lunes, 2 de enero de 2012

MUNDO NUEVO


La crisis económica en los países desarrollados provocará cambios profundos como no ocurre desde la Segunda Guerra Mundial. El desafío de una batalla global que se libra en mercados financieros, foros multilaterales y redes sociales.
Por Lucas Cremades y Deborah Maniowicz.
El mundo ya no es el que era. Tampoco será el que es hoy. La crisis económica en los países desarrollados y la explosión de la “primavera árabe” son apenas algunas de las terminales de un proceso que eclosionó y cuyas consecuencias todavía se proyectan como imprevisibles. Los cambios climáticos producto del calentamiento global, el aumento de la brecha entre ricos y pobres, la creciente demanda de alimentos de países emergentes como China e India, la porosidad que evidencia el sistema capitalista, la inmensa cantidad de “indignados” en las calles de España, Grecia y Estados Unidos y los cambios en países como Egipto y Libia –con caídas de dictaduras incluidas–, son apenas algunos de los clivajes que hoy ponen en jaque el statu quo político, económico y social global, como no ocurre desde la Segunda Guerra Mundial.El planeta que ahora cuenta con siete mil millones de habitantes y que se prepara para tener dos mil millones de personas más en el 2043, deberá aumentar en un 70 por ciento la producción de alimentos. Frente a este panorama, los interrogantes sobre cómo alimentar a esa población sin destruir el medio ambiente, sin disminuir los rendimientos agrícolas o sin generar impactos negativos en la producción de alimentos, son uno de los desafíos que deberán ir resolviéndose de cara al futuro. En la actualidad, se producen alimentos para 12 mil millones de personas. Sin embargo, esa cantidad no es suficiente para contrarrestar a los 925 millones de hambrientos que hay en el mundo, o, lo que es lo mismo, alrededor del 15 por ciento de la población terrestre. Un dato incomprensible si, por caso, se tiene en cuenta lo que apunta el novelista Jonathan Safran Foer en su último trabajo, titulado Comer animales (Seix Barral), en el cual señala que el 63 por ciento de los norteamericanos tiene al menos una mascota por la que gastan 34 mil millones de dólares al año. O se presta atención a lo dicho por el sociólogo Zygmunt Bauman, en su libro Daños colaterales (FCE), donde señala que “Europa y Estados Unidos gastan 17 mil millones de dólares anuales en alimentos para mascotas, mientras que, según los expertos, se necesitan apenas 19 mil millones de dólares para salvar del hambre a la población mundial”.El Informe sobre Desarrollo Humano 2011, del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), advirtió a los 177 países adherentes sobre la necesidad de revertir el deterioro medioambiental y las desigualdades sociales. La equidad, entendida como una justicia social que genera accesos para mejorar la calidad de vida, es una de las demandas más significativas a nivel planetario. Según Alfredo F. Calcagno, economista de la división de Globalización y Estrategias de Desarrollo de la UNCTAD, la crisis actual es una crisis de las economías desarrolladas. “Expresa el estrepitoso fracaso del capitalismo liderado por el sector financiero –apuntó a Veintitrés– que privilegió la especulación sobre la producción, y de una globalización financiera que se expandió más rápido que los mecanismos para regularla. Una característica de esta modalidad es la concentración del ingreso: hacia fines de los años ’70, el 1 por ciento más rico recibía 8 por ciento del ingreso en los Estados Unidos y 6 por ciento del ingreso en el Reino Unido. En treinta años, esa proporción creció al 18 por ciento en Estados Unidos y 16 por ciento en el Reino Unido. Gran parte de esos ingresos provienen de las finanzas. Mientras tanto, la mayoría de los asalariados vio estancarse o retroceder su poder de compra y para ampliar su consumo, muchas familias tuvieron que endeudarse más allá de su capacidad de repago. La insolvencia de esas familias es uno de los factores que llevó a la crisis en el 2008.”Pero lo que en un primer momento fue, para los analistas económicos, una crisis pasajera –o, al menos eso intentaron mostrar–, se convirtió para los europeos en algo que hoy identifican como “la Gran Regresión”. En marzo, la tasa de desempleo en los dieciséis países que integran la Eurozona fue del 10 por ciento, pero España, que enfrenta una de las peores crisis económicas de su historia, ocupó el podio con un 19,1 por ciento, lo que representó 4,5 millones menos de puestos de trabajo y un pico de 5 millones a octubre de 2011. Del otro lado del Atlántico, si bien en Estados Unidos la tasa de desempleo viene disminuyendo, el último mes alcanzó al 9 por ciento. La eliminación de puestos de trabajo conlleva, a su vez, la eliminación de derechos básicos tales como acceso a una vivienda digna, salud y educación.