martes, 10 de enero de 2012

"LA GENTE SE OLVIDO QUE EL ROCK ES UNA CULTURA"


A punto de cumplir 54 años, Daniel Melero sacó un disco con banda y en estudio. Alejado de su etapa más electrónica, revaloriza tocar en vivo, despotrica contra Internet y habla de su admiración por Borges.
El bar de abajo de su departamento, su propio hogar o, en este caso, la retaguardia de un restaurant en el microcentro: esos son los ámbitos habituales en los que se suelen dar las charlas con Daniel Melero. Oriundo de Flores, a punto de cumplir 54 años, Melero encarna a una clase de porteño a la vieja usanza y en vías de extinción: muy amigo de sus amigos, amabilísimo, verborrágico, gracioso, reflexivo, irónico, observador de la realidad y de los fenómenos actuales. La excusa para la conversación es la salida de Supernatural , disco que empieza donde terminaba Rocío (1996): detrás de un aparente easy listening (o “Música ligera”, para citar a un tema de Canción animal de Soda Stereo que lo tuvo de protagonista) se revela un CD profundo, con referencias borgeanas (“Pequeño Aleph”) y orgánico, alejado de las referencias electrónicas donde los distraídos aún encasillan a su figura, pero con referencias tanto a Scott Walker (“a sus procedimientos”, aclara Melero) como a Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. “Supernatural” tiene eso muy tuyo de “abandonar” las canciones y dejarlas irresueltas como en “Rocío”. Si tuviese que decirte que disco mío me influyó, sería Rocío . Ahí hay una travesía en donde parece que el álbum se termina como tres veces antes. Y acá pasa lo mismo. En un momento me había planteado que tuviese un sólo track. Pero después me di cuenta que eso era molestar. Es muy difícil pretender hoy que la gente se siente a escuchar un disco. Yo lo he vuelto a hacer, porque empezamos a tratar a la música como links, con otra velocidad. Me acuerdo a fines de los ‘80 y principios de los ‘90, cuando veía cómo los productores de las discográficas trataban los demos de artistas nuevos: ponían 20 segundos de una canción y enseguida pasaban a la siguiente, como si con eso tuvieses una fotografía de lo que pasa y te dieras cuenta si sirve o si no. Abandoné la idea del track único pero mantuve la idea de obra completa. Referido a lo que decís, también hay un aire cinematográfico... El disco parece un anecdotario. “Pequeño Aleph” es una anécdota real: fui al Barrio Chino a comprarle un regalo de cumpleaños a Adrián Dárgelos, y encontré un caleidoscopio hermoso. Cuando lo agarré me di cuenta que estaba roto, y el chino me dijo “¡Lleveselo usted!”. Y me pareció que eso era muy borgeano. También pasa en “Tantas cosas”, donde tomo la idea de las frases hechas. Hay un poema de Borges que se llama “Las cosas” que siempre tengo muy presente y que me inspiró. Hay muchas primeras tomas completas, y no hay máquinas. Es curioso, porque para el común de la gente seguís siendo “el músico electrónico” y desde “Tecno” que no sacás discos así... Otra anécdota: mi cuñado, en Nochebuena, me dijo: “¿Sacaste otro disco? Todo electrónico, ¿no?” (risas). Lo más atractivo de la música para mí hoy es cuando tiene un comportamiento orgánico. Siempre digo que las bandas que tocan con pistas grabadas lo hacen apoyadas en algo hecho en el pasado. En shows así, lo que pasa en el escenario es menos importante que el día que programaste la caja de ritmos. Que algo esté grabado significa que ya ocurrió. Durante muchos años grabaste en tu casa, y ahora volviste a trabajar en estudios. ¿Por qué ese cambio? Mi último disco medianamente de estudio había sido Vaquero . Me nutrió mucho la postura de Diego Tuñón de Babasónicos. Soy un bicho de estudio, y en ese afán de probar otras cosas, me fui olvidando. El estudio tiene algo que es como el cine, es vivir una experiencia. Y Diego ha logrado hacer sistemas muy eficientes. Babasónicos tiene un sistema de edición en tiempo real. En Supernatural hubo sesiones en las que Diego no estuvo, por eso más que productores los dos somos directores artísticos. Y se implementó más mi sistema, pero acelerado, como el de Babasónicos. Se me ocurre pensar al estudio como un hotel alojamiento: hay que ir y hacer las cosas en una cantidad de tiempo determinada. ¿Cómo ves a la cultura rock hoy en la Argentina? La gente se olvidó que el rock es una cultura. Estamos en una era de prosumidores: todo el mundo es productor de contenidos. Vas a un show y te lo pasas viéndolo por una camarita sólo para subirlo con pésima imagen y pésimo sonido a You Tube. No es el decir “Yo estuve ahí”, sino “Mi celular estuvo ahí”. Para mí Internet es muy rockera, pero no por esa clase de uso: a mí me atrae la blogósfera. Yo tengo tres Facebook falsos, dos My Space falsos y a esta altura hasta debo tener un Twitter falso. Mi página web es distinta: no tiene biografía, tiene mi costado lúdico. Así como tengo un laboratorio de música con mi banda, también tengo un laboratorio web.

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