En algunos boliches, chicos y chicas hacen cola para entrar, mientras otros desfilan producidos por la calle, despertando cataratas de piropos del más variado tenor. Todo apunta a lograr un encuentro cercano que convierta la noche en algo inolvidable.
Por Carlos Rodríguez
Como en el poema de Oliverio Girondo, las chicas –y los chicos– que se asoman desde la terraza balcón de Mr. Jones, uno de los boliches más concurridos de la noche joven marplatense, tienen los “ojos dulces”, y habría que agregar encendidos, como “almendras azucaradas”, pero como los tiempos cambian, parecen dispuestas y dispuestos a dejar caer sus sexos hacia la calle, para disfrute de todos los que pasan caminando por la vereda. En la calle Alem, y también sobre Hipólito Yrigoyen, los deseos andan sueltos sin las trabas que cortaban las alas de las insinuantes chicas de Flores de las que hablaba el poeta en 1920. A las chicas de Alem –y a los chicos también, por qué no– a cada paso les “eyaculan piropos”, en los oídos o a los gritos, según el grado de urgencia de cada uno. En ese marco, ellas pugnan por salir deslumbrantes en todas las fotos, algunas parejitas se besuquean para escandalizar y escandalizarse, mientras ellos –los solos– se pasean rotundos, llenos de vida, dispuestos a jugárselo todo por tener algún acercamiento explícito que convierta al de 2012 en un verano para recordar.Aunque las épocas sean bien distintas, lo que ocurre en las zonas de la ciudad donde se congregan los más jóvenes no es otra cosa que la vieja ceremonia pueblerina o ciudadana de la “vuelta del perro”, aunque ahora los canes ladren –y muerdan, tal vez– mucho más que antaño. El clima que se vive es frenético y como esto es Argentina, en algunos boliches hay que hacer fila para ingresar al ruedo, situación que incentiva la ansiedad de algunos. “Mirá esa pendeja, ¡qué orto!”, exclama sin disimulo alguno, agarrándose la cabeza con las dos manos, un chico que llegó de Tucumán y que pugna por entrar a uno de los pubs donde se arman los bailes, aunque esos lugares no estén habilitados para bailar. La marplatense aludida en una de sus partes por el tucumano responde rapidito y al pie: “Ni lo sueñes, corazón”.Su respuesta, aunque correcta desde el léxico, le suena al joven de Tafí del Valle como un insulto que duele cual puñalada. El amigo que lo acompaña, con una mezcla de inteligencia y exceso de optimismo, lo alienta a seguir: “Al menos te dio bola, le llegaste, boludo. Andá, seguila”, le aconseja con un tono que suena a orden de abrir fuego. La historia sigue de-sarrollándose por la calle Alem porque el chico rompe filas y decide cambiar de cola. Desde una distancia prudencial, discreta, el cronista observa que hay sonrisas que se entrecruzan, nada de excesos verbales, y las ansias por fin comienzan a relajarse para tratar de encontrar los acuerdos necesarios para el disfrute.La noche marplatense, que para los más jóvenes comienza a las doce de la noche con la previa en los bares, se larga recién a las dos de la mañana y ahora hay que lograrlo todo en menos tiempo, porque a las 4.30 se cierran los boliches por disposición de las autoridades gubernamentales (ver nota aparte). “Con esta medida se rompe lo que era una tradición en Mar del Plata que viene de los años ochenta. Acá los chicos se quedaban hasta las seis o siete de la mañana. Los pibes vienen a divertirse porque están de vacaciones y es tonto querer impedirlo con medidas como éstas.” El que habla es uno de los adultos que desde la puerta de los boliches se convierte en una especie de dioses que determinan las entradas, luego de contabilizar las salidas, y de ese modo evitar que el local se convierta en esa vieja imagen de la lata de sardinas. Este profesional de la noche que desde hace 14 años cumple esa tarea aporta luego su cuota de denuncia gremial: “El problema que se agrega es que, además de cortarles las alas a los pibes, les cortaron las alas a un montón de laburantes” porque a menos horas de trabajo, menos personal. En la calle abierta para los sueños de gloria, también hay encuentros afortunados: “Hola, ¿te acordás de mí? Nos vimos ayer en la playa. Soy la chica que vive en Belgrano, la que estudia Ciencias Económicas”. El pibe del barrio porteño de Balvanera agradece que el mundo sea tan chico. Cuando la niña se aleja un poco para llamar a sus amigas que siguieron de largo, el flaco le comenta a su compañero de andanzas: “Está re-producida, es un bombón”. El otro lo mira como si se tratara de un zombie: “Pero boludo, ya estaba fuerte cuando la vimos en la playa. ¿Qué te está pasando?”. Como toda respuesta, el zombie se ríe de su propia estupidez. La parejita que se conoció en la playa empieza a caminar junta y el amigo reprochón, sin hacer ningún esfuerzo, de pronto se ve rodeado por tres bombones, damas de compañía de la encaradora chica de Belgrano, que no parece ser descendiente de aquella “rubia tarada, aburrida” que hizo trizas Luca Prodan.Aunque las esquinas siguen siendo lugares de encuentro, los boliches más concurridos son clave para ellas y ellos. En el resto-bar Domo, en Alem, entre Matheu y Formosa, también hay filas para entrar, igual que en algunos bingos y que en los restaurantes de Mar del Plata. Para los chicos y chicas la espera sólo acrecienta las ansias. “Fotógrafos, periodistas, siempre buscando escándalos”, vocifera una flaca marplatense para la cual “el verano está hecho para conocer gente de todos lados. En esta época somos el centro del mundo y nos renovamos”. Para ella “el tránsito, el ruido, las playas llenas” son “una excitación necesaria porque nuestra vida es pueblerina el resto del año”.Jazmín Herrera tiene “más de 23”, pero su aspecto es el de “una pendeja a la que le sigue gustando la joda”. Observa la expresión del cronista y cree necesaria la aclaración: “¡La joda sana, eh!”.Cerca de ella, una parejita que se vino de Buenos Aires pide un poco de atención. La que encara al fotógrafo es ella: “Dale, sacanos unas fotos”. Ella lo agarra a su flaco, le hace inclinar la cabeza hacia adelante y le come la boca. Es una mezcla de exhibicionismo con pacto de compromiso: “Mirá que estamos escrachados”, parece decirle a su novio, que se hace el desentendido. Por el lado de Hipólito Yrigoyen, la onda es más tranquila, con bares de luces discretas y música variada, con menos “punchi-punchi” lastimando los oídos. En una plaza cercana, cerca de la avenida Colón, se dirimen algunas cuestiones que empezaron en los boliches.Varias parejas se ubicaron en distintos bancos, alejados entre sí para resguardar cierta intimidad. La mayoría son besos y preguntas sobre cómo seguir, porque la noche es joven. También hay discusiones acaloradas como el verano mismo: “Sos un careta, flaco, te pasaste la noche mirando a esa tetona del vestido blanco. ¿Vos te pensás que soy boluda, que no me doy cuenta de nada? Y no es la primera vez que me lo hacés”. Como toda respuesta, el mirón apichonado ensaya una extraña argumentación sobre la autonomía que tiene el ojo humano, sobre todo en los varones. Y bueno, es difícil sustraerse a ciertos influjos diabólicos. Ya lo escribía el enorme Girondo en 1920: “Las chicas de Flores/se pasean tomadas de los brazos/para transmitirse sus estremecimientos”. Y uno no es de lata ni de cartón pintado.
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