domingo, 24 de octubre de 2010

LOS '60; LA REVOLUCIÓN QUE NO FUE


Isabella Cosse, historiadora e investigadora del Conicet, buceó en la década más cuestionadora del orden social y moral. Fisuras, contradicciones y las cuentas pendientes.


Por Raquel Roberti

Si hubiera que elegir cuatro sucesos que representaran los ’60, nadie dudaría en señalar el hippismo, movimiento contracultural que nació con la década en Estados Unidos; la píldora anticonceptiva, en venta desde junio de 1960; la minifalda, popularizada por Twiggy en 1964 desde la portada de Vogue, y el festival más convocante de la historia del rock, Woodstock, que se realizó en agosto de 1969. Hitos que hablan, todavía hoy, de una época en que los valores sociales, familiares y políticos se cuestionaron como nunca antes. Libertad de cuerpos y de mentes que preanunciaban un mundo nuevo . Un mundo que nunca alcanzó lo imaginado, lo que marca a ese movimiento como la revolución que no fue.

Al menos así lo considera Isabella Cosse, historiadora e investigadora del Conicet, que acaba de publicar Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta (Siglo Veintiuno), donde analiza las mutaciones que sufrieron los vínculos entre hombres y mujeres, y entre generaciones, desde 1950 hasta 1975. Una investigación que, cuenta, nació de preguntas: “¿Hasta dónde se resquebrajó en los ’60 un modelo de familia universal y excluyente que se había fortalecido en 1930? Una pareja heterosexual, la mujer ama de casa, el hombre proveedor, y pocos hijos. Una conformación que excluía diversidad de formas de vivir en familia. Quería saber si esa generación tan revolucionaria, revulsiva, lo había sido también del orden familiar instituido”. Para responderse, Cosse –de 43 años y profesora en las universidades de Buenos Aires y San Martín y en Flacso– entrevistó a protagonistas, estudió el archivo de Eva Giberti, los manuales de sexología, las leyes y las revistas del momento, desde Vosotras y Claudia hasta Primera Plana, Nuestros Hijos y Los Libros.

Su conclusión es que no hubo una revolución “sino múltiples fisuras de diversa intensidad y es lógico, estas transformaciones funcionan a largo plazo, nunca son radicales en el momento en que se producen. El cambio en la forma de entender, pensar y concebir, por ejemplo la sexualidad, era contradictorio y estaba permeado por la continuidad de lo tradicional. Pero algunos aspectos, que podrían considerarse moderados, fueron significativos a nivel subjetivo, como el hecho de salir a trabajar para las mujeres”. Son muchos los que opinan que ese cambio de rol femenino obedeció más a una necesidad de la industria, que requería mano de obra para soportar la expansión, que a la decisión de un espíritu independiente. La historiadora, también autora de Estigmas de nacimiento, reconoce que hubo una correlación: “El mundo vivía un momento de auge económico y la industria exigía la incorporación de la mujer, es cierto. Pero en nuestro país los ’60 se nutrieron del estado de bienestar y de la redistribución del primer peronismo. Por primera vez los jóvenes tuvieron posibilidad de ocio y eso permitió un mercado cultural: tenían tiempo para leer, escuchar música, realizar actividades que involucran la capacidad de pensar sobre la propia vida, y de introducir diferencias con los padres. La ruptura generacional tenía que ver con distanciarse de los orígenes familiares y cuestionar la forma en que los habían criado”.

Cosse dice ruptura generacional y de inmediato aclara que, casi al comenzar su trabajo, se dio cuenta de que, sin importar la edad, todos los protagonistas estuvieron atravesados por los cambios sociales. Gente mayor que se comprometió con las transformaciones y gente joven que, al comienzo de los ’70, creía que las prácticas de los adolescentes eran demasiado transgresoras. Y también padres que intentaron criar a sus hijos de una manera distinta a la transmitida por sus antecesores. “Fueron notables las fisuras –reflexiona la historiadora–, pero lo que dominó en ese período fue la ausencia de verdades aprensibles, la certeza de que era un proceso de cambio en diversos órdenes, moral, familiar, sexual, y que estaba motorizado por los jóvenes, entre ellos las mujeres. Hoy se puede tener la tentación de pensar que la dirección de esos cambios estaba prefijada, pero al escuchar a los protagonistas se nota que había una gama de posibilidades en juego.”

