La antropóloga social Silvia Hirsch trabaja desde hace 20 años sobre identidad, género y organización política en diversos pueblos originarios. Y se convirtió en especialista de un aspecto poco conocido de las comunidades indígenas actuales: su vida cotidiana. El embarazo, la maternidad, las posturas sobre el aborto, los métodos anticonceptivos. La organización familiar, los papeles del hombre y la mujer. La educación y la relación con las nuevas tecnologías.
Por Natalia Aruguete y Bárbara Schijman
Por Natalia Aruguete y Bárbara Schijman
–En Mujeres indígenas en la Argentina: cuerpo, trabajo y poder, examina el modo en que se construyen y compatibilizan las prácticas ligadas a la maternidad, el trabajo y el rol de la mujer en la toma de decisiones. ¿Qué peculiaridades encontró en la mujer indígena?
–Trabajo con el grupo chirigua –aunque ellos se autodenominan guaraníes–, en las tierras bajas del noroeste argentino, en Salta y Jujuy. Por un lado, uno encuentra que la mujer tiene un enorme protagonismo dentro de su sociedad, a todo nivel: en la toma de decisiones, en la agricultura, en la economía doméstica. Lo que no tiene, aunque esto está cambiando gradualmente, es una posición en la esfera política de la comunidad. Hay una diferencia entre el poder como lo concebimos nosotros, relacionado con la función pública y el estar afuera, y lo doméstico, comunitario y familiar, donde sí se ve un mayor protagonismo de la mujer.
–¿Una distinción entre los ámbitos político y cívico?
–La mujer puede estar enterada y tener una autoridad moral, pero muchas veces no ocupa cargos políticos. Sí tiene un rol muy importante en lo económico, ahí son fundamentales. Las mujeres salen todos los días a vender el producto agrícola, a hacer comercio transfronterizo, son las que traen recursos a la casa. También los hombres, pero ellas lo hacen fuertemente. Quizás esa misma mujer no ocupe un rol en el espacio político por una serie de conceptualizaciones culturales y propias, aunque ha ido cambiando, tanto por la influencia de la sociedad nacional, de las ONG, como del Estado, que influyó para que la mujer pueda tener acceso a cargos políticos.
–¿Cuáles son esas cuestiones culturales que están tan arraigadas?
–El cargo político, en algunos casos, es hereditario por línea masculina. En algunas comunidades está la idea de que las mujeres no hablan bien castellano o son tímidas y que no van a poder hacer trámites. Lo otro es el cuidado de los chicos y el espacio doméstico. Un cargo político implica desplazarse, salir de la comunidad, hacer una serie de cosas que son difíciles para mujeres que tienen muchos hijos. Además, hay estructuras comunitarias que limitarían eso. Pero se ve un cambio interesante en la generación joven.
–¿De qué tipo?
–Hay muchas chicas ingresando a secundarios y terciarios. Cuando empecé a hacer trabajo de campo hace 25 años no se veía una sola mujer indígena en el secundario. Muchas son madres muy jóvenes. Pero sus propias madres las están apoyando, cuidándoles a sus hijos para que puedan seguir estudiando. Los hombres también están cambiando: sus maridos jóvenes las apoyan para que estudien. La educación está altamente valorada. Entrevisté a muchas mujeres mayores a las que sus padres les decían: “¿Para qué vas a ir a la escuela? La escuela no sirve para nada. Lo único que sirve es trabajar la tierra y hacer lo mínimo de primaria”. Esas mujeres han cambiado. Ahora dicen: “En realidad, te sirve, te abre puertas, vas a poder conseguir un trabajo mejor, no vas ser pobre”.
–¿Esta apertura al cambio proviene también de parte de los hombres?
–Sí, enormemente. Igual, la Argentina está atrasada en comparación con otros países de América latina, en cuanto al acceso de indígenas a la educación superior. Pero se ve cada vez más un enorme deseo de terminar la secundaria y de ser terciario y universitario. Hay demanda de becas para poder perfeccionarse. Como me dice siempre un guaraní: “Nosotros queremos ser guaraníes, pero modernos; queremos también poder conjugar la identidad, la lengua, con las prácticas consideradas modernas, como el uso de la computadora, el trabajo de otro tipo, de otro prestigio, el trabajo profesionalizado, y no tener que ser identificado como ‘ah, sos indígena, dedicate al monte o a la tierra’”.
–¿Qué rol juega el Ministerio de Educación en este proceso?
