viernes, 22 de octubre de 2010

INOCENCIA INTERRUMPIDA


Víctimas de falsas denuncias policiales reviven sus historias al pulso del nuevo documental de Piñeyro, "El Rati Horror Show". El drama de estar preso siendo inocente y la lucha por sobrevivir al estigma social.


Por Tomás Eliaschev

Ver una película en un moderno cine de un centro comercial produce un halo de irrealidad, aunque se trate de un documental sobre un caso policial escalofriante ocurrido hace algunos años, en el sur de la ciudad de Buenos Aires. El Rati Horror Show, la última película de Enrique Piñeyro, narra cómo a un hombre, Fernando Carrera, el 25 de enero de 2005, se le cruzó en el destino una patrulla policial sin ninguna identificación, desde la cual le dispararon un certero tiro en la mandíbula. Quedó inconsciente, pero el auto siguió su marcha: en su derrotero a contramano por la avenida Sáenz, tres personas murieron arrolladas. En el vehículo, la policía encontró un arma, aunque nunca se demostró que perteneciese al condenado. La Justicia lo sentenció con 30 años de prisión y ya cumplió 8. El largometraje plantea sin matices que esta es una causa armada. Veintitrés compartió la película con dos sobrevivientes de situaciones similares a la que está pasando Carrera. Son sólo un par de muestras de una práctica bastante más extendida de lo imaginado.

Soraya Noemí Castro y Jorge Nicolai sufrieron en carne propia lo que es la injusticia perpetrada precisamente por quienes debieran velar por la ley. A Soraya, en abril de 2007, cuatro policías de la Delegación de Drogas Ilícitas de la Bonaerense le plantaron 3,27 gramos de cocaína en un operativo en su casa, en Ciudad Evita, La Matanza. La causa estuvo en manos del juez Jorge Rodríguez, del Tribunal Número 2 de Morón. Estuvo un año y media detenida hasta que la absolvieron. El caso de Nicolai, que llevó adelante el Juzgado Correccional número 11, sucedió hace diez años. Le habían prometido una changa en Palermo que resultó una trampa, ya que allí policías federales de civil le encontraron en un bolso armas que ellos mismos le habían plantado. Aunque estuvo menos tiempo preso (dos meses en Devoto) y fue rápidamente absuelto, la pasó peor, ya que en el penal fue violado y contrajo HIV. Tanto Castro –madre soltera de dos chicos de siete y doce años–, como Nicolai –que vive en Florencio Varela con su madre adoptiva de 77 años– adquirieron la fortaleza que, a veces, se consigue luego de pasar por adversidades, y un fuerte compromiso para que situaciones de estas características no se repitan.

Los dos llegan puntuales, y rápidamente intercambian datos sobre sus historias. Al ver la película de Piñeyro, ambos coinciden en sentirse identificados. “Encuentro enormes similitudes entre lo que le pasó a este chico y lo que me pasó a mi. Detalle por detalle”, comenta Castro a la salida del cine, en lo que coincide Nicolai. “Ese espacio después del hecho del que habla Piñeyro en la película es donde te pueden meter cualquier prueba. Dejan el área libre para que los compañeros de ellos o gente que trabaja para ellos pasen y planten pruebas. En mi caso particular se plantaron pruebas, pero fui a juicio y fui absuelto porque no había pruebas para condenarme. Los jueces se dieron cuenta de que eran causas plantadas. Esperemos que la película sirva para que todo esto cambie”, se entusiasma Jorge. Su caso fue característico del show del horror que describe Piñeyro. “El fiscal ya estaba esperando para intervenir, junto con la televisión”, recuerda.

Desde las páginas de Veintitrés, Nicolai le desea fuerza a Carrera. “Es una situación difícil la que él tiene. Debe pensar en su familia. Espero que la sociedad vea que es inocente, que le plantaron pruebas. Le doy todo mi apoyo.” Nicolai lucha para que en su caso “se hagan cargo del daño que me hicieron moralmente y físicamente”, por lo que pide “un resarcimiento de de dos millones y medio de pesos”. “Si no llego a cobrarlo con vida, que sirva de experiencia para muchas otras personas”, dice con naturalidad. Sin embargo, su espíritu es fuerte y transmite energía y convicción. Cuando salió, no la tuvo fácil: “Después que salí de Devoto, durante ocho años me amenazaron con armas, intentaron matarme, hacían llamadas telefónicas a mi casa pasando la marcha fúnebre, me dijeron que me dejara de joder. Mientras siga con vida voy a seguir luchando hasta ver a los policías que me hicieron esto tras las rejas.”

Castro también le transmite a Carrera que “siga para adelante”. Irrumpe en lágrimas cuando recuerda las preguntas que le hacían sus hijos cuando estaba presa y rememora casos donde otras internas fueron violadas por “chicas que parecen que fueran chicos”. Confiesa que muchas veces le cuesta salir a la calle y que en su barrio la policía, como sabe que estuvo presa, la para insistentemente. “Adentro hay muchos casos de gente inocente presa”, repasa.

Desde el penal de Marcos Paz, Carrera dialogó con esta revista. De voz serena, se mostró “agradecido” con Piñeyro, a quien solamente vio una vez. “Estoy esperanzado en los ministros de la Corte, son mi última esperanza. No quiero celeridad. Quiero que estudien cómo fueron los hechos. La Policía Federal cometió un error, en vez de hacerse cargo, me plantaron armas. Yo atropellé a gente cuando estaba inconsciente”, recuerda y agrega: “Tenía el seguro del auto al día, no tenía nada que ocultar: si me paraban bien, frenaba, pero de pronto se me aparecen estos kamikazes en un Peugeot 505 negro que tenía pedido de captura. Si no me movía, me mataban. Me tiraron más de veinte tiros”.

Con convicción, deja en claro que no se rendirá: “No me voy a resignar, yo no hice nada, reconozco la muerte de tres personas sobre las ruedas de mi vehículo, pero yo estaba inconsciente, con un tiro en la cara. Nunca disparé un arma. Ni siquiera tuve un arma. Me plantaron armas y una gorra en mi auto. Misteriosamente, la gorra se perdió en una inundación. Hay testigos que dicen lo mismo que digo yo y que hablaron ese mismo día en la televisión, pero la Justicia no los encontró y Piñeyro sí”. Justamente, a este testigo, Luís Ríos, que apareció dando su versión por televisión el mismo día del hecho, lo amenazaron luego de que su testimonio fuera recordado por el film.

El caso Carrera es, apenas, la punta del iceberg de un témpano de pruebas fraguadas e inocentes tras las rejas. En diálogo con esta revista, el ex ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, León Arslanian, conceptualizó que hay “dos grandes tipos de causas armadas, aquellas que se hacen en procura de extorsionar a una persona a la que se la hace pasar por delincuente con la finalidad de obtener un beneficio económico, y otro como la Masacre de Ramallo, donde la finalidad ostensible es mostrar una supuesta eficacia policial frente a un hecho de gran significación que pueda tener repercusión en la opinión pública”. Arslanian sostiene que “ante la exigencia de la opinión pública de procedimientos exitosos, se fabrican para permitir la supervivencia del sistema”. Sobre las cifras, sostiene que no existen. “Es inconmensurable. Sólo trascienden las causas escandalosas, como el caso Carrera”, dice el ex funcionario, que atribuye todo esto a la “cultura institucional paralela” y al “pacto político-policial”.

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