Fueron 18 horas dramáticas. Hasta que habló el Rey y los golpistas huyeron del Congreso.
Por Juan Carlos Algañaraz
“¡Quieto todo el mundo!”, gritó el teniente coronel Antonio Tejero pistola en mano y tocado por el tricornio charolado característico de la Guardia Civil. “¡Se sientan, coño!”, ordenó otro de los guardias.
El teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente en funciones, un militar de una extraordinaria vocación democrática y constitucional, se encaró con los golpistas que habían entrado a las 18.22 al Congreso de los Diputados, el 23 de febrero de 1981, y durante las 18 horas más dramáticas de la democracia española mantuvieron prisioneros al gobierno entero, gran cantidad de legisladores y a los principales jefes de los partidos políticos.
Dos guardias intentaron forzar al general para que cayera pero Gutiérrez Mellado se mantuvo firme y gritándole a Tejero para que cesara en su intimidación.
Se estaba votando un nuevo gobierno para consagrar presidente al dirigente Leopoldo Calvo Sotelo, que fue elegido después de la precipitada retirada de los golpistas, muchos de los cuales salieron por las ventanas.
Entonces llegó el peor momento. Los guardias comenzaron a disparar al aire destrozando el techo del edificio histórico. “¡Al suelo todo el mundo!”, volvió a gritar Tejero. Había una cámara de TV española, y un micrófono de radio abierto, que registraron estos momentos y los reprodujeron para España entera.
Fue el golpe de Estado más mediático de la historia .
Los miembros del gobierno en funciones de Adolfo Suárez, el gran protagonista de la transición democrática, desaparecieron de sus bancas. Menos tres que permanecieron impertérritos: Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y solo en la fronda de las bancas de la parte superior, el hombre más odiado por la derecha española: Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista.
Algunos guardias, metralleta en mano, subieron hacia donde estaba Carrillo. “¡Tírese al suelo!”, ordenó uno de los ellos. “¡De ninguna manera!”, respondió Carrillo quien ahora recuerda el momento a sus 96 años. Carrillo fue conminado a punta de pistola a seguir a los guardias. Todos creyeron, el dirigente comunista incluido, que lo iban a matar. Lo llevaron hasta la denominada Sala de los Relojes donde quedó en capilla.
“Aquel 23 de febrero podía haber terminado de muy mala manera pero por lo menos ha servido para que hoy estemos todavía en un régimen democrático”, precisó Carrillo ayer en el Congreso, junto al Rey, con quien se reunió a rememorar el “Tejerazo”.
Por la radio, los diputados y el gobierno se enteraron que el teniente general Jaime Milans del Bosh, había sacado sus tanques en Valencia, anunciado un decreto de estado de excepción y convertido en la única autoridad judicial y política por propia determinación.
En realidad, los golpistas se anularon unos a otros porque convergían tres tramas distintas: la de Tejero que quería un gobierno militar encabezado por Milans del Bosh, todo un ultra de mucho prestigio en las Fuerzas Armadas, el propio Milans del Bosh y el general Alfonso Armada, que había sido tutor del Rey.
Armada se presentó como el salvador, que quería negociar un acuerdo encabezando un gobierno con muchas figuras civiles apoyado por los legisladores sometidos a la fuerza. Tejero se indignó y no aceptó de ninguna manera esa alternativa.
Tejero, Milans del Bosh y Armada fueron detenidos a la mañana siguiente cuando todo se fue derrumbando rápidamente. El momento decisivo se produjo a la una de la mañana cuando el Rey salió por televisión y proclamó la lealtad de la corona a la Constitución y la democracia y su oposición al golpe.
El teniente general Manuel Gutiérrez Mellado, vicepresidente en funciones, un militar de una extraordinaria vocación democrática y constitucional, se encaró con los golpistas que habían entrado a las 18.22 al Congreso de los Diputados, el 23 de febrero de 1981, y durante las 18 horas más dramáticas de la democracia española mantuvieron prisioneros al gobierno entero, gran cantidad de legisladores y a los principales jefes de los partidos políticos.
Dos guardias intentaron forzar al general para que cayera pero Gutiérrez Mellado se mantuvo firme y gritándole a Tejero para que cesara en su intimidación.
Se estaba votando un nuevo gobierno para consagrar presidente al dirigente Leopoldo Calvo Sotelo, que fue elegido después de la precipitada retirada de los golpistas, muchos de los cuales salieron por las ventanas.
Entonces llegó el peor momento. Los guardias comenzaron a disparar al aire destrozando el techo del edificio histórico. “¡Al suelo todo el mundo!”, volvió a gritar Tejero. Había una cámara de TV española, y un micrófono de radio abierto, que registraron estos momentos y los reprodujeron para España entera.
Fue el golpe de Estado más mediático de la historia .
Los miembros del gobierno en funciones de Adolfo Suárez, el gran protagonista de la transición democrática, desaparecieron de sus bancas. Menos tres que permanecieron impertérritos: Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y solo en la fronda de las bancas de la parte superior, el hombre más odiado por la derecha española: Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista.
Algunos guardias, metralleta en mano, subieron hacia donde estaba Carrillo. “¡Tírese al suelo!”, ordenó uno de los ellos. “¡De ninguna manera!”, respondió Carrillo quien ahora recuerda el momento a sus 96 años. Carrillo fue conminado a punta de pistola a seguir a los guardias. Todos creyeron, el dirigente comunista incluido, que lo iban a matar. Lo llevaron hasta la denominada Sala de los Relojes donde quedó en capilla.
“Aquel 23 de febrero podía haber terminado de muy mala manera pero por lo menos ha servido para que hoy estemos todavía en un régimen democrático”, precisó Carrillo ayer en el Congreso, junto al Rey, con quien se reunió a rememorar el “Tejerazo”.
Por la radio, los diputados y el gobierno se enteraron que el teniente general Jaime Milans del Bosh, había sacado sus tanques en Valencia, anunciado un decreto de estado de excepción y convertido en la única autoridad judicial y política por propia determinación.
En realidad, los golpistas se anularon unos a otros porque convergían tres tramas distintas: la de Tejero que quería un gobierno militar encabezado por Milans del Bosh, todo un ultra de mucho prestigio en las Fuerzas Armadas, el propio Milans del Bosh y el general Alfonso Armada, que había sido tutor del Rey.
Armada se presentó como el salvador, que quería negociar un acuerdo encabezando un gobierno con muchas figuras civiles apoyado por los legisladores sometidos a la fuerza. Tejero se indignó y no aceptó de ninguna manera esa alternativa.
Tejero, Milans del Bosh y Armada fueron detenidos a la mañana siguiente cuando todo se fue derrumbando rápidamente. El momento decisivo se produjo a la una de la mañana cuando el Rey salió por televisión y proclamó la lealtad de la corona a la Constitución y la democracia y su oposición al golpe.
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