A 35 años del golpe, los nietos recuperados cuentan su historia. Sus testimonios impulsan el histórico juicio por el Plan Sistemático de Robo de Bebés. La vida con los apropiadores. El caso Noble. La herencia militante. Y cómo les explican a sus propios hijos lo que les pasó.
Por Jorge Repiso y Martín Mazzini
Llevan en el cuerpo una verdad que les duele. Algunos la tuvieron que enfrentar cuando todavía creían en las hadas y los monstruos. Otros, en la edad de la rebeldía –y se rebelaron defendiendo a sus apropiadores–. Alguno, incluso, cuando tenía toda una vida construida, aunque estuviera basada en mentiras. Casi no conocieron a sus padres, pero hoy –que varios crían a sus hijos– continúan luchando por sus ideales en un país distinto. Son –con sus parecidos y diferencias, sus virtudes y contradicciones– parte de una generación recuperada, que sigue buscando justicia. Victoria Montenegro, Paula Eva Logares, Carlos D’Elía y Francisco Madariaga comparten la larga mesa en la que las Abuelas de Plaza de Mayo anuncian la restitución de sus nietos apropiados, 102 hasta ahora, de un total estimado en 500. Tienen entre 33 y 35 años, los mismos que este 24 de marzo se cumplen del último golpe de Estado. Sus casos forman parte del juicio por el Plan Sistemático de Robo de Bebés, una deuda histórica, que empezó hace un mes y llevará al menos un año. –¿Cómo vivieron el primer día de juicio? Paula Logares: –Me pareció interesante compartir la sala. Entre ellos y yo no había vidrios ni nada. Estábamos ahí, tratando algo relacionado con nuestra niñez, y tenemos la edad de quienes los están defendiendo. Francisco Madariaga: –Algunos de los acusados entraron riéndose: Azic (apropiador de Victoria Donda) tiraba besos. Me pusieron a Videla dos asientos adelante. Estuve bien, pero al día siguiente no tenía ganas de nada. Victoria Montenegro: –Quedás como si te dieran una paliza. Cuando entraron, me dieron lástima. A Videla lo noté tan chiquito, poca cosa. No entiendo cómo sabiendo adónde están muchos de los que faltan, no se quiebran. Ya se están muriendo. Pero estaban convencidos de que jamás iban a ir presos. Debe ser una tortura estar allí sentados. Francisco: –Igual, la cárcel donde están (N. de R.: el penal de Marcos Paz) es un shopping. Mi apropiador se reúne con sus hijos biológicos dos veces por semana en el Hospital Militar. –¿Qué importancia tiene el juicio? Victoria: –Los militares son monstruos, pero fue la parte civil la que bancó ese golpe. (Ernestina Herrera de) Noble es un ejemplo. Y a quien la puso presa (el juez Roberto Marquevich), lo destituyeron. Francisco: –El robo de bebés es obra de los militares, que plantearon una tortura eterna y que sigue ocurriendo, para quienes aparecieron y para los que no. Y los tipos la están disfrutando. Nuestros padres no estaban preparados para que los torturen, pero los militares sí para estar presos. Victoria: –No estoy tan de acuerdo. Nunca imaginaron que las Abuelas iban a llegar adonde llegaron, ni que iba a existir el ADN. Además, estaban convencidos de que lo que hacían es un acto de amor. Ellos no ganaron porque jamás pensaron que íbamos a aparecer. Estamos acá para decir que no hubo una guerra, que fue un genocidio y que nuestros papás no están. Ellos me robaron mi historia, mi vida, todo lo que tuvo que ser y no será. –¿Sienten que sus padres lograron vencer a través de ustedes? Paula: –Hay un daño irreparable. Victoria: –Con amor, tiempo y esfuerzo se repara. No les quiero dar el gusto de que piensen que nos ganaron. Tengo chicos grandes y no quiero decirles que nos hicieron mierda. Paula: –Hago otra evaluación: recién ahora se empieza a cuestionar qué pasó con la sociedad civil y los grupos de poder. Tengo compañeros en el banco