martes, 12 de marzo de 2013

"CON MI IDENTIDAD, RECUPERE LA ALEGRIA"

Laura Catalina de Sanctis Ovando declaró ante el Tribunal Federal de San Martín, en el juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo. Uno de esos delitos fue su apropiación ilegal y el falseamiento de su identidad.
 
Por Laureano Barrera         
 
Nunca me había dado cuenta de eso”, suspira Laura Catalina de Sanctis Ovando y se ríe. Se ríe tierna y desprejuiciadamente. El “eso” que refiere es un viaje íntimo que, en algún punto, inició en 2008 evadiendo la Justicia –escapando con su novio en auto– que la convocaba a hacerse los exámenes genéticos, y que vino a cerrar, después de muchas revelaciones, este lunes último: “Que este tribunal y la sociedad tomen conciencia de la responsabilidad de estas dos personas, ya que era requisito que mis padres murieran para que ellos se quedaran conmigo”, dijo Catalina con su vista alzada hacia los jueces del Tribunal Oral Federal 1 de San Martín que juzgan los crímenes cometidos en el centro clandestino de detención que funcionó en Campo de Mayo. Uno de ellos es su apropiación ilegal y el falseamiento de su identidad, por el que están siendo juzgados el ex mayor retirado del Ejército Carlos del Señor Hidalgo Garzón, que fue agente de inteligencia en el temible Batallón 601 y en el Destacamento 101 de La Plata, y su esposa, María Francisca Murilla. El otro, como resaltó Catalina en su testimonio, fue condición necesaria del primero: el asesinato y la desaparición de su madre, Miryam Ovando, que dio a luz en el Hospital Militar el 11 de agosto, según los registros del libro de partos que luego adulteraron para simular que su madre había sido Murilla. A juzgar por el sinceramiento de Garzón durante una conversación que mantuvo con el novio de Catalina, el último destino de Miryam bien pudieron ser las profundidades del mar, en uno de los vuelos de la muerte.
“Desde que supe los resultados y que había una causa judicial, siempre tuve la mirada en el juicio. Primero, con miedo y con preguntas. Y después, cuando fui haciendo mi proceso, al contrario: ansiosa por tener la oportunidad de hablar. Me sentí acompañada y aliviada, porque pude ponerle el cuerpo y las palabras a eso que me venía pasando”, dirá unos días después, más reflexiva, entrevistada por Miradas al Sur en un bar de Avenida de Mayo.
–Lo que uno va pasando en el proceso de aceptación de la identidad, después te sirve para el resto de las cosas. Para desdramatizar. Yo siento que fue vertiginoso, porque desde fines de 2010 hasta ahora –por más que yo conocía mi identidad desde el 2008– asumí mi identidad, conocí a mi familia, tuve mi nombre y reconstruí la vida de mis papás. Sin embargo, hacía 12 o 13 años más que yo ya sabía. Si lo mirás así, fue muy lento. Pero aunque no sea conciente, es como una olla presión que siempre estuvo ahí y de repente explotó.
–¿Cómo aparecían las Abuelas en el discurso de tus apropiadores?
–Es muy difícil de explicar. Era como una visión infantil, como el cuco. No puedo argumentar racionalmente qué es lo que yo veía, sentía o creía. Era un lavado de cerebro: era el peligro, lo que me iba a hacer mal, a lo que había que escaparle. Es el mismo pensamiento de la gente que se crió en esferas de pensamiento afín a la dictadura, que la apoyan sin tener conocimiento por las versiones que recibieron, y hay como una cosa obtusa de la que no se puede salir. No se puede discutir abiertamente porque no se tiene con qué.
Catalina recuerda su infancia como una foto borrosa. “Una de las cosas que me pasa es que recién ahora se va despertando la memoria”, reconoce. Vagaron al compás de los destinos militares de Garzón, desde Córdoba a Comodoro Rivadavia, donde fue encomendado como segundo jefe de una guarnición en la Guerra de Malvinas. Allí quedó sordo de un oído y lo desafectaron del Ejército. “Volvimos a Buenos Aires y él ya tenía problemas con el alcohol. A mí me costaba bastante socializar con mis compañeros. En el secundario, mi vida ya se puso fea. Ella tenía problemas psiquiátricos y yo no sabía qué me iba a encontrar en mi casa”, cuenta. En 1998, en un spot de Abuelas, ella tuvo la revelación de su origen.
–Primero fue un alivio, porque sentía que cerraban un montón de cosas. Después me hice la pelotuda: lo guardé en una cajita y ahí quedó. Salía cada tanto. Era un esfuerzo, una energía bárbara que se iba en eso. Estaba depresiva. Después me pasé al otro extremo: hacer de todo para no pensar.
