El festejo por el Día de la Historieta Argentina, que se conmemora hoy, comenzó siendo pequeño. Lo ideó en 2005 un grupo de artistas, editores, críticos y lectores, cuando la publicación del comic nacional empezaba a repuntar. El primer encuentro fue modesto: un brindis y la promesa de trabajar para que la fecha se ganara un lugar en el calendario. Los presentes pasaron por varios nombres hasta que dieron con el indicado: “Comisión Día de la Historieta”. Años después de esa copa fundante, la celebración tiene vuelo propio. A los eventos que se realizan en todo el país hay que sumar las actividades de las bibliotecas populares agrupadas en la Conabip (Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares), que llevan actos a contarse literalmente por decenas (ver recuadro). Al festejo central porteño, organizado por la Comisión, se suma otro impulsado por la Biblioteca Nacional, que además convocó a un concurso nacional para historietistas inéditos. Además, dos diputadas, una del Congreso nacional y otra de la Legislatura porteña, presentaron sendos proyectos para oficializar la festividad.
La buena repercusión es un incentivo para un sector al que la muerte golpeó duramente este año al llevarse a dos generadores de empleo para los dibujantes locales. Primero falleció Andrés Cascioli, creador de la mítica revista Humor, editor de dos generaciones de artistas locales y el primero en reconocer sus derechos autorales. También se fue Jaime Díaz, creador del estudio de animación homónimo, donde muchos dibujantes argentinos empezaron. Guillermo Guerrero, co-creador de Lupín y sus historias de aviación, también emprendió su último vuelo.
Los memoriosos recuerdan esa página publicada 52 años atrás. El lápiz de Francisco Solano López había dibujado a su guionista, Héctor Germán Oesterheld, sentado en su estudio. De pronto, aparecía quien se convertiría en un personaje emblemático de la historieta argentina: Juan Salvo, El Eternauta. Luego, la nevada mortal, los manos, los gurbos, la resistencia, el hongo atómico sobre Buenos Aires. Los años y la popularidad del relato hicieron de la anécdota una fecha para recordar.
Claro, no es la única historieta que impactó en los lectores. Hubo muchas otras, argentinas y extranjeras, que llegaron al alma de quienes se sumergieron ávidos entre un cuadrito y otro. A alguno de esos noveles lectores la secuencia de viñetas los impresionó tanto que años después ponen buena parte de sus energías en el comic y son dibujantes, guionistas, periodistas especializados y editores. Página/12 recurrió a ocho de ellos con preguntas simples: “¿Cuál es su primer recuerdo relacionado con una historieta?” y “¿Ama la historieta?”
“Un modo deexpresión completo”
Así define a la historieta Horacio Altuna, dibujante y autor de las mujeres más infartantes del comic argentino. “La amo por eso, porque su lectura me inició de pibe en la lectura en general, porque es la profesión que me hizo y me hace feliz y que me ha gratificado con el reconocimiento de lectores y colegas”, zanja el lápiz que dio vida al Loco Chávez y al Sr. López, ganador del premio Yellow Kid.
“Mi primer recuerdo con la historieta se remonta a cuando tenía cinco añitos”, hace memoria el hombre de 67 y enumera títulos de la colección “Pequeños Grandes Libros”, en especial el Flash Gordon de Alex Raymond. Radicado en Cataluña desde hace años, Altuna cuenta que “hace un par de meses tuve la fortuna de ver en el Salón del Comic de Barcelona algunos originales de esa historieta que me quedó grabada desde aquella época”. No es el único cuyo primer recuerdo de la historieta está anclado en la infancia. El escritor y guionista Pablo de Santis (quien concluyó hace poco El Hipnotizador en Fierro, junto a Juan Sáenz Valiente) asegura que le encantaban dos revistas de terror: Dr. Tetrick y Dr. Mortis. El dibujante Ariel Olive-tti, quien hoy pone sus acuarelas digitales al servicio de Marvel Comics, recuerda la edición mexicana de Batman y Robin. Algo similar a lo que le sucede al editor Javier Doeyo, quien a los 10 años “recortaba las revistas mexicanas de la Legión de Superhéroes y jugaba arriba de las mesas”.