Tantas que de ese maremágnum surgieron, en diversos momentos, los místicos, los vegetarianos, los hippies, los fanáticos del rock y hasta la corriente (más política) que hablaba del hombre nuevo. Distintos espacios sociales y culturales que se nutrieron de esa búsqueda general y que, en algunos casos, todavía genera confusión: “La consigna de igualdad entre géneros, que para la mujer significó modificar su lugar dentro de la familia y en los espacios públicos, generó profundos conflictos, sobre todo en la pareja. Y los varones quedaron descolocados por estas mujeres que eran mucho más atractivas, pero al mismo tiempo más desafiantes, con nuevas expectativas, contradicciones y ambigüedades. Era el nuevo modelo de mujer, moderna, independiente, que se reconocía interesada en el placer sexual y que podía tener interés en otras cosas, como la realización personal o laboral. Y algo valorado socialmente, como ser ama de casa, comenzó a ser cuestionado y sufrió bastante desprestigio”, reseña Cosse, quien descubrió que en las formas de pensar la identidad femenina, el límite a las modificaciones fue la maternidad: “Siguió siendo el papel principal de la mujer. Es una característica muy particular de la Argentina, donde el movimiento feminista de la segunda ola, que escinde, diferencia, separa y cuestiona la maternidad como obligación natural de la mujer, tuvo poco peso en aquellos años. En los ’60 cambió la forma en que había que ser madre, pero la centralidad del mandato social no se conmovió. Cambiaron las cosas que se les permitían a las madres. La idea era: para ser una buena madre, la mujer debe ser feliz y si necesita trabajar para serlo, se acepta siempre que cumpla con la formación de un nuevo ser en plenitud, sano, equilibrado psicológicamente. El modo de entender la infancia y la maternidad quedó muy permeado por la psicología”.

La Iglesia Católica también tuvo fuerte influencia en ese aspecto de la vida, ya que revertía el argumento de libertad al señalar la necesidad de independizarse de los modelos extranjeros y de mantener la estructura social sin cambios. “Pensar la revolución como algo foráneo, extranjero, impuesto por el imperialismo, era un diagnóstico en el que coincidían la Iglesia, los conservadores y la izquierda política, que consideraba a la revolución sexual como un gesto pequeño burgués”, sostiene la historiadora, quien considera que en sus distintas conformaciones ese espectro político estuvo atravesado por las contradicciones. “En las organizaciones armadas, por ejemplo, las mujeres se integraron a la guerrilla, en muchas casos desde un lugar secundario, cumpliendo tareas consideradas ‘femeninas’, pero en otros se promovió la organización de las mujeres, como el Frente Evita de Montoneros –reseña–. El PRT era peculiar, moralizador pero creía en la familia revolucionaria, veía a los niños como hijos de la revolución. Y a medida que crecía la violencia política, las cuestiones de familia y pareja asumieron hasta connotaciones político armadas: el control de las parejas involucraba una dimensión de seguridad para la organización, aunque muchas veces era también una forma de potenciar el control sobre los militantes. Este involucramiento de la dimensión íntima de la pareja, sexual y política, asume singularidades muy especiales. Pero recién ahora se está investigando con más profundidad en estas áreas.”

Según la excelente investigación de Cosse, la década del ’60 puede considerarse como un sueño inconcluso. ¿Qué nos debemos de aquel sueño? “Algunas discusiones –responde–, por suerte nos dimos la del matrimonio igualitario y por primera vez las políticas públicas en la Argentina se ponen a la cabeza de los cambios, ya que tradicionalmente el Estado tuvo una posición rezagada (aprobó el divorcio cuando era una práctica social convalidada). La primera discusión que nos debemos es sobre el aborto. La Argentina, junto a Uruguay y Chile, tuvo una rápida transición demográfica: importantes y numerosos sectores de la población empezaron a controlar la natalidad muy tempranamente, para 1930 el promedio de hijos en la Capital era de 1,36 por mujer. Para lograrlo se habían impuesto el coitus interruptus y el aborto, que se toleraba. Hoy es una práctica socialmente instituida y todavía mueren muchas mujeres por realizarlo en condiciones de inseguridad. Continúan pendientes la no discriminación, la igualdad de la mujer en la pareja y pensar la diversidad familiar. Estamos atravesando una etapa particular, la idea de que existen diversas formas válidas de familia es dar por tierra con siglos de modelo hegemónico con matriz judeo cristiana. No estamos igual que hace cuarenta años, pero nos quedan muchas cosas por pensar, y seguimos teniendo una mirada desde nuestra posición de clase.”

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