Hubo una época –no muy lejana–, en la que los EE.UU. recurrrían a generales, brigadieres y almirantes para perpetrar los golpes de Estado en América latina. En aquella época se hicieron famosos los apellidos Videla, Trujillo y Pinochet.
Por Walter Goobar
“Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, argumentó el presidente Franklin D. Roosevelt en referencia al dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Desde entonces, esa frase se convirtió en doctrina diplomática. Sin embargo, ahora Washington parece haber desistido del uso de generales y recure a cabos, sargentos y coroneles de la policía, para realizar los trabajos sucios, como lo demuestra el caso del fallido golpe de Estado en Ecuador. Es un secreto a voces que el presidente Rafael Correa –como sus colegas Hugo Chávez y Evo Morales– está en la mira de la CIA y del Pentágono, que no abandonan sus deseos de repetir en los países más débiles de la región su éxito en Honduras.
El jueves 30 de septiembre, un motín de pocas centenas de policías de Quito fue aprovechado por la derecha para intentar transformarlo en un golpe de Estado. Los improvisados golpistas estaban –o están– urgidos porque a fin de mes los bancos deberán ceder, por ley, sus acciones en los medios de información, que son su principal arma contra el gobierno de Correa.
¿Qué hay detrás de esa protesta? Los golpistas se adueñaron del aeropuerto, ocuparon la televisión pública y sitiaron la sede de la Asamblea Nacional. Pero ni ellos ni mucho menos los policías que mantenían al presidente Correa como rehén sabían qué hacer con él, si mantenerlo preso y bajo presión para negociar, si dejarlo salir o matarlo. Los sediciosos ahora dicen que Correa nunca estuvo secuestrado. Si no fuera trágico, sería cómico.
Según la periodista Eva Golinger que se ha dedicado a investigar las maniobras de desestabilización en el continente, Washington comenzó a mover sus piezas para desestabilizar al gobierno de Correa durante el año pasado, luego del golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras. Un cable parcialmente desclasificado de mayo 2006 enviado por la Embajada de los EE.UU. en Quito a la secretaria de Estado Condoleezza Rice y al Comando Sur del Pentágono, revela que los recelos contra Correa se remontan a la campaña electoral: “El candidato antiestadounidense y populista Rafael Correa está atrás en las encuestas, con menos de 10% de apoyo…”. Golinger sostiene que aunque no estaban preocupados por la posibilidad de una victoria de Correa, el Departamento de Estado invirtió millones de dólares en la campaña electoral a través de diversas instituciones.
Desde hace años las agencias de los EE.UU. penetraron los sectores militares, policiales, políticos, económicos y sociales en Ecuador, captando agentes y colocando sus elementos en posiciones claves de influencia.
A finales de octubre del 2008, el ministro ecuatoriano de Defensa, Javier Ponce, reveló cómo diplomáticos norteamericanos se dedicaban a corromper a la policía y también a oficiales de las fuerzas armadas. Tras la publicación de esa denuncia, la jefatura de la policía ecuatoriana anunció que sancionaría a los agentes que colaboraban con los Estados Unidos mientras que la embajada estadounidense proclamaba la “transparencia” de su apoyo a Ecuador. En el 2009, el desmantelamiento de la base norteamericana de Manta, que era el centro de operaciones militares de los EE.UU. en la región andina-sur, tensó las relaciones con Ecuador. Cuando los EE.UU. evacuaron la base de Manta, el ministro de Defensa de Ecuador, Javier Ponce, anunció que su país solicitaría ayuda de Irán para colaborar en materia de defensa. Obviamente, Washington no estaba contento.
Según Eva Golinger, una de las preocupaciones estadounidenses es el creciente vínculo de Quito con Teherán. Del 2007 al 2008, el comercio entre Ecuador e Irán creció de u$s8 millones a u$s168 millones. La edición 2010 del Informe Anual de Amenazas de la Dirección Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, entidad que coordina las 16 agencias de inteligencia de Washington, revela la irritación del país del Norte por haber perdido su base en Manta, y más aún, por haber perdido control sobre el gobierno de Ecuador. El documento consigna que “el presidente Rafael Correa de Ecuador, luego de modificar la Constitución para permitirse un segundo mandato, fue reelegido en el 2009. Las relaciones con los EE.UU. no han sido buenas especialmente desde que Correa terminó el uso estadounidense de la base aérea en Manta en 2008 y redujo la cooperación”.
Washington también ha forjado contactos dentro de las fuerzas de seguridad de Ecuador. Durante el golpe del 30 de septiembre, estos elementos fueron activados. Según el periodista Jean-Guy Allard, “uno de los tres coroneles arrestados en Ecuador –Manuel E. Rivadeneira Tello–, es egresado de la siniestra academia militar norteamericana llamada Escuela de las Américas”.
Uno de los principales ejecutores de los programas de la USAID en Ecuador es Chemonics Inc., la misma empresa que opera con la derecha en Bolivia y que ha estado financiando a los sectores separatistas en el país andino e incluso, aquellos que intentaron ejecutar un golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en el 2008.
Golinger remarca que el dinero de la USAID/NED en Ecuador también ha sido utilizado para penetrar e infiltrar los movimientos indígenas, como han hecho en Bolivia, con la intención de sembrar una oposición a Correa en uno de los sectores más progresistas e influyentes de la sociedad ecuatoriana. Y la estrategia ha dado buenos resultados.
El fallido intento de derrocamiento también?puso al desnudo las debilidades del gobierno y del partido de Correa. En esta oportunidad, la rapidísima intervención de Unasur, la masiva movilización popular y la valentía personal de Correa lograron conjurar la intentona sobre la que aún no está dicha la última palabra. Un nuevo golpe de Estado con base indígena o popular, dirigido por la derecha no es un escenario improbable.
“Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, argumentó el presidente Franklin D. Roosevelt en referencia al dictador nicaragüense Anastasio Somoza. Desde entonces, esa frase se convirtió en doctrina diplomática. Sin embargo, ahora Washington parece haber desistido del uso de generales y recure a cabos, sargentos y coroneles de la policía, para realizar los trabajos sucios, como lo demuestra el caso del fallido golpe de Estado en Ecuador. Es un secreto a voces que el presidente Rafael Correa –como sus colegas Hugo Chávez y Evo Morales– está en la mira de la CIA y del Pentágono, que no abandonan sus deseos de repetir en los países más débiles de la región su éxito en Honduras.
El jueves 30 de septiembre, un motín de pocas centenas de policías de Quito fue aprovechado por la derecha para intentar transformarlo en un golpe de Estado. Los improvisados golpistas estaban –o están– urgidos porque a fin de mes los bancos deberán ceder, por ley, sus acciones en los medios de información, que son su principal arma contra el gobierno de Correa.
¿Qué hay detrás de esa protesta? Los golpistas se adueñaron del aeropuerto, ocuparon la televisión pública y sitiaron la sede de la Asamblea Nacional. Pero ni ellos ni mucho menos los policías que mantenían al presidente Correa como rehén sabían qué hacer con él, si mantenerlo preso y bajo presión para negociar, si dejarlo salir o matarlo. Los sediciosos ahora dicen que Correa nunca estuvo secuestrado. Si no fuera trágico, sería cómico.
Según la periodista Eva Golinger que se ha dedicado a investigar las maniobras de desestabilización en el continente, Washington comenzó a mover sus piezas para desestabilizar al gobierno de Correa durante el año pasado, luego del golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras. Un cable parcialmente desclasificado de mayo 2006 enviado por la Embajada de los EE.UU. en Quito a la secretaria de Estado Condoleezza Rice y al Comando Sur del Pentágono, revela que los recelos contra Correa se remontan a la campaña electoral: “El candidato antiestadounidense y populista Rafael Correa está atrás en las encuestas, con menos de 10% de apoyo…”. Golinger sostiene que aunque no estaban preocupados por la posibilidad de una victoria de Correa, el Departamento de Estado invirtió millones de dólares en la campaña electoral a través de diversas instituciones.
Desde hace años las agencias de los EE.UU. penetraron los sectores militares, policiales, políticos, económicos y sociales en Ecuador, captando agentes y colocando sus elementos en posiciones claves de influencia.
A finales de octubre del 2008, el ministro ecuatoriano de Defensa, Javier Ponce, reveló cómo diplomáticos norteamericanos se dedicaban a corromper a la policía y también a oficiales de las fuerzas armadas. Tras la publicación de esa denuncia, la jefatura de la policía ecuatoriana anunció que sancionaría a los agentes que colaboraban con los Estados Unidos mientras que la embajada estadounidense proclamaba la “transparencia” de su apoyo a Ecuador. En el 2009, el desmantelamiento de la base norteamericana de Manta, que era el centro de operaciones militares de los EE.UU. en la región andina-sur, tensó las relaciones con Ecuador. Cuando los EE.UU. evacuaron la base de Manta, el ministro de Defensa de Ecuador, Javier Ponce, anunció que su país solicitaría ayuda de Irán para colaborar en materia de defensa. Obviamente, Washington no estaba contento.
Según Eva Golinger, una de las preocupaciones estadounidenses es el creciente vínculo de Quito con Teherán. Del 2007 al 2008, el comercio entre Ecuador e Irán creció de u$s8 millones a u$s168 millones. La edición 2010 del Informe Anual de Amenazas de la Dirección Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, entidad que coordina las 16 agencias de inteligencia de Washington, revela la irritación del país del Norte por haber perdido su base en Manta, y más aún, por haber perdido control sobre el gobierno de Ecuador. El documento consigna que “el presidente Rafael Correa de Ecuador, luego de modificar la Constitución para permitirse un segundo mandato, fue reelegido en el 2009. Las relaciones con los EE.UU. no han sido buenas especialmente desde que Correa terminó el uso estadounidense de la base aérea en Manta en 2008 y redujo la cooperación”.
Washington también ha forjado contactos dentro de las fuerzas de seguridad de Ecuador. Durante el golpe del 30 de septiembre, estos elementos fueron activados. Según el periodista Jean-Guy Allard, “uno de los tres coroneles arrestados en Ecuador –Manuel E. Rivadeneira Tello–, es egresado de la siniestra academia militar norteamericana llamada Escuela de las Américas”.
Uno de los principales ejecutores de los programas de la USAID en Ecuador es Chemonics Inc., la misma empresa que opera con la derecha en Bolivia y que ha estado financiando a los sectores separatistas en el país andino e incluso, aquellos que intentaron ejecutar un golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales en el 2008.
Golinger remarca que el dinero de la USAID/NED en Ecuador también ha sido utilizado para penetrar e infiltrar los movimientos indígenas, como han hecho en Bolivia, con la intención de sembrar una oposición a Correa en uno de los sectores más progresistas e influyentes de la sociedad ecuatoriana. Y la estrategia ha dado buenos resultados.
El fallido intento de derrocamiento también?puso al desnudo las debilidades del gobierno y del partido de Correa. En esta oportunidad, la rapidísima intervención de Unasur, la masiva movilización popular y la valentía personal de Correa lograron conjurar la intentona sobre la que aún no está dicha la última palabra. Un nuevo golpe de Estado con base indígena o popular, dirigido por la derecha no es un escenario improbable.
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