El verso callejero fue desterrado de las veredas de la ciudad y reemplazado por palabras que ofenden a quien las recibe; hay una organización dedicada a combatir a los acosadores verbales, que aconsejan no callar ante una grosería
Evangelina Himitian
Tiene un tiempo, un ritmo, una cadencia. Para que surta efecto, debe ser espontáneo, impensado y certero, deslizado justo cuando la mujer que pasa puede oír, pero no ver a quien lo pronuncia. La aspiración de máxima es hacer brotar una sonrisa incontenible en el rostro de quien lo recibe. Se habla del piropo, aquella poesía fugaz y callejera que en algún tiempo fue parte fundamental de la identidad porteña, pero que por estos días parece estar en extinción en las veredas de la ciudad. Los poetas de mitad de cuadra, aquellos que tenían la agilidad mental para sorprender y halagar a la mujer que pasaba, fueron reemplazados, hace ya años, por hombres de poco ingenio que apenas pueden articular una grosería en una sola palabra. "El piropo fue reemplazado por una expresión frontal y agresiva. Se perdió la sutileza. El piropeador de antaño era un celebrador de la belleza femenina. Tenía una visión caballeresca de la feminidad, que implicaba respeto y deseo. Era una reacción espontánea producida por un encuentro que le inspiraba poesía. Hoy, en cambio, existe una visión pornográfica del piropo, por ser fragmentaria. La destinataria no es la mujer, sino alguna parte de su cuerpo", explica el filósofo Santiago Kovadloff. Tampoco por estos días las mujeres andan con la cabeza gacha, sonrojándose indefensas, cuando caminan por ahí. No son pocas las que, al oír un comentario que las ofende o que las coloca en la categoría de objeto sexual, pegan la media vuelta y encaran, insultan y hasta ponen en ridículo a quien les dirigió la ofensa. Para darse una idea, hace un mes comenzó a funcionar en Buenos Aires la versión local de una organización internacional que se dedica a denunciar a los acosadores verbales callejeros.
Tienen una página web http://%20www.atreveteargentina.org/ , en la que las mujeres pueden denunciar en un Google Map la cuadra en la que se encuentra el acosador y hasta subir imágenes. También se publican experiencias de lectoras que se sintieron agredidas y distintos consejos sobre cómo reaccionar. "Si incomoda, no es un piropo: es acoso", enfatiza Inti María Tidball-Binz, impulsora local del proyecto. Contrariamente a lo que puedan hacer creer los prejuicios, no son los barrios donde hay un boom inmobiliario aquellos en los que las mujeres se sienten más agredidas. Según el mapa, la mayor cantidad de acosadores callejeros se encuentra en el microcentro. Claro que la información todavía es escasa, ya que la página lleva poco más de un mes online . ¿Los hombres se sorprenden cuando una mujer se da vuelta y les retruca? "Creo que no se lo esperan. Es común esperar el silencio, porque siempre ha sido así. Ahora, las cosas están cambiando. No aconsejamos respuestas fuertes. Un simple «No me interesa» o «Basta» es suficiente para demarcar los límites. Si la persona no respeta esos límites, sugerimos que es mejor irse que ponerse en una situación de peligro", apunta Tidball-Binz. Todo esto podría llevar a pensar que a las mujeres no les gusta que les dirijan piropos. Sin embargo, una encuesta que realizó La Nacion entre sus lectores online arrojó que el 63% de las personas cree que a las mujeres les gusta recibir piropos, el 16% que les molesta y que el 19% dice que ya no los escucha y el 2% no sabe o no contesta. "Lo que a las mujeres no les gusta es la falta de respeto y, sobre todo, de ingenio", apunta Kovadloff. Un estudio realizado en España por la consultora Ausonia, sobre la base de una encuesta con más de 1200 mujeres, 8 de cada 10 encuestadas declararon que su autoestima sube cuando reciben un piropo, pero 7 de cada 10 reconocieron que los piropos subidos de tono les desagradan. El piropear no es el único de los hábitos que cayeron en desuso. También está el silbar en la calle o el conversar con vecinos. "Lo que ocurre es que la calle dejó de ser un lugar de encuentro. Hoy, el otro se convirtió en una amenaza. La caída en desuso del piropo es un síntoma del vaciamiento de sentido de los vínculos. Para decir un piropo, hay que estar presente, ver, ser inspirado por una presencia y decir algo. Hoy somos más pragmáticos y directos. Se va directo a los bifes. Ya las relaciones no exigen metáforas", considera el especialista en vínculos Sergio Sinay. "El piropeador se apropia simbólicamente de la belleza que celebra", explica el escritor dominicano José María Fernández Pequeño, que distingue dos clases: la primera es el piropeador instintivo, de quien brota una impensada reacción admirativa que envuelve a quien lo pronuncia. La mayoría de las veces, sólo atina a decir una palabra, que puede ser desde un elogio o una grosería. Después está el piropeador de estilo, aquel que cultiva el piropo por el piropo mismo. Lo elabora con meticulosa delicadeza, a veces sutil, a veces intelectual, a veces irónica o veces de doble sentido. Es un competidor nato, un verdadero cultor de la palabra. Precisa un público que respalde y celebre su arma predilecta: la originalidad. Debe tener un diestro manejo de los verbos, los tonos, las cadencias, la gesticulación. Se juega el prestigio cada vez que habla. Sin embargo, hay un elemento que parece ser clave para entender por qué el piropeador parece una especie en extinción. El piropo es cosa de dos: de quien lo da y quien implícitamente está dispuesto a recibirlo.
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