La escritora nicaragüense Gioconda Belli, presentó su última novela, El país de las mujeres, en Buenos Aires. Lejos de la revolución, ahora sólo cree en el poder extraordinario de la palabra.
Por Lucas Cremades
Somos la salvación del mundo y no lo digo en broma”, dispara la escritora Gioconda Belli. “Creo que se han hecho muchas revoluciones, pero no han cambiado la vida cotidiana de todos nosotros, ni las costumbres, ni los hábitos, ni nuestros valores. Y si lo que queremos es que el mundo permanezca, debemos lograrlo.”
Belli estuvo de paso en la Argentina para presentar su última novela, El país de las mujeres, con la que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Novela La Otra Orilla. Una obra singular donde la autora pone al derroche el humor y la imaginación. Y en la que además deja entrever el deseo de renovar esperanzas mediante un gobierno de minifaldas y uñas pintadas. “Pensar que gracias a los sistemas políticos actuales vamos a lograr la felicidad que todos ansiamos lograr, es estar en contra de una realidad que ha evidenciado que no necesariamente cambia.”
La narradora nicaragüense es de armas tomar. Su activa participación en la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza en la década del ’70 como miembro del Frente Sandinista podría estar considerada como la mayor de sus hazañas. Sin embargo, para Gioconda esa historia además de haber sido contada, debería haber sido superada. “Hay un tiempo para cada cosa. Una de las razones por la que he llegado a este tipo de conclusiones es porque he pasado por esas revoluciones, por esos movimientos políticos que prometían ser la panacea, la felicidad. Pero que no resultaron serlo.”
Sobre aquello que no fue, parece resurgir el “Felicismo” propuesto en la novela. El cual se contrapone a cierto balance político que la autora saca a relucir en base a su propia experiencia. “Cuidar del mundo y cuidar nuestras vidas forma parte del territorio femenino. Ese poder en vez de haber sido manejado como una calidad extraordinaria ha sido el eje para someternos y dominarnos. Los hombres tuvieron siglos para mostrar lo que podían hacer y hoy no nos encontramos muy bien que digamos”, advierte Belli sin ponerse colorada como el color de su pelo.
La escritora no esconde su dosis de desencanto respecto de aquellos albores que inspiraron la Revolución Sandinista. “El gobierno de la revolución era una dirección colectiva de nueve personas que surgió de una lucha heroica contra aquella dictadura. El actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, era uno de esos líderes. Después de la derrota electoral de los noventa, empezamos a plantear la necesidad de reformar el Frente Sandinista, de modernizarlo para que ya no estuviera signado por lo militar. Pero Ortega se rehusó ya que eso le quitaba poder y comenzó a utilizar métodos inescrupulosos y oportunistas para perpetuarse”, advierte quien a raíz de esa situación se sintió despojada del sandinismo junto a otros héroes de la revolución. “Daniel Ortega hace un culto al personalismo”, sentencia.
Viviana Sansón es el personaje central de El país de las mujeres. Junto a un grupo de amigas deciden crear el Partido de la Izquierda Erótica (PIE). Bajo ese slogan adquieren notoriedad y lanzan una campaña en la que prometen “barrer y lavarle el lodo a Faguas –un país latinoamericano signado por la impunidad y los actos de corrupción de sus gobernantes– hasta que brille en todo su esplendor”.
Pero una vez en el poder, el clan de las mujeres gobernantes liderado por la presidente Sansón rompe con los moldes y manda –mediante decreto de ley– a todos los varones del país a sus casas por seis meses. Sólo de ese modo podrán aprender los menesteres domésticos y tendrán tiempo para criar a sus hijos.
En el libro, la autora traza paralelismos con la actualidad de América latina al referirse a las violaciones sexuales sufridas por las mujeres, la trata de personas, el aborto y el maltrato de género. “Creo que en América latina no hay fronteras. La novela enfatiza acerca de que cualquier proyecto político tiene que estar basado en la libertad. No existe ningún ministerio que vele por las libertades cívicas. Los gobiernos no pueden plantearse, como se plantearon en el pasado, que hay que restringir la libertad para poder tener justicia social. Esa es una trampa muy complicada” advierte Belli.
