jueves, 17 de marzo de 2011

SIGA EL BAILE


Por Federico Scigliano y Diego Sanchez



El carnaval porteño, tal vez la fiesta popular más querida de la ciudad recuperó sus feriados después de muchos años de lucha. Sin más, nos fuimos de raje a ver a los queridos murgueros que entre la transpiración, el calor y el nervio, se hicieron de un rato para charlar sobre el histórico momento. Además, y porque sin corso esto no tiene gracia, nos pasamos una larga jornada de sábado en Boedo, en su interminable y maravillosa fiesta.


Cuenta la historia de la murga vernácula que una de sus últimas apariciones masivas -y entendiendo a la murga como un movimiento popular organizado alrededor del fuego báquico de la alegría- fue el 20 de junio de 1973. Revisemos el calendario: ese día Juan Domingo Perón pisaba Ezeiza en lo que primero iba a ser una fiesta y luego terminó por ser una jornada negra. Aquel día las murgas acompañaron la peregrinación de millones de personas en busca de su líder con las armas que mejor manejaban: banderas, tambores, caras pintadas invocando al Rey Momo. Seis años después, ya con Jorge Rafael Videla al mando del Proceso de Reorganización Nacional, esos feriados por carnaval que desde hacía décadas servían como excusa para que las comparsas y la gente se reuniera al compás del tamboril, pasaban a la historia. A diferencia del sufragio universal y no pocas libertades individuales, iban a pasar mucho más que siete años para que esta decisión fuese revertida. Pero un buen día sucedió. Con tamaña noticia en el calendario nos fuimos de ronda por los barrios amados de Almagro y Boedo, en ensayos y corsos, para tomarle un poco el pulso a la movida.
Almagro, Almagro de mi vida
Miércoles tarde noche en Bulnes y Perón, la monada empieza a arrimarse y se hace el grupito, como trashumantes se los ve llegar, alguno con un bombo de mochila, otro con un montón de cartones para armar los disfraces. Es que en el teatrito Fray Mocho Los Atorrantes de Almagro van a ensayar sus canciones. “Los sábados es enfrente, en la plaza, los miércoles es acá, donde ensayamos el escenario”, cuentan mientras entramos a la mística del bombo.Los Atorrantes es una murga que sale desde 2000, es decir, corresponde a ese momento de resurgimiento de la -en ese entonces- más que alicaída murga porteña, que arrancó a mediados de los 90 y que tuvo entre sus protagonistas a miles de pibes de las clases medias de Buenos Aires que redescubrieron que allí, en las agrupaciones de carnaval, había una historia rica y un género que podía canalizar las ansias de divertirse y organizarse. Organización y risa: toda una osadía para los años del desierto.Después del ensayo nos sentamos a charlar con Seba y Diego. Los dos son murgueros hace más de una década, lo que les da una rica perspectiva sobre el asunto en estos días de víspera del primer feriado de carnaval de las últimas cuatro décadas.“Yo hago murga desde 1996. En ese momento empezó a entrar gente a la murga que antes no entraba. A la murga cayó gente que empezó a reflexionar sobre la actividad que hacía, y eso es lo que generó que haya un compromiso diferente al que había en otras épocas. Eso nutrió a las murgas de posibilidades diferentes. Que hoy haya feriado de carnaval, que se pueda ensayar en todas las plazas de la ciudad de Buenos Aires y que haya un presupuesto que banque el cachet mínimo para las murgas es producto de todo ese proceso que se viene dando desde hace de 15 años”, dice Diego.“La murga sigue siendo un lugar de contención social –arranca Seba, uno de los directores de Los Atorrantes- Nosotros vamos naufragando año a año entre los 80 y los 100 integrantes, y el porcentaje de nuestros familiares y amigos no llega a ser la mitad, la otra mitad de los miembros de esta murga es gente del barrio que se acerca y te dice ´quiero estar, pero no tengo un mango para salir`, y obviamente, con que quieran salir alcanza.”Le preguntamos por el feriado y ambos coinciden en que va a ser algo especial, pero no se quedan ahí: “El Feriado fue algo por lo que luchamos mucho, pero ahora hay que laburar, hay que nutrirlo de algo. Siempre, durante los años de la lucha por el feriado, para mí el objetivo era que los vecinos sintieran que el carnaval era una fiesta también de ellos, como era en los 40, que lo sientan como propio. La idea de mantener durante todos estos años sin feriado, 40 corsos hechos por las murgas y los vecinos era esa.”, dice Diego, analítico.Ya es tarde, pero en la parrillita de la esquina, entre sánguches de bondiola, cervezas y el fresquito que corre se está más que bien. Cada tanto alguien se acerca: que la plata de las rifas, que la hora del ensayo, que el diseño de los disfraces para el sábado. La murga es una movida humana muy singular con la pasión en el centro. No hay forma de explicar de otra manera a las dos pibas que cerca de una de la mañana siguen intentando entender cómo hacer un disfraz