Por Horacio Fontova
El movimiento In Extremis Deo ha renacido para renovar el rigor de su antiguo propósito, el de poder establecer definitivamente una única forma de dominación, y sus devotos han despertado de un largo sueño, a fuerza de creer pertenecer nuevamente, súbitamente, a una de las temibles, nuevas siete iglesias del Apocalipsis. Le sacaron el polvo a su emblema, aquél crucifijo que obraba de señuelo para atraer a tenebrosos simios que luego serían entrenados para el concepto y la disputa, y sus antiguas metas están siendo puestas al día con todo el poder del Imperio y la cibernética, ya lejos de adiestrar oscuros escuadrones sobrevolados por bandadas de buitres, de hacer soplar fuertes polvaredas para dañar y envenenar sembradíos paganos, de producir con sus campanarios intensidades sonoras con el fin de romper tímpanos y detener sueños, de volver a las sombrías procesiones de carruajes con techos de lienzos negros, de colocar trampas seudo-herejes para cazar rebeldes sin adoctrinar, o de patrullar con naves que enarbolaban banderas piratas para confundir al enemigo. In Extremis Deo, el movimiento que algunos siglos atrás también se atribuyó haber civilizado a gran parte del continente continuando con la gesta cristiana, llegando presuntamente a someter a innumerables pueblos originarios, ha renacido y vuelve al ataque, esta vez para impedir en forma sangrienta y sin piedad el intento de unidad popular en toda la región.Sus devotos, cada vez más numerosos, actuarán como siempre lo hicieron: camuflados, encubiertos. Esta vez tal vez aparentando ser falsos campesinos arruinados o incalculables rebaños de blanco ganado ovino, rebaños supuestamente criados por los acomodados ruralistas de cada lugar, los más fieles colaboradores del movimiento.
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