La organización se hizo conocer con una explosión en el auto de Hipólito Solari Yrigoyen, que se salvó de milagro.
Por Juan Gasparini
En su libro La fuga del Brujo, el periodista Juan Gasparini reconstruye el primer atentado con el que se hizo conocer la triple A. Fue la explosión que casi le costó la vida a Hipólito Solari Yrigoyen, en 1973. Desde el 2008, Solari Yrigoyen preside la Convención Nacional de la UCR, partido del que fuera senador nacional por la provincia de Chubut cuando voló por los aires al querer poner en marcha su Renault 6, en la cochera de su casa de Marcelo T. de Alvear 1276. “‘Mientras usted saca el auto yo voy a comprar cigarrillos’, le dijo su asistente en el Congreso, Jorge Lannot. El vehículo ‘explotó con un ruido infernal y una espesa nube de humo, que había causado una bomba conectada al arranque’, incendiándose, ‘y sin perder el conocimiento alcancé a salir de sus restos y a dar unos pasos hasta caer desangrado al piso como consecuencia de graves heridas’, rememora Solari Yrigoyen. A duras penas inició ‘un largo drama que me condujo por seis intervenciones quirúrgicas y a obligarme a movilizarme sucesivamente con sillas de ruedas, muletas y bastón y a seguir una lenta y larga recuperación’”. A continuación, un fragmento del capítulo La galaxia de las Tres A:“(…) Para Hipólito Solari Yrigoyen, el ministro López Rega fue ‘la cara visible de la Triple A, acompañado por varios policías retirados de su confianza, pero sería una ingenuidad creer que en él se agotaban las responsabilidades del terrorismo de ultraderecha’. A su entender ‘detrás de él estuvieron militares, matones sindicales, delincuentes comunes y, principalmente, los servicios de informaciones’, con sus especialistas ‘para los espionajes y las ejecuciones y con sus técnicas, entre las que se contaba una permanente campaña macartista de calumnias para hacer aparecer como comunistas, zurdos, violentos, guerrilleros o cualquier otra cosa, a todas sus víctimas y para descalificar con los más bajos recursos a quienes desde su enfoque extremista, consideraban sus enemigos’”.Miguel Radrizzani Goñi, cuya denuncia desencadenara la causa judicial de las Tres A, cree “que Lopecito juntó a cuanto delincuente andaba suelto (y si era con chapa, mejor) y los puso a trabajar en lo que él quería, que no era más que su espacio político, todo lo demás es sanata”. Si estos dos abogados defensores de presos políticos englobaban a la Side en el esqueleto de la AAA, debe saberse que sus archivos han enmudecido. Cuando en 2003 el presidente Néstor Kirchner puso fugazmente al frente a Sergio Acevedo, el Secretario de Inteligencia tuvo a bien desclasificar para este libro la documentación obrante, y sólo había copias de algunas denuncias de los que la sufrieron, y ciertos comunicados esporádicos de los que las celebraron, mucho menos que en las hemerotecas de los diarios. Sin embargo, algunos de los capítulos más sangrientos de las Tres A están en las vísceras de la Side. Su ADN se corporiza en la segunda mitad del sumario 6511, finalmente en las manos del juez federal Norberto Oyarbide, quien sopesa el dilema que hay causas que languidecen hasta morir y otras que nunca mueren, una causa de prueba difícil, para uno de los abogados que abrillantaran la acusación, Eduardo Luis Duhalde.En el organigrama de Horacio Paino se preveía que el Ministerio de Bienestar Social, bajo dominio del Brujo, se entroncaba para matar con las bandas de la UOM y de la CNU, sin mencionar a la Side. Pero las bisagras se atornillaron en 1974 cuando la Side fue limpiada de izquierdistas, y entraron a tallar dos supervivientes de la camada que hizo carrera en las Fuerzas Armadas con el golpe de Estado de 1955 que tumbó a Perón, el mayor Mateo Prudencio Mandrini, y el vicecomodoro Rodolfo Lorenzo Schilizzi Moreno. La orden debió venir de la Casa Rosada o del Edificio Libertador, porque una de las nuevas células de la Side se puso a operar con la cuadrilla de la UOM. La entrada en escena de este novedoso aparato de inteligencia de la Presidencia de la Nación, le convenía al Brujo, en pleno idilio con Lorenzo Miguel, para destruir a la tendencia revolucionaria del peronismo de la JP y los Montoneros, y también a la izquierda no peronista, que venían de ser socavados con la nueva ley de asociaciones profesionales y con las reformas al Código Penal que obligaron a renunciar a los diputados de la JP. Y le convenía a las Fuerzas Armadas, cuyo interés iba de suyo, pues drenaba de subversivos que inexorablemente deberían liquidar en el cercano futuro de 1976. Ese destacamento de la Side, conformado por individuos de formación ultranacionalista, tenía un apoyo logístico en una casa de la calle Billinghurst de Buenos Aires. Al nuevo pelotón, lo dirigía el agente Aníbal Gordon, reclutado por la inteligencia gubernamental después de que recuperara su libertad en 1973 debido a la amnistía decretada por el presidente Cámpora, o quizás en pago de ello al ser un delincuente