A fines de 2007, una denuncia anónima motivó una causa judicial que condujo al juez Ariel Lijo a citarla para explicarle que debía hacerse los estudios de histocompatibilidad. Catalina entró en pánico. Aprovechando la feria judicial, junto a su novio, Rodrigo, cargó en el auto lo que cabía de su vida en Buenos Aires y se fue. Nunca fue un plan de la pareja: como todo hasta ese momento, era una estrategia más de Hidalgo Garzón, Murilla y su abogado Raúl Brunotto (ver abajo). “Yo era un zombie, y cualquier cosa que me propusieran para no vivir eso, me iba a enganchar”, cuenta. “Era irse sin ver a nadie, sin decirle a nadie. Fue super angustiante.”
–¿De qué escapabas?
–De hacerme cargo. De la historia. De no animarme a abrir la puerta. De los monstruos que me habían creado.
El destino era Brasil, pero era muy caro y sus consejeros la convencieron de que siguieran la huella de otros nietos y cruzaran a Paraguay. Asunción no le había gustado, así que buscaron en internet un paraje lacustre y fueron a dar a San Bernardino, un lugar desierto para guaraníes acaudalados. Para entonces, Catalina ya estaba arrepentida y pidió volver. “Fue algo irracional e infantil: ¿cómo eso podía durar?”, se cuestiona hoy.
De regreso, Misiones les agradó. Rodrigo le propuso luego que fueran a San Luis, donde estaba su familia. Catalina aceptó, pero sabía que los podían encontrar. Un mes después, les allanaron la casa donde estaban viviendo.
–En ese momento no fue lindo, pero fue bastante rápido y al final fue un alivio. Era temprano a la mañana, golpearon y esperaron afuera. Siempre fueron muy respetuosos. Yo tenía guardadas mis cosas porque pensaba que podía pasar, pero ese día justo había dejado mis prendas íntimas a mano. Se llevaron dos cepillos de dientes que eran de Rodri y otras cosas. Tenía que pasar.
–¿Cuándo pensaste que estabas defendiendo algo que no te pertenecía?
–Fue progresivo. Primero, con el tironeo y la causa yo la estaba pasando re mal y a ellos no les interesaba para nada. Si realmente era como ellos decían, que lo habían hecho por amor, ¿por qué no se hacían cargo? ¿Por qué me seguían poniendo en el medio? Empecé a darme cuenta de que yo me evadía, y que estaba haciendo lo mismo que ellos. Después, ella se contradecía: me dijo que yo me había quedado sola después de un enfrentamiento, y me decía que me había curado el cordón umbilical. Ahí la corrí del lugar de víctima y la puse en el de victimaria.
–¿Siempre tuvieron el mismo lugar, ella y él? Porque a veces la apropiadora tiene un lugar más benevolente que el hombre…
–Sí, eso piensa erróneamente la Justicia y la sociedad. Por eso a mí, en la declaración del otro día, me parecía muy importante decirlo: que es una cuestión machista darle más responsabilidad al hombre, como si tuviera la decisión. Ella me fue a buscar con él. Y uno siempre tiene elección. Además, la que sostiene la mentira a diario y hace la parodia de la familia feliz, suele ser la mujer.
Catalina terminó por convencerse cuando encontró una carta de Murilla dirigida a Garzón, donde le explicaba que activistas del Movimiento Familiar Cristiano le explicaban de los pibes que surgían de partos. Fue una prueba vital para determinar un plan sistemático de robo de bebés. Hoy, tres años después de conocer su identidad, Catalina sigue conociendo parientes y compañeros de sus padres.
–¿Qué cosas recuperaste junto con tu historia y con tu identidad?
–La alegría –dice, y se ríe–. La energía: las ganas de hacer cosas. Y quererme. Poder aceptarme y quererme. Cosas que no podía hacer.
 
Brunotto
Un abogado que buscaba evadir la Justicia
Yo no me quería ir a Paraguay”, confiesa Catalina. “Me lo impusieron mis apropiadores y el abogado.” Se refiere a Raúl Brunotto, que hoy dicta clases como profesor adjunto en la Facultad de Derecho de la UBA. Ingresó a la docencia en octubre de 1974, al mes siguiente de la intervención de Alberto Ottalagano y de la mano del ex decano y funcionario de la dictadura Atilio Alterini. Brunotto tuvo una sigilosa trayectoria profesional: fue jefe de sumarios administrativos de la Comisión de la Vivienda, entre 1986 y 1991. Con Carlos Grosso pasó a la Procuración General porteña, donde estuvo hasta 1993. Entre 1993 y 1995 estuvo en Ferrocarriles Argentinos. Allí conoció a Hidalgo Garzón, con quien llegó a ser socio. Fue subsecretario de Asuntos Laborales en el segundo mandato de Menem. Y entre 2000 y 2001 trabajó en el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la primera gestión de Aníbal Ibarra. Una pinturita.
 
Fuente: Miradas al Sur

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