lunes, 2 de enero de 2012

CHICOS EN PELIGRO


El caso de Tomás, el nene de 9 años asesinado en Lincoln, y otros similares echaron luz sobre un fenómeno que las estadísticas confirman: los chicos dejaron de ser intocables y pasaron a ser víctimas de peleas familiares y venganzas. La opinión de los expertos.
Por Leandro Filozof
Hay límites que jamás deberían cruzarse, marcados por una suerte de línea divisoria invisible que separa a la violencia asimilable de la crueldad incalificable. Sin embargo, en el último tiempo, ese límite parecería ser cada vez más difuso: el 22 de agosto, Candela Sol Rodríguez, de once años, fue secuestrada durante nueve días y asesinada; y en la última semana Tomás Damero Santillán, de nueve años, fue asesinado a golpes en Lincoln; Gastón Bustamante, de doce, asfixiado en un episodio todavía no esclarecido en Miramar; Keila Geraldine Rojas, de tres años, violada y asesinada a golpes; Estela Soledad Sena, de cinco, también fue violada y asesinada. Hechos variados que tienen un factor común: la violencia ya no tiene miramientos con los niños.“No hay nada sagrado, intocable; todo sujeto puede ser violentado en una sociedad que se caracteriza en este momento por ser muy violenta –explica la psicóloga Mirta Videla, especialista en maternidad y familia–. Antes estaba la idea de “los niños primero, los niños no se tocan”, todo ese eslogan que hacía intocable a un chico. Pero lo que está pasando demuestra que no es así. Un hombre se puede vengar de un conflicto amoroso matando a un niño, los narcotraficantes pueden vengarse a través de una niña porque eso afecta más, es un arma más filosa, más dañina, más certera”. La directora ejecutiva del Comité de Seguimiento y Aplicación de la Convención por los Derechos del Niño, Nora Schulman, coincide: “En este momento, el chico está mucho más indefenso. Está expuesto y muy vulnerable a sufrir episodios de violencia por parte de los adultos. Se rompieron códigos. Hay nuevos delitos que tienen que ver con el abuso de sustancias o el narcotráfico, donde no se respetan los viejos códigos: un ladrón experimentado no te mataba a un tipo o a un chico nunca. Con estos nuevos delitos, especialmente los vinculados con el narcotráfico, suceden estas cosas: mato a un chico, a un adulto, lo que sea. Es una nueva manifestación de delitos y me parece bastante serio”, concluye.A finales de agosto, luego de varios días de búsqueda y ante la mirada atenta de casi toda la sociedad, se encontró el cuerpo de Candela. Su asesinato, que aún sigue siendo investigado, parecería estar vinculado a un ajuste de cuentas con la familia de la menor. Tres meses después, el 17 de noviembre, Tomás desaparecía en Lincoln. Su final también fue trágico: el chico, que padecía de hidrocefalia, murió por un golpe en la cabeza. El principal sospechoso es la ex pareja de su madre, Ramón Adalberto Cuello. Pero el de Tomás no es un caso aislado: hay 708 casos de violencia doméstica registrados sólo en el mes de septiembre de este año, según la Oficina de Violencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Son 54 casos más que en el mismo mes del año pasado y 186 más que en el 2009. En el 27 por ciento de estos casos, las víctimas fueron menores.Según la ONG La Casa del Encuentro –que refleja un informe elaborado por el Observatorio de Femicidios “Adriana Marisel Zambrano”–, en lo que va del 2011, 18 menores fueron asesinados por violencia de género, lo que se conoce como femicidio vinculado. Fabiana Túñez y Ada Beatriz Rico, cofundadoras de la ONG, analizan la situación: “La violencia hacia las mujeres, niñas y niños tiene su raíz en la persistencia de desigualdades estructurales entre varones y mujeres: la violencia es el factor determinante para sostenerla. Hay que desnaturalizar la violencia y desterrar el mito que dice ‘la violencia de género son cuestiones privadas y de la pareja, no hay que meterse’. Es todo lo contrario, una cuestión social en la que debemos intervenir y comprometernos. El objetivo del varón violento es controlar, dominar, aislar, poseer. Y cuando ya no puede ejercer su dominio, puede llegar al extremo que es el femicidio. Cuando observa que todo lo que hace no le