“En 1950 éramos 2.500 millones de habitantes en el mundo. De modo que al 2011 hubo un incremento poblacional de 4.500 millones de personas. Ese crecimiento es casi idéntico a la cantidad de pobres que hay en el mundo. El modelo genera pobreza y exclusión”, explicó Carlos March, responsable de Estrategia de la Fundación AVINA, para quien el problema de la crisis expresa la necesidad de cómo incluir y cómo abastecerse: “Si los 7 mil millones de personas consumieran lo mismo que un norteamericano promedio, se necesitarían los recursos de un planeta y medio para poder abastecer esa demanda. Esta crisis no es económica ni financiera: es una crisis por los recursos naturales”.Las proyecciones para el corto y mediano plazo indican que el planeta no podrá seguir ignorando los graves riesgos ambientales y las profundas desigualdades sociales. La ganadería industrial en Estados Unidos, señaló Safran Foer, “realiza una contribución al calentamiento global que es un 40 por ciento mayor que la de todo el sector del transporte junto, lo que la convierte en la responsable número uno del cambio climático”. Mientras que el subsidio europeo promedio por cada vaca “iguala a los dos dólares diarios con el que apenas subsisten miles de millones de pobres”, escribió Bauman en referencia al crecimiento incesante de la desigualdad. Lo cierto es que cada año se necesitan 105 mil millones de dólares para financiar las tareas de adaptación a un cambio climático que cada vez erosiona con más potencia.“Hace una década vivíamos en la era del unilateralismo, basta con pensar en Irak y Afganistán. Hoy soplan otros vientos, un nuevo multilateralismo”, apuntó David Smith, director del Centro de Información de Naciones Unidas para Argentina y Uruguay. “Lo que sucedió en el mundo árabe representa la marcha de la democracia –continuó el especialista–. No existen fronteras que un gobierno pueda usar para mantener su pueblo al margen. Las Naciones Unidas y los demás organismos internacionales deben enfatizar el desafío de un mundo lleno de problemas sin pasaportes, desde el cambio climático hasta el terrorismo. Algunos temas requieren un tratamiento regional. Otros, en cambio, requieren un consenso global.”Respecto de la posibilidad de estar ante un cambio de paradigmas que venga a instaurar un nuevo orden mundial, Germán Fermo, director de la Maestría en Finanzas de la Universidad Torcuato Di Tella, señaló la preponderancia de un statu quo que no quiere dejar de ser tal. “El G3, definido como Japón, Estados Unidos y Europa, ha tenido en los últimos años una preponderancia internacional que quiere seguir defendiendo a rajatabla –aseguró Fermo–. Esos países vivieron demasiado bien y gastaron por encima de sus posibilidades durante varias décadas y ahora deben ajustarse rápidamente –algo que no van hacer– o ajustarse lentamente, nominalizando el problema y tratando de patear una parte a otros lugares del mundo, que es lo que están haciendo.” Por su parte, el analista internacional Khatchik DerGhougassian consideró que “seguimos en un orden unipolar por la absoluta asimetría que existe entre la capacidad bélica de Washington y el resto del mundo. La crisis está provocando la erosión de la unipolaridad y permite vislumbrar la formación de autonomías regionales, hasta una suerte de regionalización del equilibrio de poder en el sistema internacional. El mundo multipolar podría ser un deseo –equivocado si se lo piensa como mejor garante de la estabilidad internacional– o, en el mejor de los casos, un proyecto geoestratégico de potencias emergentes como China y Rusia”.Desde el segundo gobierno de Carlos Saúl Menem, en 1995, año tras año la cantidad de argentinos que viajó a España en búsqueda de nuevos horizontes fue en aumento. Pero la crisis de 2001 provocó un desvarío significativo en los registros: 250 mil residentes se subieron a un avión sin fecha de regreso. En ese entonces, en la Argentina había 12 millones de pobres, un 18,3 por ciento de desocupados y, sobre todas las cosas, descreimiento y desconfianza hacia los políticos y las instituciones. España ofrecía oportunidades de empleo y crecimiento, dos perspectivas tentadoras para los casi 50 mil argentinos que finalmente decidieron radicarse allí en medio del desconcierto local.Pero en los últimos años la situación se revirtió drásticamente. No sólo la Argentina mejoró sus índices durante la gestión kirchnerista –desendeudándose primero; recuperando el empleo, aumentando las jubilaciones, generando mayor inversión en educación, por nombrar algunos índices, después–, sino que según datos del Instituto Nacional de Estadística español (INE), casi seis mil amantes del asado y el dulce de leche decidieron emprender el camino de regreso por la difícil situación económica que atraviesa el país que fuera presidido por José Luis Rodríguez Zapatero y que, desde hace pocos días, eligió como presidente a Mariano Rajoy, entendiendo que en el gobierno conservador encontrará una salida mejor para todos.El giro hacia la derecha que experimentó España tuvo sus réplicas en varios países europeos –la comparación de Grecia con la Argentina