donde trabajo que me dicen “qué bueno que las Abuelas encuentran a sus nietos, a ver si las pobrecitas se dejan de joder”. Carlos D’Elía: –No es cuestión de ganar. Lo más importante es que sabemos la verdad. –¿Cómo reaccionaron al conocer su identidad? Carlos: –Acudí fue a Abuelas, aunque tenía el prejuicio de que estaban metidas en política y que iban a exponerme. También pensaba que iba a encontrarme con una carpetita diciendo qué pasó: una ilusión, pero ellas me orientaron para construir una relación con mi familia biológica. Conservo una relación con mi familia de crianza. Fue muy importante saber que no tuvieron que ver en forma directa con lo que ocurrió con mis verdaderos padres. Haberme adoptado como propio es un delito, pero no puedo ir contra lo que siento. Mi padre de crianza murió poco tiempo antes de que mi causa llegara a juicio oral y con mi mamá sigo teniendo una relación fantástica. Paula: –Tenía ocho años cuando volví con mi abuela. Un día, sin previo aviso, el juez me dijo que me estaba buscando. Después, me llevaron a su casa. Desde entonces, nunca me quise escapar. Les decía “papá” y “mamá” a mis apropiadores pero nunca pedí volver a verlos, por más que ellos querían y me esperaban a la salida de la escuela. Cada uno tiene su historia, y entre nosotros no nos cuestionamos nada de esto. Francisco: –Yo era el juguete del capitán Víctor Alejandro Gallo. Mi restitución ocurrió en febrero del año pasado: encontré a mi papá (Abel) vivo. No volví a tener relación con mis apropiadores y espero ansioso el día de la condena. Nunca me llevé bien con ellos y siempre tuve dudas: entraba más seguido a la página de Abuelas que a mi e-mail. Como todo ex represor, Gallo tiene una agencia de seguridad. Decidí enfrentar al psicópata que tan mal me había tratado, le pedí trabajo y, con este físico, me mandó de custodio de camiones: la mejor forma de desaparecer a alguien en democracia. Hasta estuve en un tiroteo: ese tipo mandó a matarme. El momento más lindo de mi vida fue cuando me dijeron que no era su hijo biológico. Sin violencia, no hubiese llegado a la duda. Victoria: –A mí me apropió en febrero de 1976 un coronel del Ejército, Germán Tetzlaff, jefe de tareas de El Vesubio. Era alemán, rubio, y mis papás biológicos salteños. Yo aseguraba que era hija del coronel y me peleaba con el juez, no aceptaba el análisis de ADN. –¿Por qué te resistías a aceptar la verdad? Victoria: –Me crié con la idea de que la subversión había perdido en el campo militar pero estaba ganando en lo ideológico. Cuando quise pedir la contraprueba del ADN, Germán me dijo que no era hija de ellos. Para mí, era el soldado ejemplar y heroico que me contaba de los operativos. Después de eso, aceptar que en un procedimiento había matado a mi madre, que había dado a luz con 18 años, te lleva un montón. Hasta el 2001, me seguía presentando como María Sol... y ya tenía mis tres hijos. Nunca rompí el vínculo con él, que murió, ni con su mujer Mary. –¿Qué les dirían a los jóvenes que dudan sobre su identidad? Carlos: –Los que estamos buscando hoy son todos adultos, muchos son padres. Victoria: –Ese es un problema. Si los militares no quisieron “entregar” a sus hijos apropiados, menos lo van a hacer teniendo nietos. –¿Cómo viven el caso Noble? Francisco: –Cuando muera Ernestina, los chicos van a querer saber la verdad. Paula: –Es sumamente complicado. Puede que haya una presión por el poder. Pero debe haber otro factor: sus rasgos de crianza, cómo fueron mantenidos y educados, con qué discurso vienen de su hogar. ¿Qué pasaría si aceptaran el apellido verdadero, accederían a todos los bienes? Francisco: –Está en la psiquis de cada uno. Yo era una personita que encaró a un tipo con un prontuario monstruoso