El papel familiar para iniciarse en la lectura también está presente en Salvador Sanz, autor de Nocturno (también en Fierro). “Me acuerdo de un kiosco de Constitución, estaba con mi familia a punto de ir a Tandil y mi papá nos compró historietas para el viaje. A mí que era chiquito me tocó una del Hombre Araña, que peleaba contra unas abejas gigantes. A mi hermano, el primer episodio de El Eternauta: en la tapa decía ‘nevada mortal sobre Buenos Aires’.”
Daniel Divinsky, editor de De la Flor, rescata un personaje clásico: el Pato Donald, “que recibía en mi casa todos los martes junto con La Gran Historieta, un suplemento que creo era quincenal”. Los periodistas especializados Federico Velasco (Comiqueando) y Juan Manuel Domínguez (Inrockuptibles) no sólo ubican su primer recuerdo, sino que también saben cuál fue la historieta que les cambió la vida. Velasco sabe que de chiquito leía comics (“Tengo fotos de los cuatro años disfrazado de Spiderman”, confiesa), pero su recuerdo más claro “es la aparición de las revistas de editorial Perfil en el kiosco: fueron las primeras que me compraba solo, con guita que me daban mis viejos, pero yo las elegía. Ahí empezó mi etapa de coleccionista”.
Domínguez no tiene ninguna duda. Asegura que puede recitar el Batman #419 de punta a punta, la cara de asustado del encapotado pendiendo sobre Ciudad Gótica. “Por aquel comienzos de los ’90, para mí era el #3 de edición nacional, no sabía que veinte años después si el guionista Jim Starling tuviera un ejército yo agarraría el fusil.”
¿Ama la historieta?
“La amo, pero soy polígamo –se ríe Divinsky–, porque es una lectura económica donde el refuerzo de texto e imagen hace que uno pueda incorporar el contenido con mayor facilidad.” Para De Santis, en cambio, el motivo es casi surrealista: “Es como un sueño, pero geométrico y ordenado”. Olive-tti, por su parte, apela a su costado romántico y explica: “Porque amo el dibujo, los cuentos, las historias bien narradas y el olor a tinta impresa”. Doeyo, en cambio, matiza y se convierte en la única voz disonante. “No las amo, me gustan, sí, pero amar es otra cosa. Para mí son un trabajo, que obviamente me encanta, pero si tengo que leer algo para editar y no me gusta, me pesa y prefiero ver Dr. House”, explica.
“Cuando uno lee un libro –explica Sanz– imagina visualmente los personajes y el entorno. Eso es genial, pero en la historieta está todo dibujado y es otro tipo de magia la narrativa a través de viñetas, se crea una realidad fantástica con mucha complicidad con el lector.”
Velasco duda. “Es muy jodido responder, es como que te pregunten por qué querés a tus viejos o a tus amigos, son cosas que se dan”, y elucubra: “Como cuando conocés a una mina, seguro te acercaste porque tenía buenas tetas, era linda, copada, pero te ponés a salir y llega un punto en que no importa. Creo que eso es amor: incondicional y difícil de explicar. Con los comics tenés la ventaja de que sabés que no te van a cagar, no se van a aburrir de vos ni te van a romper las pelotas, es un verdadero ‘hasta que la muerte nos separe’”.
“Como todo amor, es difícil de explicar”, concede Domínguez. “En mi caso supongo que es porque encontré en ella muchas cosas que estaban dentro mío y no podría haber conocido de otra forma. Me fascina porque la creo un arte romántico, por su capacidad de crear mitos, porque todo lo que me importa del mundo lo encontré, antes o después, en la historieta.”
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