miércoles, 2 de marzo de 2011

RODOLFO GARCÍA RITMO ETERNO


El ex baterista de Almendra no dudó cuando Teresa Parodi le propuso incorporarse al equipo del Espacio Cultural Nuestros Hijos. “Para mí es un honor tremendo trabajar en un lugar dirigido por las Madres de Plaza de Mayo”, afirma.

Por Gloria Guerrero


Parado en la puerta de Libertador y Deheza, no cualquiera tiene el aguante de entrar. Pero tiene que entrar. Y tiene que caminar hasta el fondo, hasta donde está el Espacio Cultural Nuestros Hijos. Rodolfo García, cocoordinador del Area de Música del ECuNHi, pasa ahora las rejas de entrada de Libertador, atraviesa el “control” (un chico relajado sobre una silla, con auriculares puestos) y señala la enorme garita de cemento a nuestra izquierda: “Ahí había una cadena que cruzaba esta calle, ¿ves? Cada eslabón tenía el grosor de dos puños. Todo Falcon daba una contraseña que se cambiaba día a día; la cadena bajaba al ras del asfalto y pasaba el auto: en cada baúl había una persona, supongo”. Esto era la ESMA, donde ocurrió gran parte del genocidio argentino entre 1974 y 1983. “Apenas entré a trabajar al ECuNHi –recuerda el ex Almendra–, salía de acá al anochecer y no me bancaba caminar por estas calles. Me daba miedo. Ahora ya no. Lo que nunca hice fue la visita guiada (se refiere a los viejos calabozos, cuyas visitas, incluso en inglés, se solicitan vía web en espacioparalamemoria@buenosaires.gov.ar). Algún día voy a hacerla.”
Pero esto ya no es la ESMA. Y casi al fondo de todo, se dijo, el ECuNHi ocupa el predio de lo que alguna vez fue el Liceo Naval. “Lo que hoy es uno de nuestros escenarios fue un hangar, un galpón en donde se desarmaban motores de barcos o aviones, para que estudiaran los cadetes. Había una grúa enorme, que corría sobre rieles, y la transformamos en una especie de puente para colgar luces que iluminan el escenario. Atrás, en la grada de cemento, está pintada escalón por escalón la imagen de El Eternauta; es obra de los abuelos del Taller de Plástica, que quedará por siempre. En este auditorio caben unas quinientas personas sentadas.”
–Su trabajo en el área musical del ECuNHi llega luego de décadas en diversas secretarías de Cultura de la Ciudad y de la provincia, y hasta de una notable actividad en el Sindicato Argentino de Músicos en tiempos peligrosos, cuando usted aún estaba en sus veintipico y no mucho después de la disolución de Almendra...
–Fue una época muy difícil. Uf... En el gobierno estaba Isabelita y fui miembro del Consejo Directivo del Sadem, que por entonces tenía su sede del otro lado de la plaza del Teatro Coliseo, sobre Paraguay, en un edificio inmenso y hermoso que Evita le había regalado al gremio. Ahí se había creado una lista de unidad muy interesante, la Lista Oro, en la que estaban representados todos los sectores: desde los tipos que tocaban en los cabarutes hasta los músicos de las orquestas sinfónicas, pasando por los artistas de rock, folklore o tango. Y era una lista tremenda: Santiago Giacobbe como presidente, Litto Nebbia como vice, y además Roque Narvaja, Horacio Corral de Buenos Aires 8, Juan José Mosalini, Enrique Masllorens... Habían ganado las elecciones previas y, para las próximas, la idea había sido rotar los nombres, simplemente. Recuerdo que nuestra lucha era contra lo que llamábamos “la burocracia sindical”; el ministro de Trabajo de entonces, Ricardo Otero, vinculado con la UOM, nos volvía locos: nos anuló las elecciones que habíamos ganado y lanzó una resolución por la cual cualquier persona que en algún momento de su vida hubiera tocado un instrumento podía votar en el Sadem, previo pago de una cuota. E hizo llamar a nuevas elecciones. Entonces venían tipos a la Tesorería con un listado larguísimo, para habilitar gentes que no estaban en la profesión y que de golpe pagaban cientos de cuotas, y se repitió la elección... ¡pero volvimos a ganar! Mirá: el trabajo del sindicato siempre ha sido arduo, no es cantar una zamba...
–Pero entonces era más arduo todavía.
–Nuestras reuniones se concentraban en asuntos bien gremiales, como que “a cierto baterista de un cabaret no le habían pagado su quincena”. Pero para eso teníamos que reunirnos en casas particulares y en forma clandestina. ¿Sabés qué hacíamos? Nos encontrábamos en un bar y nos sentábamos en mesas diferentes, y en un momento alguien de una mesa iba al baño y entonces otro de nosotros, de otra mesa, lo seguía y en el baño nos anotábamos en un papelito la dirección en la que íbamos a reunirnos; y del bar uno salía enfilando a la derecha y el otro hacia la izquierda, y después nos encontrábamos todos juntos... ¡para discutir cómo hacer para que el dueño del cabaret le pagara la quincena al baterista! Surrealista.
–¿De dónde provenía el hostigamiento?