Las eróticas que gobiernan Faguas no son ajenas a la injerencia que ejercen los medios de comunicación en la vida diaria de las personas. Para ello la presidenta inaugura un Ministerio de Información que establece una política de puertas abiertas a los medios. Al respecto Gioconda objeta que “muchas decisiones suceden debajo de la mesa y resulta que uno es quien puso a esa gente en el poder para administrar tu país. Pero todo lo que significan las grandes decisiones, las grandes alianzas, sucede fuera de tus ojos. Hoy en día se habla mucho de los poderes ciudadanos y populares. Sin embargo la participación que se está organizando, por lo menos en Nicaragua, es una participación partidista, prebendaría”.
–¿Eso no ocurre en el país de las mujeres?
–Así es, allí se quiere cambiar la mentalidad de la gente para que tenga conciencia de su propia capacidad de acción. Empezando por las pequeñas cosas, como el trabajo de limpieza de los barrios. Se crean soluciones comunes a los problemas de todos los días. Siempre se está pensando en lo macro. Entonces la diferencia con las mujeres es pensar en lo micro, en lo cotidiano. Ahí es donde se produce la gran revolución de “las eróticas”.
Una vasta obra literaria, entre novelas y poemas, respaldan los planteos de la autora nicaragüense, ganadora, entre otros, del Premio Casa de las Américas por su libro Línea de fuego.
Ante el reconocimiento por su flamante novela, Gioconda Belli parece suspirar: “Esta es una semillita para hacer pensar. Creo que la crisis que tenemos actualmente es en cierta medida una crisis de imaginación”.
–¿Esta es una novela para sembrar?
–La palabra tiene un poder extraordinario. Creo que la ficción te proyecta hacia la posibilidad de tener una visión de la realidad diferente. Y una vez que esa visión de la realidad se proyecta en la mente de uno, puede cambiar esa realidad.
Somos la salvación del mundo y no lo digo en broma”, dispara la escritora Gioconda Belli. “Creo que se han hecho muchas revoluciones, pero no han cambiado la vida cotidiana de todos nosotros, ni las costumbres, ni los hábitos, ni nuestros valores. Y si lo que queremos es que el mundo permanezca, debemos lograrlo.”
Belli estuvo de paso en la Argentina para presentar su última novela, El país de las mujeres, con la que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Novela La Otra Orilla. Una obra singular donde la autora pone al derroche el humor y la imaginación. Y en la que además deja entrever el deseo de renovar esperanzas mediante un gobierno de minifaldas y uñas pintadas. “Pensar que gracias a los sistemas políticos actuales vamos a lograr la felicidad que todos ansiamos lograr, es estar en contra de una realidad que ha evidenciado que no necesariamente cambia.”
La narradora nicaragüense es de armas tomar. Su activa participación en la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza en la década del ’70 como miembro del Frente Sandinista podría estar considerada como la mayor de sus hazañas. Sin embargo, para Gioconda esa historia además de haber sido contada, debería haber sido superada. “Hay un tiempo para cada cosa. Una de las razones por la que he llegado a este tipo de conclusiones es porque he pasado por esas revoluciones, por esos movimientos políticos que prometían ser la panacea, la felicidad. Pero que no resultaron serlo.”
Sobre aquello que no fue, parece resurgir el “Felicismo” propuesto en la novela. El cual se contrapone a cierto balance político que la autora saca a relucir en base a su propia experiencia. “Cuidar del mundo y cuidar nuestras vidas forma parte del territorio femenino. Ese poder en vez de haber sido manejado como una calidad extraordinaria ha sido el eje para someternos y dominarnos. Los hombres tuvieron siglos para mostrar lo que podían hacer y hoy no nos encontramos muy bien que digamos”, advierte Belli sin ponerse colorada como el color de su pelo.