alcanza para consumar su fin, comienzan las agresiones contra los hijos/as con el objetivo de que, por el miedo, ella termine cediendo”.Los últimos casos de violencia contra los chicos sucedieron en el interior. En Santa Fe, Keila, una niña de tres años, fue violada y asesinada. La encontraron con todo el cuerpo golpeado y cinco costillas rotas. Por el hecho fue detenido el concubino de la madre. En Chaco, Estela, de 5, también fue violada y asesinada: el principal sospechoso es su tío.El criminólogo Raúl Torre explica que hay un tipo específico de víctima, las ‘determinadas’: “Son aquellos seres en el medio social que tienden a ser vulnerables para ser victimizados: los ancianos, en su momento los gays o los extranjeros. En esta categoría también entran los niños. Si un adulto quisiera abusar sexualmente de un par, correría peligro de una respuesta violenta. Son episodios intrafamiliares o que tienen alguna relación familiar. En estos episodios existe una importante carencia afectiva. Hay hombres que se sienten apartados del grupo familiar y por esa razón matan a sus hijos chiquitos”.Otro de los casos que conmocionaron a la opinión pública es el de Gastón. El chico de 12 años fue estrangulado en su casa de Miramar. Si bien en un principio se habló de que unos ladrones lo habrían encontrado debajo de la cama pidiendo ayuda por celular, a partir de nuevas pistas la fiscalía analizaba otras hipótesis y pidió la extracción de ADN a los familiares del chico.En la provincia de Buenos Aires, según datos del Ministerio de Justicia y Seguridad, se reciben, en promedio, 211 denuncias diarias por violencia familiar. En lo que va del 2011 se recibieron 80.151 denuncias: en un 7 por ciento de los casos, las víctimas son menores.La licenciada Silvia La Ruffa, directora general de Coordinación de Políticas de Género, del Ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense, cuenta la situación en la provincia: “Los últimos casos dieron visibilidad pública al hecho de que muchos hombres violentos no sólo objetivizan a la mujer sino a los niños y las niñas y los usan como objeto de daño. Amenazan a veces a la mujer con dañar a sus hijos y en otros casos, efectivamente consuman ese daño, desde secuestrándolos e impidiendo verlos hasta la muerte como fue el caso de Tomás. Con el aumento del empoderamiento de las mujeres, la posibilidad o capacidad de decir basta, ha recrudecido la intensidad de la violencia que se ejerce y por ende el aumento de los femicidios, no porque haya más casos de violencia, sino porque los hombres con conductas violentas no soportan que las mujeres empiecen a decir basta y encuentren un respaldo. Desde del punto de vista de la comunidad no son considerados como problemas de inseguridad: cualquiera puede ser víctima de un robo o que lo pise un auto, pero esto pareciera que sólo les puede ocurrir a determinadas familias. Sin embargo, el fenómeno muestra que no es así. Si bien el espectador hace una distinción en su cabeza entre inseguridad y estos como problemas de violencia, para el Estado no debe ser así. Ambos son problemas de seguridad pública”. Schulman tiene una visión que completa la de la funcionaria: “Estos no son temas de ‘inseguridad’: son familiares, pero la violencia doméstica tiene proporciones inusitadas en comparación con los delitos de inseguridad, el triple o el cuádruple”.En la Capital Federal también se verifica un incremento en la violencia contra menores: “El aumento es progresivo, es algo que se ve a partir de los llamados telefónicos al número 137, que trabaja los 365 días del año –dice Eva Giberti, coordinadora del Programa de Las Víctimas contra Las Violencias del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación–. Nosotros vamos a los domicilios porque nos llaman por violencia familiar y aunque nos encontramos con los chicos maltratados, cuando le explicamos a la madre que hay que hacer la denuncia, se resiste a hacerla por miedo. Hay un aumento progresivo de la crueldad contra los niños, niñas y adolescentes. Las edades maltratadas son de 0 a 10 años. En unas estadísticas que estamos elaborando confirmamos que en el 2010 hay un 52 por ciento de aumento de violencia contra