porque era la única manera de saber quién era. Ellos no se manejan por la vida con la libertad con que nos manejamos nosotros. A Felipe se lo ve con más ganas de poner el brazo (para el análisis de sangre), de saber, que a ella. Carlos: –Lo más importante es que existe una familia que los está buscando y que tiene todo el derecho de saber la verdad. –¿Sienten que la militancia juvenil reivindica la lucha de sus padres? Carlos: –Todos los jóvenes, involucrados o no en política, podemos hacer cosas desde nuestro metro cuadrado para ayudar al que está al lado nuestro en el barrio o el trabajo. Victoria: –Nosotros llevábamos los ideales de nuestros padres en la sangre. Bastaba que recuperáramos la identidad para retomarlos. Ahora seguimos esa lucha, aprendiendo de los errores. Paula: –Yo no sigo la lucha de mi viejo porque a mí me pasaron un montón de otras cosas. Estoy en otro momento histórico. Francisco: –Hoy la juventud está participando. En cambio, la gente mayor sigue teniendo miedo. Victoria: –El compromiso de este gobierno en materia de derechos humanos instaló la discusión sobre aquella juventud y sus sueños. Tenemos por primera vez un Estado que a la juventud le brinda todo, a diferencia de la generación de nuestros padres. Francisco: –Mi mamá trabajaba en salud reproductiva en la villa La Cava y nosotros hoy entramos a la villa para que salgan del paco. Victoria: –Por primera vez, los argentinos sentimos que este país es nuestro hogar. Venimos de años de sometimiento. Nuestros viejos dijeron: “Empecemos a pensar” y los barrieron. Los podrían haber matado, pero los hicieron desaparecer porque los aterraba la pasión que tenían. Cuando abrazamos la causa del proyecto nacional y popular, lo hacemos como abrazamos a nuestros hijos, porque es su futuro. –Tres de ustedes son padres. ¿Cómo les explican a sus hijos que fueron apropiados? Carlos: –Siempre detesté la mentira. Cuando descubrí mi identidad, para mí se amplió mi familia. Traté de sumar afectos, no de restar, y me salió bien. No todos pudieron hacerlo y en muchos casos era imposible. Pero todos tenemos dos viejos, no cuatro. ¿Cómo explicarles a mis hijas –de 10, 5 y 2– que tenía “papás del corazón” y papás? Un día salí a caminar con mi hija mayor cuando tenía seis, la más chica iba en cochecito. Y me preguntó qué les había pasado. Traté de explicarle que había una generación que luchaba por cambiar América y muchos pensaban que eran peligrosos. En el plano personal, que me querían mucho, no me abandonaron y tuve suerte de haberme criado con Carlos y Marta con mucho amor. Esto generó confusión en ella y me di cuenta de que la confusión la tenía yo. Paula: –Tengo dos hijas, de 8 y 9 años, y voy con la verdad. Siempre me dijeron las cosas como fueron. La verdad puede ser fuerte, pero no lastima. El daño ya está hecho. Lo más difícil es hacerles entender la figura del desaparecido, algo que no ocurre en otra parte del planeta. Victoria: –Mi verdad era que Germán era mi papá y cuando venían a mi casa a traer las citaciones judiciales les explicaba: “A tu abuelo lo persiguen porque era un soldado que luchó contra la subversión, hay una guerra que sigue...”. Después, les cambié toda la historia: de ser heroico pasó a ser un represor. “¿Y quién es el malo?”, preguntaban. Cuando apareció todo esto les dije: “Es terrible, no lo entiendo pero vamos a procesarlo juntos”. Me siento culpable. Los dos mayores tienen un montón de cosas en la cabeza. El de 18 es capaz de defender a Videla en la mesa. El más chico creció con la verdad y lo veo pleno. Carlos: –Ellos la tienen más clara que nosotros. Hay que hablar con los chicos, que crezcan con la verdad. Producción: Deborah Maniowicz
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