–Hubo cambios muy importantes en los últimos años, en la legislación en torno a la educación intercultural bilingüe, a la defensa y a darle más protagonismo. Las becas están surgiendo, pero son circunstancias muy complejas. La posibilidad de que un indígena que se ha formado en una secundaria en un espacio rural o en una pequeña ciudad del interior pueda competir para ingresar a una universidad es difícil. Y darle continuidad también es difícil, porque las carreras universitarias en la Argentina son muy largas, para una mujer es doblemente complejo por la maternidad. Las chicas empiezan con muchas ganas un terciario y tardan muchísimo, porque en el transcurso de tres o cuatro años ya se embarazaron dos o tres veces.
–¿Cómo ve las prácticas y los saberes en torno de la salud sexual y reproductiva?
–Todo lo que tiene que ver con la reproducción viene por una transmisión materna muy determinante. En casi todos los grupos indígenas de la Argentina hay momentos muy ritualizados en el ciclo de vida de la mujer. La llegada de la primera menstruación es algo ritualmente marcado. En general, contemplan un período de encierro. Cuando a la chica le viene la menstruación, lo primero que tiene que hacer es avisarle a la mamá, la abuela o la tía. La madre la encierra en la casa tres días, le da una dieta, acompañada de una serie de restricciones. Son factores míticos y creencias que protegen el cuerpo de la mujer, es un momento delicado, de cambio. El flujo menstrual es considerado peligroso para la mujer y para los otros. Además, es una marca de la transición. Después de esto ya estás lista para ingresar a la sociedad como futura madre, como parte del grupo de la comunidad de mujeres adultas. Ahora, todo esto ha cambiado muchísimo con la escolaridad, los cambios culturales, los medios y demás. El año pasado inicié un estudio financiado por el Ministerio de Salud en el que indagué acerca de los procesos reproductivos.
–¿Qué arrojó el estudio?
–Más del 90 por ciento me contó que tuvo un período de encierro durante la menarca, restricción alimentaria y demás. Después de eso, la sexualidad es vivida de forma muy natural. Por supuesto que incide la religión en algunos casos, pero la maternidad está altamente valorizada. Ahora hay un mayor índice de lo que nosotros llamaríamos el embarazo adolescente y fuera del marco de la unión conyugal, pero esto está aceptado por muchas familias porque está valorizado el ser madre. Y además esa criatura que llega va a ser cuidada por todo este entorno de abuelas, madres, tías. Sí empieza a darse un cambio interesante en la Argentina que tiene que ver con todos los programas de salud pública, el uso de métodos anticonceptivos. Hay métodos anticonceptivos tradicionales de la farmacopea nativa, como las plantas, que las mujeres conocen y usan, pero empiezan a ingresar los métodos anticonceptivos, tales como inyecciones o pastillas, que las chicas empiezan a incorporar.
–¿Cómo se incorporan culturalmente los métodos anticonceptivos?
–Desean empezar a regular los embarazos. Es decir, hay fuertes deseos de ser madre pero no tan seguido, por querer estudiar o necesitar trabajar. Se ve mayor demanda en el sistema de salud público, que ha mejorado en la Argentina gracias al Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable.
–¿Cuál es la posición de la mujer indígena respecto del aborto?
–Conocen la interrupción, a través de cierta farmacopea que produce una interrupción. Está la práctica de recurrir al Misoprostol, que también se usa en Buenos Aires, no es la mejor forma. Van a Bolivia y compran estas pastillas, que son muy baratas. Lo que encontré en las entrevistas es que preferían no hacerlo. Estaban en contra de la interrupción del embarazo, no tanto por la incidencia de la Iglesia, sino por la valoración de la maternidad. También por temor a las consecuencias a una interrupción mal hecha. Muchísimas de las chicas no quisieron responder preguntas sobre lo que piensan al respecto. El 100 por ciento lo consideró peligroso para la salud de la mujer.
–¿Tienen conocimiento del debate en torno de la despenalización?
–No, porque eso implicaría conocer derechos sexuales y reproductivos y no los conocen. Incluso, tampoco existe salud preventiva. Entrevisté fundamentalmente a mujeres jóvenes, de 12 a 29 años, pero también a mujeres mayores. Diría que el 90 por ciento no se había hecho nunca una revisación ginecológica. Solamente lo habían hecho mujeres que habían tenido un problema específico de salud, y en una zona del país donde está registrado que hay una altísima incidencia de cáncer de cuello de útero. Siempre han dado a luz tradicionalmente en su casa, con curandera o partera. El parto hospitalario aparece fuertemente en las últimas dos décadas. Son zonas del país bastante relegadas, aunque hay presencia de salud pública extendida a través de las postas sanitarias, hospitales zonales, hay campañas de vacunación y hay mucho seguimiento a la embarazada y cuidado materno-infantil. Pero esto de pensar el cuerpo como algo que uno previene no es parte de la cultura.