de fichas de Tetris para el show del sábado, en plena vereda, como si el tiempo no transcurriera, como si ese instante todo lo envolviera.La pregunta final para estos dos experimentados y a la vez jóvenes murgueros es por la política, o más precisamente, por si esta politización de la juventud de la que todos hablan se cuela entre las levitas y los platillos.Arranca Seba: “Si vos te decidís a cambiar tu vida totalmente para sacar una murga optás por un lugar mucho más incómodo que el de quedarte en tu casa haciendo nada o leyendo un libro. Y obviamente ahí hay una visión política, a veces más comprometida, a veces menos.” y sigue Diego “Cuando sale una murga a la calle es en sí mismo un hecho político, pero además está qué es lo que hace esa murga en la calle, que puede ser político en términos de una bajada de línea, puede ser explícito o demasiado evidente, puede ser hasta insoportable, y después está lo que uno va a buscar cuando ve una murga. Para mí es importante que me cause risa lo que estoy viendo cuando veo una murga. Yo creo que en esa búsqueda está la cuestión política porque la risa es en sí misma una cuestión política. Me parece que ahí hay una cosa más profunda para pensar, aunque los pibes después militen en La Cámpora o donde sea, porque de hecho son los mismos pibes los que están haciendo ese trabajo.”
La república de la murga
El locutor parece salido de una escena de El Mundo según Wayne: generosa melena de rulos, botas en punta, oxford pinzados y varios pañuelos de animal print anudados al cuerpo. ¿Un recital de Mötley Crue acá? Son las seis y pico de la tarde y la avenida Boedo es un camino cubierto de vallas que va de Independencia a San Juan y de los parlantes ubicados sobre el escenario llega la voz inconfundible de Carlos Alberto Solari. Algo pasa. El locutor camina como entrando en calor y le pide a una pareja que pasea por esta avenida desierta un mate redentor para afinar el garguero. Todavía es temprano y la gente se acerca en tandas, tímidamente, porque sabe que algo pasa, porque lo vieron antes o porque entendieron que los banderines que atraviesan Boedo son el presagio definitivo de una fiesta. De a poco las bocacalles se llenan de nieve en aerosol y las parrillas estratégicamente ubicadas ya despiden ese maravilloso aroma a chori: eso, el humo gris, la fumata blanca que invade nuestras fosas nasales. No quedan dudas: habemus corso.Estamos a pocos metros de San Juan y Boedo antiguo a punto de contemplar uno de los tantos corsos que a pura música y espuma rompieron el tedio de este verano porteño para dar paso a la era moderna del carnaval. Era moderna porque por primera vez en 35 años -y hagamos cuentas: 35, justo desde el tristemente célebre año 1976- los feriados de carnaval volvieron a pintar de rojo el calendario argentino. ¿Parece casualidad? No lo creemos. Como todo movimiento, el murguero también tiene su historia y sus fechas que la recuerdan y nos recuerdan a nosotros también que, como buenos argentinos, todo corso es político. Y acá en Boedo -o como coherentemente la llaman sus vecinos, la República de la Murga- la política está presente. No tanto porque vivamos en años politizados o “crispados” sino porque durante estos 35 años -35 largos años en los que las comparsas sirvieron como soundtrack de muchas reivindicaciones sociales- no sólo se alimentaron de noches de entrenamiento, bailes y maquillaje para salir a la calle. También se alimentaron de la política.
Agite de una noche de verano
“Mirá lo que hice con la remera”, señala orgulloso Pipi de Los Chiflados de Boedo, los organizadores de esta jornada estruendosa y que junto a La Redoblona de Almagro, Los Reyes del Movimiento, Los Enviciados por Saavedra y La Gloriosa y Los Cometas -ambos también de Boedo- son los encargados de ponerle literalmente color a esta plácida noche. Pipi es alguien cuyas canas y facciones duras de hombre de barrio no le impiden la entrada a la imaginación. Lleva puesta una remera de sospechosa tonalidad amarillo PRO pero con la particularidad de haber sido -como esos trajes repletos de bordados de sus compañeros- hábilmente intervenida: en el pecho lleva estampado el rostro de Cristina con la leyenda “¡Gracias!” y en la espalda, sobre el lema que decía Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, un cartelito que reza “Néstor por siempre”. “Me la mandó Macri”, bromea y se pierde en el corsódromo, hiperquinético como buen maestro de ceremonias.La organización de esta noche corre por cuenta de ellos, Los Chiflados. Y organización no es un término que les quede grande: cada pocos metros hay personas con pecheras amarillas -los boedenses no paran de jactarse que este corso Boedo I, porque sí, en esta república hay un Boedo II celebrándose a apenas 500 metros, es el “carnaval más seguro del mundo”- y sobre el escenario los carteles y banderas de los auspiciantes -una casa barrial de venta de cerámicos y