–Siempre recibíamos amenazas de la Triple A, con esas típicas letritas recortadas de diarios o revistas, formando palabras y pegadas en una hoja; y bueno... era un clima tremendo, tremendo. No estábamos más que en el tema gremial, realmente era así, y la mayoría ni siquiera pertenecíamos a ninguna agrupación política: éramos totalmente independientes. En la Comisión había, sí, gentes de alguno o de otro partido, pero incluso de partidos diferentes entre sí. En mi caso y en el de muchos otros, ni siquiera eso. Pero era el clima que se vivía en ese momento. Estuve hasta que me fui a España con Aquelarre, en 1975. Renuncié al Sadem porque me iba del país.
–Ya en democracia, usted pasó a ser director de Programación y Medios del Centro de Divulgación Musical (CDM) dirigido por Litto Nebbia.
–Cuando fue el golpe militar de Videla, yo ya no estaba; volvimos a finales de 1977, en pleno quilombo. Pero en 1989 se armó un equipito piola: Luis Borda, Manolo Yanez, el Negro González, en un principio también Manolo Juárez... En el CDM hicimos mucho, aplicando la autogestión: cuidar de cada mango, pero hacer cosas que fueran copadas para la gente y también para los músicos.
–Después de haber atravesado por casi todas las administraciones de la Ciudad, desde Grosso hasta Macri, ¿qué balance puede hacer de estos últimos veintidós años de Cultura en Buenos Aires?
–Pasaron gestiones de todo tipo y de todo color político, pero lo que siempre tuve fue libertad para laburar. Nunca nadie me cuestionó el haber programado a alguien, y nunca nadie me “ordenó” programar a alguien. Es más: una cosa que me reventaba bastante era cuando venía algún músico acompañado por una tarjetita firmada por algún diputado; para mí, eso jugaba en contra del tipo. Si hubiera sido un genio, claro, no me habría ensañado (sonríe), pero por lo general eran cosas muy pobres. Y sin embargo, nunca nadie me dijo: “¡Cómo no pusiste a Fulano si lo mandó Mengano!”. Fue verdaderamente así. Las cosas que hemos hecho... Buenos Aires No Duerme, Aguante Buenos Aires, el Rocanrolazo –en los 134 municipios de la provincia de Buenos Aires–, el Festival de Jazz que hicimos en el Dorrego para la Secretaría de Cultura de la Ciudad, con Telerman en el gobierno... Allí montamos tres escenarios y actuaron las figuras más importantes del jazz de acá y del exterior: vinieron grupos del Brasil, Chucho Valdés, Anthony Braxton –un músico top de free jazz que era la primera vez que llegaba a Sudamérica–, César Camargo Mariano (esposo y arreglador de Elis Regina), Kenny Barron, un pianista tremendo... Y con entrada gratis para la gente. El lugar era bellísimo. Es una pena que ahora esté desarmado, no se usa, no sé qué van a hacer ahora con eso.
–El ECuNHi cuenta con una mirada más profunda, algo que parece ir más allá de la estética artística.
–Para mí es un honor tremendo trabajar en un lugar dirigido por las Madres de Plaza de Mayo; está comandado por Teresa Parodi, pero es el lugar de las Madres. A toda nuestra generación, el tema de los derechos humanos nos sensibiliza mucho. Cuando nacíamos a la música vivimos la dictadura de Onganía, que fue una especie de demo de lo que vendría después. Allá hubo quizá menos sangre que en la de Videla, pero la censura era tremenda; la represión nos hacía estar sujetos a razzias todo el tiempo en los conciertos, íbamos presos dos o tres veces por semana sólo por tener el pelo largo. De lo demás, sabemos de lo que hablamos. Desde que aparecieron las Madres tengo una especie de respeto irrestricto hacia ellas, así que cuando hace un año me llamó Teresa y me propuso entrar a trabajar aquí, no lo dudé. Cuando llegué ya había un equipo funcionando en todo: Letras, Teatro, Artes Plásticas... Y en Música ya estaba trabajando acá Chiqui Ledesma, una artista fantástica del folklore quien es, además, una gran gestora cultural. Me acoplé a ese equipo y traje ideas y experiencias, y estoy muy contento. Todo el tiempo pensamos cosas que se puedan hacer y las realizamos lo mejor que podemos. La mirada, como decís, es diferente. Aunque nunca es excluyente, el tema de los derechos humanos está presente, siempre. Ahora estamos por empezar un ciclo de música contemporánea y experimental: algunos dicen que ése es un estilo minoritario, poco popular, ¡pero yo no creo que sea así! Serán experiencias irrepetibles, improvisaciones, algo especial que se va a de-sarrollar del 9 al 12 de marzo: Nuevas Músicas por la Memoria. Y después hay algo parecido en las Areas de Plástica y de Letras. Pero no tenés que hacer “cosas por la memoria” para entrar acá. La idea es convocar gente y vencer eso que te ocurre cuando llegás a la puerta de la ESMA. Cuando ingresás a este lugar hay una carga negativa tan fuerte que es algo a vencer. Primero, cambiar eso: la imagen de este predio identificado con el horror. Eso lo van a dar los artistas que podamos convocar, y también la gente que se acerque a compartir una exposición de pintura, una instalación, un taller o un recital de rock. La gente es la que se va a apropiar de este predio, porque es nuestro.