–¿Ha podido detectar situaciones de violencia de género?
–Hay muy baja incidencia de violencia sexual entre indígenas. Hay mucho respeto. Hay violencia doméstica innegablemente, bastante vinculada al alcoholismo, muy prevalente en muchas comunidades y que ha aumentado en los últimos años. Hay comunidades con bajísima incidencia de violencia de género, o nula. En la cotidianidad hay bastante complementariedad entre el hombre y la mujer, especialmente en la agricultura, que demanda un trabajo complementario; el hombre siembra y la mujer cosecha, la mujer después almacena, entre ambos preparan, desgranan. Se observan cuestiones que acá no vemos, todo ocurre dentro de esta unidad doméstica. Hay sociedades indígenas en las que hay hombres que no harían ciertas cosas, como lavar la ropa o cocinar, porque no es parte de lo que ellos consideran su cultura. Pero en el cuidado de los niños se ve mucho la presencia de los hombres.
–¿Cómo se da la comunicación de los chicos indígenas en la escuela?
–Es un tema enorme. En la Argentina hay, por lo menos, doce lenguas distintas, con distinto nivel de vitalidad. Existen comunidades donde la lengua se ha perdido completamente, solamente la hablan los mayores y los chicos no la entienden. Hay otros contextos donde entienden la lengua un poco, y contextos en los que los chicos son bilingües, o hasta monolingües, como las comunidades wichis, tobas, qom, guaraní de Misiones, donde la lengua materna es la lengua nativa. En estos casos, el ingreso a la escuela es muy problemático, porque el chico no habla castellano. Hay que contemplar estas situaciones diversas. Hay provincias donde hay un fuertísimo mantenimiento de la lengua nativa. De todas maneras, en la Argentina existe, aunque con muchos problemas, educación intercultural bilingüe que posibilita que el chico vaya a la escuela y tenga un maestro indígena en el aula.
–¿Cómo es la relación entre estas comunidades y el Estado?
–Muy compleja. Muchas veces, muy tensa. Fundamentalmente por la tierra, uno de los temas más importantes. La falta de acceso a la tierra y la negación histórica que ha tenido el Estado argentino hacia los pueblos indígenas como ciudadanos legítimos de esta nación con todos sus derechos. Esto ha llevado a situaciones de tensión constante. Hemos vivido lo que ha ocurrido en los últimos meses en la comunidad La Primavera, en Formosa, con la muerte de un miembro de la comunidad qom. Hay una relación de tensión con el Estado y también una relación de necesidad de la presencia del Estado, en cuanto a salud pública, educación, acceso a planes sociales. El Estado ha ingresado en comunidades y ha desestructurado sistemas de organización política locales para imponer nuevos sistemas, desprestigiando los anteriores. Hay un Estado que trata de implementar prácticas democráticas, que reconoce que hay diversidad étnica, que reconoce los derechos humanos. Pero al mismo tiempo, pienso que en el futuro va a haber cada vez más tensión y conflicto por el tema de la tierra.
–¿En qué advierte este reconocimiento a la diversidad?
–En el reconocimiento a una educación intercultural bilingüe, en ciertas instancias de salud y de prácticas de salud alternas. También en la presencia pública y en el reconocimiento a los derechos humanos; eso ha mejorado. Es decir, si lo que pasó en La Primavera hubiera ocurrido hace 40 años quizás habría pasado desapercibido o habría sido invisibilizado. En la Argentina hubo masacres, situaciones prácticamente de genocidio, como la Campaña del Desierto, la Campaña al Chaco, y que tardaron tantos años en pensarse y elaborarse.
–¿Por qué considera que estos conflictos se van a incrementar en el futuro?
–Por el tema de la tierra. Porque existe una presión sobre la tierra por el proceso de expansión de la soja y otros cultivos para la agroindustria. Eso va a avanzar y va a empezar a empujar aún más. Los indígenas ya estaban empujados y arrinconados. Esto va a ejercer mucha más presión sobre sus tierras por el hecho de que algunos grupos indígenas viven en tierras que tienen recursos naturales. Lo mismo ocurre con la minería. Entonces se va a ejercer mucha presión. Pero los propios indígenas ya están organizados y eso es lo que va a generar procesos de conflicto.