de 2001 recorrió el mundo– donde el Estado benefactor dejó paso a ajustes impopulares –vacaciones limitadas, jornadas de trabajo extensas y jubilación tardía – para frenar la crisis. Para Calcagno, “es difícil distinguir las políticas de los partidos de derecha y de izquierda, al menos en Europa. Frente a la crisis, todos hacen más o menos lo mismo, por convencimiento o por presión de la ‘troika’ compuesta por el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. Lo que se constata es que cuando las cosas van mal, pierden los oficialismos”.Para Alan Kahane, economista y analista internacional, autor de Poder y amor, “la gente está expresando su voz y su poder de representación y esto es favorable. Lo importante de las protestas es cómo podemos respetar esta voz y esta forma de expresarse para resolver los problemas complejos que no pueden ser resueltos mediante la violencia sino mediante el diálogo. Esta es una crisis básica, fundamental. Es una crisis de capitalismo no regulado. Es poder sin amor”.Al reverso de lo que se creía tres décadas atrás, las realidades sociales, políticas y económicas igualan y colocan a las próximas generaciones de cara a una batalla global que se libra en las calles, en los mercados financieros y en las redes sociales. Diez años atrás, cuando la crisis argentina explotaba en diciembre del 2001, una manifestación de “indignados” norteamericanos, reclamando en las puertas de Wall Street, era algo impensado. Pero el mundo está cambiando. Por aquel entonces el sur miraba con anhelo al norte. Hoy la realidad parece ser otra. Basta recordar las palabras que, en plena cumbre del G20, el presidente norteamericano Barack Obama le recomendó a su par francés Nicolas Sarkozy: “Debemos aprender del ejemplo argentino”.
_______________________________________________________________________________OpinionesKhatchik Der GhougassianProfesor de Relaciones Internacionales - Udesa
Las revueltas árabes fueron el mayor acontecimiento del año. O el menos esperado. Constituyen un antes y después para las sociedades árabes, pues pareciera que los regímenes entendieron de la imprescriptibilidad de las reformas hacia sistemas de mayor inclusión económica y política de la ciudadanía. Sin embargo, la razón geopolítica probablemente vaya imponiendo su lógica de redefinición del equilibrio de poder en la región y oprimiendo las voces de otros sectores entre seculares, liberales y progresistas.
Alan Clutterbuck Presidente del Movimiento Red de Acción Política
Hay una enorme insatisfacción con los sistemas de representación que obligan a repensarlos. La sociedad pretende resultados paliativos y no está contenta con los canales que tiene para participar de la política ni con las respuestas que dan las autoridades. La dirigencia va a tener que repensarse a sí misma y a sus instituciones. También las agendas van a tener que cambiar y abarcar demandas como el medio ambiente o las energías renovables. Está cambiando el paradigma; no está claro hacia dónde vamos.
Robert Russell Director de la Maestría en Estudios Internacionales - UTDT
Vivimos una época de transición con una parálisis fuerte de los organismos tradicionales. Es una década donde terminan de diluirse las expectativas de los ’90. Hay una parálisis de las Naciones Unidas y un estancamiento en las negociaciones económicas internacionales. En cambio, los organismos minilaterales –como la Unasur– cobran relevancia. En el corto plazo, tampoco debemos tener expectativas respecto de una mayor democracia: en todo el mundo se están quebrando estructuras de poder muy fuertes.
Federico Merke Analista internacional. Investigador del Conicet
En 2001, en la Argentina las cacerolas hicieron más ruido que los celulares porque las redes sociales recién estaban despegando. Hoy las formas de organizar la protesta se han vuelto más sofisticadas y creativas. Pero si la crisis genera la necesidad de coordinar la bronca y la indignación, lo que no genera es un coordinador. Para pelear por el poder no alcanza con Twitter y Facebook. Es necesario formar cuadros, partidos políticos o movimientos, tener un horizonte definido y una estrategia acordada entre actores sociales que decidan saltar a la política. Los voceros de los indignados aún están lejos de eso.
Mario Rapoport Economista
Esta es una crisis económica, financiera y hasta hay quien habla de una crisis de civilización. Los nuevos bárbaros serían aquí los propios pueblos, los “indignados”: jóvenes que no obtienen su primer trabajo, desocupados que viven de un precario seguro de desempleo y si no consiguen trabajo en un plazo de tiempo, no llegan a renovarlo, jubilados y asalariados que ven descender sus remuneraciones, gente desposeída de sus casas, sectores medios que ven achicar sus presupuestos de vida y de educación para sus hijos, pérdida de seguros de salud. Siguen predominando las visiones neoliberales y no se advierte una solución clara a la vista.

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