pero no configura un hecho unidimensional meramente destinado a la loa escolar y nada más. Fue un periódico y, como tal, propagando información, generó cultura política, discusión y conciencia. Pero a la vez, era el órgano oficial de un gobierno. Moreno no auspiciaba exactamente, pero sí ejercía la censura en los artículos que pudieran ofender los principios y postulados de ”nuestra augusta religión”, católica, o ante aquellas noticias inconvenientes a las tácticas políticas de la Junta; a las determinaciones del gobierno, siempre dignas de “nuestro mayor respeto”. La fundación de la Biblioteca es tal vez fuego que encendió a la Argentina mas brillante. Instalada sin embargo en Buenos Aires, la Biblioteca fue a la vez un cielo abierto a la cultura y también al centralismo intelectual porteño. El fusilamiento de Liniers, en simultáneo fue una decisión terrible y a la vez muy probablemente imprescindible. El francés era un héroe popular. Había acaudillado la resistencia contra los ingleses que habían invadido Buenos Aires. Los había vencido, él, junto al pueblo y a otros caudillos, como Alzaga o Pueyrredón. Era respetado y popular. Pero era contrarrevolucionario. Y, desde Córdoba, comandaba las milicias que se preparaban, para confrontar contra la Junta de Mayo.
Había que terminar con Liniers. Eso leyó Moreno. Y ordenó hacerlo.
Juan José Castelli lo obedeció. Y ejecutó al único enemigo interno con carisma suficiente como para constituirse en amenaza de la mutación sociopolítica que se iniciaba.
Gracias a Mariano Moreno, se inició y no se detuvo.
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