–¿Cómo evalúa la cobertura mediática que recibió el caso de La Primavera?
–En general ha mejorado mucho la cobertura de los pueblos indígenas respecto a lo que se veía antes. También hay una distinción entre los medios locales, provinciales y alternativos. Creo que se le ha dado una cobertura importante y significativa. Todos los diarios, al menos en el caso de Buenos Aires, lo han cubierto. En la conferencia de prensa del cacique de La Primavera participó gente como Pérez Esquivel, es decir que tuvo un protagonismo muy importante. Acá hay un cambio que merece ser mencionado. Por un lado, es incomprensible que haya pasado esto en el año que estamos viviendo en el país; al mismo tiempo, se le dio la importancia que merecía.
–¿Cómo es la mirada del afuera hacia las comunidades?
–Otra vez tenemos que hablar de esta diversidad. Hay comunidades que son básicamente barrios alrededor de ciudades como Rosario, Resistencia, Tartagal. Allí hay una relación mucho más fluida, por supuesto, de discriminación, de tensión de clase social y étnica, pero que está mucho más presente la relación del entorno. Después hay comunidades rurales muy alejadas, en El Impenetrable, en zonas de Salta, en el Chaco salteño, va a depender mucho de eso. A pesar de lo que se dice sobre la ausencia del Estado –que está ausente en muchos lugares–, el Estado también está, aunque defectuosamente, a través de la salud pública, de las escuelas, de la posta sanitaria.
–¿Y desde las comunidades hacia el afuera?
–Hay una necesidad muy grande de que ingrese el Estado y un cuidado también hacia qué es lo que este avance les está produciendo. La presencia del criollo, el blanco, que ha arrasado con ellos, los ha discriminado, les robó tierras, los explotó laboralmente. Hay una historia de eso que está muy fuerte en las narrativas. Hay siempre una cuestión de desconfianza. En situaciones de marginalidad se necesita la presencia del Estado. En algunos lugares quien estuvo presente fue la iglesia. Las iglesias anglicana, evangélica, católica, que tuvo muchísima presencia y una incidencia muy fuerte y que, en cierta medida, protegió a algunas comunidades del avance del afuera.
–¿Cómo perciben el modo en que los medios reflejan sus reclamos?
–En general, la mayoría de los medios no suele cubrir a los pueblos originarios de una manera fehaciente, acertada. Está siempre esta cuestión de la generalización. Es increíble que estemos en 2010 y todavía se desconozca tanto sobre los pueblos indígenas. Si bien en la Argentina los textos escolares se actualizan muchísimo, siempre hay una mirada hacia el pasado, el indígena fosilizado, ahistórico, que vive en el monte, que es tradicional. En ese sentido, tendría que haber una revisión, una autocrítica muy importante de los medios acerca de cómo son representados. Siempre con la imagen del indio pobrecito, explotado, oprimido... es cierto, está la opresión y la marginación, pero sin darle la suficiente capacidad de empoderamiento y presencia. Los pueblos indígenas están desarrollando sus propios medios de prensa indígena, blogs, radios, reclamando su propio protagonismo y su manera de representarse a sí mismos. Surgen desde ellos mismos para decir: “así es como queremos estar representados”.
–En ciertos aspectos parecieran estar más avanzados que el resto de la sociedad...
–-En las comunidades rurales se ve mucho espacio de unión y encuentro familiar, muchas horas del día dialogando, tomando mate. Ahí es donde aparece todo esto de la transmisión cultural. Y el de afuera dice: “qué callados que son”. Pero no, dentro de ese espacio comparten, al lado del fuego, hablan, ahí está el meollo de la cultura, esa transmisión de saberes, de prácticas, de símbolos. Hay una fuerte relación generacional, de chicos con sus abuelos. Todo lo que tiene que ver con la construcción identitaria también es sumamente compleja porque todos vivimos múltiples identidades, identidad de ser mujer joven, estudiante, madre, viviendo en un barrio indígena, marginal, siendo descendiente de indígenas. Estas múltiples identidades confluyen y forman a la persona. A veces de manera difícil, conflictiva, tensa. No hay una identidad indígena así estructurada. Ellos viven esta idea que uno me decía: “Queremos ser guaraníes y modernos, queremos ser múltiples cosas”. Y lo son, de hecho, múltiples, atraviesan múltiples identidades.
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