común con un pasado teñido de nacionalista pero que estaba preso desde 1967 por asaltar un banco en Bariloche. No obstante, lo que empezó como un romance matando bolches terminó en una trifulca descomunal matándose entre ellos, infectando la causa 6511.7Sería un despropósito pensar que desde la Side se crearon grupos inscriptos en la nebulosa de las Tres A para pelearse con otros que se escudaban en la misma sigla y atacaban blancos similares o equivalentes. Pero conociendo los nombres y apellidos y el pedigrí de los integrantes de las tropas de Lorenzo Miguel y la Concentración Nacional Universitaria (CNU), que fueron saliendo a la luz pública, especialmente tras la masacre de Ezeiza el 20 de junio de 1973, sus niveles de formación, apetitos y moral, no es difícil intuir los roces y arbitrariedades que fomentarían rencillas internas y arreglos de cuentas entre ellos por fuera del enemigo compartido que los aglutinaba, conflictos normales en ese tipo de parentela, aceptando que no se les da licencia para matar a granel por la calle a educados universitarios, temerosos de Dios y de la ley. Tal vez la maniobra de la facción de Aníbal Gordon fue envolvente y en dos tiempos. Primero se presentó en la casa de la calle Billinghurst para hacer un trabajo conjunto con los bandoleros de la UOM y, de paso que se satisfacían intereses comunes, tener controlada la pandilla de Lorenzo Miguel y, segundo, decidir el momento de masacrarlos si dejaban de servir a los fines de la Side.Hacia octubre de 1975, las operaciones conocidas de la AAA decayeron. Los homicidios más resonantes atribuidos al sector de los secuaces del sátrapa metalúrgico ya habían tenido lugar (Ortega Peña, Atilio López, Julio Troxler, Silvio Frondizi y Juan Varas). En las postrimerías de 1975 los objetivos de la Side fueron dejando de ser los del gobierno de Isabel y pasaron a ser los del Ejército. Como se ha visto, Videla conquistó la jefatura del Estado Mayor Conjunto el 4 de julio de 1975 y al acceder a la comandancia en Jefe del Ejército al mes siguiente, sacó al general Otto Carlos Paladino de la dirección de inteligencia del arma, para que continuara en la Side su labor de control de los miembros del Gobierno y la sociedad civil. Éste reemplazó sigilosamente al vicealmirante Aldo Peyronel y puso en cintura a la AAA, que progresivamente cesó de operar, disciplinándose en función del monopolio de la violencia que necesitaba la Junta Militar del golpe de Estado que sobrevendría el 24 de marzo de 1976.”.
• PRIMER CUERPO. Rafecas ordenó detener a quince represores del centro Protobanco El juez federal Daniel Rafecas ordenó esta semana la detención de 15 represores por más de un centenar de secuestros y torturas, entre otros delitos de lesa humanidad, cometidos en el centro clandestino de detención conocido como Puente 12 o Protobanco, en Camino de Cintura y Ricchieri, enfrente de El Vesubio. Este centro funcionó desde 1974 y hasta 1977. Antes del golpe lo usaban las patotas parapoliciales de la Triple A. La medida se tomó en el marco de la megacausa que sustancia el magistrado por los hechos cometidos en la órbita del Primer Cuerpo de Ejército. El expediente investiga los secuestros y torturas de alrededor de 120 víctimas, de las cuales 30 están desparecidas o fueron asesinadas.Entre los represores detenidos se encuentran los ex comisarios de la Bonaerense José Félix Madrid y Guillermo Horacio Ornstein, y los suboficiales José Sánchez, Angel Salerno y Carlos Tarantino, todos ellos alojados en la cárcel de Marcos Paz del Servicio Penitenciario Federal. A los ex policías Rafecas los responsabilizó por llevar a cabo un operativo ilegal en una casa del barrio de Palermo, el 5 de noviembre de 1975, donde fue asesinada María Teresa Barvich, de 24 años, y fueron “brutalmente secuestrados” Noemí Moreno –embarazada de siete meses–, Norberto Rey, los hermanos Washington y Juan Carlos Mogorodoy, Blanca Becher y Griselda Lazarte. Todos fueron conducidos a Protobanco, donde fueron torturados.El juez también dispuso la detención e indagatoria de los ya apresados Eduardo Alfredo Ruffo y Raúl Antonio Guglielminetti, ambos condenados en el marco de esta megacausa por su actuación en el centro clandestino de detención Automotores Orletti. En Protobanco actuaba también la banda del fallecido Aníbal Gordon.Rafecas ordenó, además, la detención de Hugo Idelbrando Pascarelli, Federico Antonio Minicucci y Faustino José Svencionis; el primero, como Jefe de Área, y los dos últimos, como responsables militares en la zona, así como del ya condenado Miguel Osvaldo Etchecolatz, todos como “autores mediatos” de esos delitos de lesa humanidad.El centro Protobanco comenzó a funcionar en 1974, y hasta febrero de 1977. “Allí se sometió a las víctimas a condiciones infrahumanas equiparables a torturas, tales como la sujeción e inmovilización, la prohibición del habla, el tabicamiento, la privación de agua y alimento”.
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