UTEDYC, la Unión de Trabajadores de Entidades Deportivas y Civiles- quienes durante el transcurso de la noche sortearán mochilas y guardapolvos para los chicos que pocas horas más tarde deberán volver a clases.No quedan dudas de que estas más de tres décadas al margen del calendario le sirvieron a las murgas para demostrar, al momento de recuperar sus feriados, un potente e impermeable know how organizativo. Pasadas las seis el locutor empieza a arengar y le demuestra al barrio su talento en el arte de la convocatoria: le habla a “los del pullman” -los vecinos que observan desde sus balcones- y a una avenida todavía desierta que, como en el flautista de Hamelin, comienza a llenarse atraída por el timbre de su voz. La fiesta está por comenzar y la encargada de iniciarla es La Redoblona, murga agrupada alrededor de FM La Tribu, una de las tres que llegaron, invitadas por los organizadores, desde más allá de las fronteras del barrio.“Somos los mejores”, nos asegura desafiante pero con una sonrisa indeleble un hombre de más de cincuenta años enfundado en un traje de colores. “Fijensé y después me cuentan”. El hombre, que no para de moverse, avanza unos metros tras la voz de mando y asciende al escenario junto a cuatro compañeros mientras el resto baila en el asfalto. Además de ser la menos numerosa -una docena de hombres y mujeres de todas las edades- La Redoblona se diferencia no sólo por el ritmo rioplatense que le imprime a su fiesta sino también por el estilo circense con el que cierra una performance repleta de alusiones a la importancia del reciclado, menciones a Julio López y diatribas furiosas pero divertidas contra el blanco predilecto de casi todos los murgueros de este mundo: Mauricio Macri.
El espacio públicoLa Redoblona -llevando las metáforas al mango- es la murga más “progre”: innovadora, sutil y quirúrgica, su actuación es menos “tradicional” -y bienvenido sea el equilibrio- que el capítulo que algunos minutos después abrirá Los Enviciados y culminará, casi seis horas más tarde, Los Chiflados. El universo de referencias políticas al que alude -más allá de la precisa crítica a Macri- es más velado que ese enamoramiento sin concesiones que demuestran sus otras compañeras de corsódromo. Tanto en los Enviciados como en la Gloriosa o en los Chiflados vemos cómo las imágenes de Néstor y Cristina -junto a los escudos de fútbol, la lengua de los Stones y el mágico perfil victorioso del Diego versión 1986- ya compiten por el primer lugar dentro de los estampados favoritos de ciertos trajes. Como ese sacado que lanza patadas al aire al son del multitudinario sonido de los Enviciados: en la espalda lleva los perfiles de Evita y Cristina y alrededor la leyenda “La gloriosa JP – Volvimos”.Pero más allá de la presencia icónica de Néstor y Cristina -ya con la noche y el público encendido observaremos a La Gloriosa arribar con un inmenso muñeco de un Néstor mitad murguero, mitad rastafari- y las canciones que agradecen al gobierno la restitución de los feriados, es en la multiplicidad de esos símbolos bordados donde se concentra el poder de fuego del carnaval. Y tal vez el triunfo de la política -ahora que todos dicen, con razón, que volvió- haya sido la posibilidad de acercar imágenes actualizadas, una épica del presente que, a diferencia de los estampados con el rostro del General o inclusive los del propio Maradona, interpelan con mayor precisión a los murgueros más jóvenes. Porque para los viejos -que los hay: hombres y mujeres de sesenta, setenta, ochenta- la política es hoy una dulce y esperada revancha por tantos años de silencio. Pero para los jóvenes, para esos trajes de talla small, esas figuras son como un bordado de Messi estampado en la espalda: una Historia que viven.
Himno de la alegría
“Barrio de tradición, de tango / de tradición de murga y pibes en la esquina”, canta una de las voces de La Gloriosa, murga reunida alrededor del Centro Cultural Homero Manzi, como un bardo nostálgico abocado a la tarea de describir su aldea. Y sí, Boedo, la República de la Murga, es un barrio de tradiciones. Sobre la avenida que la da nombre, los chicos le tiran espuma en la cara a las chicas, las chicas se lo devuelven, y estos cronistas, a pesar de los años que declaran sus rostros, no salen indemnes de ese fuego amigo. Boedo es un barrio que dio a luz a Los Cometas, una murga con más de cincuenta años de vida que, cada vez que le arroja al asfalto su curriculum de alegrías y nostalgías, parece encarnar una biopolítica brutal y sincera de nuestra historia reciente. Un barrio, éste, que habrá recuperado la calle, que con el cierre apoteósico de Los Chiflados -los dueños de este pedazo de casa- dejará a la gente con ganas de más, aunque sea domingo y ya estemos bien entrados en la madrugada. Volvieron los feriados. Se vienen los Carnavales Federales. Y la alegría no es sólo boedense.

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