La escritora no esconde su dosis de desencanto respecto de aquellos albores que inspiraron la Revolución Sandinista. “El gobierno de la revolución era una dirección colectiva de nueve personas que surgió de una lucha heroica contra aquella dictadura. El actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, era uno de esos líderes. Después de la derrota electoral de los noventa, empezamos a plantear la necesidad de reformar el Frente Sandinista, de modernizarlo para que ya no estuviera signado por lo militar. Pero Ortega se rehusó ya que eso le quitaba poder y comenzó a utilizar métodos inescrupulosos y oportunistas para perpetuarse”, advierte quien a raíz de esa situación se sintió despojada del sandinismo junto a otros héroes de la revolución. “Daniel Ortega hace un culto al personalismo”, sentencia.
Viviana Sansón es el personaje central de El país de las mujeres. Junto a un grupo de amigas deciden crear el Partido de la Izquierda Erótica (PIE). Bajo ese slogan adquieren notoriedad y lanzan una campaña en la que prometen “barrer y lavarle el lodo a Faguas –un país latinoamericano signado por la impunidad y los actos de corrupción de sus gobernantes– hasta que brille en todo su esplendor”.
Pero una vez en el poder, el clan de las mujeres gobernantes liderado por la presidente Sansón rompe con los moldes y manda –mediante decreto de ley– a todos los varones del país a sus casas por seis meses. Sólo de ese modo podrán aprender los menesteres domésticos y tendrán tiempo para criar a sus hijos.
En el libro, la autora traza paralelismos con la actualidad de América latina al referirse a las violaciones sexuales sufridas por las mujeres, la trata de personas, el aborto y el maltrato de género. “Creo que en América latina no hay fronteras. La novela enfatiza acerca de que cualquier proyecto político tiene que estar basado en la libertad. No existe ningún ministerio que vele por las libertades cívicas. Los gobiernos no pueden plantearse, como se plantearon en el pasado, que hay que restringir la libertad para poder tener justicia social. Esa es una trampa muy complicada” advierte Belli.
Las eróticas que gobiernan Faguas no son ajenas a la injerencia que ejercen los medios de comunicación en la vida diaria de las personas. Para ello la presidenta inaugura un Ministerio de Información que establece una política de puertas abiertas a los medios. Al respecto Gioconda objeta que “muchas decisiones suceden debajo de la mesa y resulta que uno es quien puso a esa gente en el poder para administrar tu país. Pero todo lo que significan las grandes decisiones, las grandes alianzas, sucede fuera de tus ojos. Hoy en día se habla mucho de los poderes ciudadanos y populares. Sin embargo la participación que se está organizando, por lo menos en Nicaragua, es una participación partidista, prebendaría”.
–¿Eso no ocurre en el país de las mujeres?
–Así es, allí se quiere cambiar la mentalidad de la gente para que tenga conciencia de su propia capacidad de acción. Empezando por las pequeñas cosas, como el trabajo de limpieza de los barrios. Se crean soluciones comunes a los problemas de todos los días. Siempre se está pensando en lo macro. Entonces la diferencia con las mujeres es pensar en lo micro, en lo cotidiano. Ahí es donde se produce la gran revolución de “las eróticas”.
Una vasta obra literaria, entre novelas y poemas, respaldan los planteos de la autora nicaragüense, ganadora, entre otros, del Premio Casa de las Américas por su libro Línea de fuego.
Ante el reconocimiento por su flamante novela, Gioconda Belli parece suspirar: “Esta es una semillita para hacer pensar. Creo que la crisis que tenemos actualmente es en cierta medida una crisis de imaginación”.
–¿Esta es una novela para sembrar?
–La palabra tiene un poder extraordinario. Creo que la ficción te proyecta hacia la posibilidad de tener una visión de la realidad diferente. Y una vez que esa visión de la realidad se proyecta en la mente de uno, puede cambiar esa realidad.
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