–¿Le cabe el discurso de quienes creen que seguir escarbando en los años tremendos es un estorbo para abordar ágilmente el futuro?
–Creo que uno de los déficit que tenemos como país es la falta de memoria. Cuando hicimos la muestra de los 30 Años de Rock, no fue por nostalgia llorona; fue decir: “Mirá el trecho que caminamos; ¿te acordás de cuando nos decían ‘¡Ya se les va a pasar el cuarto de hora!’? Bueno, ¡pasaron treinta años! Mostramos fotos, libros, instrumentos, memorabilia, las crónicas de los diarios, las grabaciones, las tapas de los discos. Todo esto se construyó en treinta años, ¿cómo no lo vas a mirar? Y ahora ya pasaron más de cuarenta (sonríe). Para mí el tema de la memoria es fundamental: para saber hacia dónde vas, tenés que saber de dónde venís.
–¿Cuándo se sintió más cómodo con una gestión de gobierno en particular?
–Honestamente, no tengo pertenencia partidaria, ni nunca la tuve. Pero desde que tengo memoria nunca viví un gobierno, hasta éste, que tuviera presidentes que fueran presidentes, digamos. Que se plantaran frente a las corporaciones como debe plantarse un presidente en nombre de nosotros, que lo elegimos. Que se plante, y no que designe a secretarios o a ministros de tal o cual área como si fueran managers de esas corporaciones, informándole al presidente del malestar que tiene una corporación, con tal de mantenerla calmada, ¿entendés? No, estos presidentes se plantan frente a las corporaciones y les ponen los puntos sobre las íes a la corporación que fuere: Iglesia, militares, el agro, los grupos industriales o económicos. Valoro muchísimo eso, porque es lo que siempre critiqué de otros gobiernos. Y viví otras épocas así, de euforia política: el corto lapso en que estuvo Cámpora en el poder fue algo que viví con mucha atención y pendiente de que se venía un cambio importantísimo, que se tronchó muy rápido. La primera época de Alfonsín también me ilusionó, pero después fui convocado a la Plaza en varias oportunidades y me volví con una frustración de la puta madre. Este gobierno no me da ninguna ventaja, de ninguna índole. Simplemente le reconozco cosas que otros no hicieron. Esta es la realidad.
–También está a cargo de la programación de La Perla del Once, que se recuperó hace unos cuatro meses y se cerró a principios de febrero...
–No es que se cerró, hubo una cuestión burocrática porque faltaba un papel, pero el segundo fin de semana de febrero volvió a funcionar: estuvieron Javier Martínez y Ricardo Soulé. La Perla no tiene ningún tipo de inconvenientes, es un lugar remodelado a nuevo, e incluso tiene elementos por encima de los que se exigen para la habilitación: por ejemplo, un grupo electrógeno. Me gustaría que la gente se enterara de lo importante que es incorporar un nuevo lugar donde poder escuchar música cómodamente y, sobre todo, donde puedan confluir artistas pioneros de nuestro rock junto a otros de las siguientes generaciones. Posiblemente en marzo bauticemos el escenario con el nombre de Litto Nebbia y lo tengamos a él haciendo un ciclo.
–¿Qué es lo próximo que ofrece el ECuNHi en el área musical?
–Estamos encarando tres festivales para este año: el primero será el de Tango, del 6 al 10 de abril; luego el de Jazz, del 1º al 4 de septiembre; y el de Folklore, del 29 de septiembre al 2 de octubre. Y a fines del año pasado lanzamos la convocatoria para Escenario Rock, un espacio destinado a grupos y solistas amateurs; este 28 de febrero cierra la inscripción. Ya habíamos hecho Escenario Jazz y Escenario Blues, donde encontramos cosas muy valiosas. Pero no son concursos; nadie gana, no hay premios. Y, para sorpresa nuestra, ahora no se inscribieron sólo músicos de Capital y Gran Buenos Aires, como era de suponer: tengo propuestas de Salta, de Córdoba, Mendoza, Bahía Blanca y ¡de México! La fecha de Escenario Rock todavía no está definida porque el padrino de este festival es León Gieco; el arranque será un concierto de León y depende de su agenda, aunque seguro será en marzo.
–Después de tantos años de coordinar programaciones y evaluar postulantes, debe de tener alguna estadística: ¿cuántos, de cada diez, digamos, valen la pena?
–En los años ’90 había un lote que era tan rudimentario, por decirlo de algún modo, que no se podía escuchar, que no rankeaba ni ahí; y había otro lote de clones: a los cuatro compases encontrabas a Virus, a Soda, a Calamaro, a los Redondos... Pero ahora notamos una mayor preocupación: hay cosas originales, hay una búsqueda de lenguaje en las letras. Los grupos que se presentan van, por lo general, de aceptable para arriba. Después de tantas convocatorias y escuchas, por suerte puedo decir (sonríe) que cada vez hay menos grupos “muy malos”.

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