los chicos respecto del 2009”.Para María Beatriz Müller, presidenta de Salud Activa y de la Federación Latinoamericana contra las violencias y el abuso, uno de los problemas reside en que estamos en una sociedad adultocentrista: “La mirada está en el bienestar o el beneficio de lo que le pasa al adulto y los chicos son el último orejón del jarro. Incluso cuando sufren situaciones de abuso, pretenden que le cuenten al juez igual que si fueran un hombre en miniatura. Los chicos siempre hablan, siempre dicen, el problema es quién está alrededor para escucharlos y si tiene la capacidad de traducir lo que están diciendo”. “La sociedad no tiene tiempo para reflexionar –sostiene Videla–. Hemos pasado por situaciones tan duras que nos queda poco espacio para reflexionar. Los medios de comunicación están teniendo un rol siniestro, porque están sobrecargando a los espectadores con esto que es real pero lastima mucho.”Si bien la violencia está en aumento –como marcan las estadísticas–, ante alguno de los últimos hechos la sociedad reaccionó. Manifestaciones de miles de personas y otras que derivaron en disturbios –como el caso de Miramar, con pedradas e incendios– fueron algunas de las reacciones. Para Schulman, estos hechos interfieren con la Justicia: “Romper la intendencia, hacer puebladas, salir a la calle a reclamar por situaciones que no saben cómo va a seguir su curso judicial, es algo que perjudica. Pasó en el caso Candela, donde la gente salió a la calle, salió a reclamar, todo el mundo gritaba, salieron los actores, y en definitiva la nena estaba muerta por un ajuste de cuentas. La gente sale pensando en venganza y tratando de resolver algo que no se resuelve más que por la vía judicial. Yo a esto le tengo un poco de miedo, porque se disparan cosas como lo de Blumberg, que hizo modificar la legislación para peor”.“La infancia tiene que ser una cuestión de Estado –enfatiza Müller–. Por algo nuestro Estado firmó el convenio y le dio el rango constitucional a la Convención Internacional de los Derechos del Niño y asumió una responsabilidad sobre la infancia. Nos toca a todos, y a cada quién en su respectiva área, una parte de la responsabilidad. Los docentes, los padres, la familia, los medios de comunicación: a todos les corresponde un pedacito de la responsabilidad de protección de los derechos y, fundamentalmente, a los organismos del Estado que tienen que tener los lugares de contención y el trabajo interdisciplinario."
Los depredadores
Por María Beatriz Müller, Psicóloga especialista en infancia, presidenta de Salud Activa
Para los depredadores, la muerte de un chico no es un límite infranqueable. Esa norma no existe porque para ellos el chico no es un chico, es igual que una silla o una piedra. Y si había algún prejuicio mínimo en alguno, la masificación –tantos crímenes en poco tiempo– terminó de levantar la barrera. Hay que quitarse de la cabeza la idea de que la familia es el mejor lugar para los chicos. Puede no serlo, incluso ser el peor. Para los adultos violentos el límite está borrado: un tipo que está en pareja y golpea y maltrata cuando el chico está mirando, lo está maltratando y golpeando. El padre no tiene en cuenta su ser niño. Que le pegue o no un cachetazo es anecdótico. En realidad le pegó en el alma, y va a quedar marcado aunque jamás lo toque. Una trompada es más fácil de revertir, se puede reeducar al irascible para desaprender esas conductas. En cambio, las conductas refinadas de un psicópata son las que más huellas dejan y las más malvadas. Las personalidades psicopáticas tienen un componente narcisista; el otro no existe y es objeto de uso: me sirve o no, lo uso y descarto sólo para dañar al otro. En el psicópata hay una desafectivización absoluta. Mata a otro porque el placer lo siente al hacer sufrir al otro. En el caso de Tomás, se puede pensar en un doble placer: mató al niño y hace sufrir a la madre. Los psicópatas buscan transgredir el límite y manejan una tremenda impunidad que los lleva a cometer errores o ser muy obvios. No hay ley social que los limite, crean sus propias reglas y están convencidos de que así tiene que ser.

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