"No somos peligrosos, estamos en peligro.” Con esa consigna, veintiún pibes de la villa más grande de San Isidro llevan adelante un proyecto cinematográfico para mostrar el costado que se suele ocultar del barrio: el de las ilusiones, necesidades y orgullos de los vecinos de La Cava.
Algunos pedían en la calle o fueron cirujas; otros, cartoneros y limpiavidrios. Todos son jóvenes, villeros, pobres, marginados y, ahora, documentalistas de su propia cotidianidad.
Separados por un inmenso muro del exclusivo barrio La Horqueta del partido de San Isidro, 21 pibes de La Cava se convirtieron en protagonistas del relato de su vida y de la de muchas otras personas vulneradas: “Chicos rodando: ¡No somos peligrosos, estamos en peligro”, es un proyecto cinematográfico que nació a principios de 2008 y se concretó en marzo de este año.
Con asesoramiento y apoyo técnico de la Asociación Civil Empleo Joven (ACEJ) y la productora audiovisual URKOfilms (ver aparte), “tenemos filmadas más de 20 horas de material en crudo. A principio de julio empezamos el verdadero rodaje”, dijo con impaciencia una de las guionistas. Igual de efusiva, Analía Mores repitió tres veces: “La idea es retratar lo bello de nuestro barrio, que siempre está, aunque nunca se muestre”.
Desde avenida Rolón y Tomkinson, a poco menos de 100 metros de una de las entradas a La Cava, se perciben la multiplicidad de realidades del barrio: enredo de destartaladas casillas, picaditos de fútbol con arcos de zapatillas, gendarmes con amenazantes Itakas, profesores que educan en plena manzana derrumbada, pequeños y adolescentes que fuman en pipa de metal y jóvenes que filman un documental. Pensado en el conflicto como en la armonía, la idea central de “Chicos rodando...” es “registrar el proceso de realización audiovisual de chicos activos en derechos y, al mismo tiempo, construir una mirada crítica hacia los medios de comunicación que crean una imagen parcializada de los adolescentes pobres”, aseguró Josefina Chávez, la joven directora de ASEJ, minutos antes de empezar un nuevo recorrido fílmico por los pasillos de la villa. Vecinos que para ir a trabajar dejan sus hogares a las 4 de la mañana, profesores que a pesar de su mejoría profesional continúan viviendo en el barrio o adolescentes que cuidan a sus hermanos para que sus padres puedan estudiar forman parte de los relatos de vida que los pibes de La Cava quieren mostrar en su documental. Con sólo 19 años, Analía alterna las lecturas de la escuela, su trabajo de secretaria y los cuidados de su pequeña hija Mía con la escritura de guiones cinematográficos junto a Natalia Verón, Gustavo Kaneman y Reina Mareco Valenzuela. Porque durante 2008 y parte de 2009, desde una precaria aula del CEC Nº 1 (Wolf Schcolnikj) de Beccar, en el marco del taller “Comunicación y derechos juveniles”, los chicos fueron pensando en conjunto “imágenes distintas para que el barrio se represente –dijo la guionista con orgullo en su sonrisa– y, de esa manera, poder cambiar nuestra realidad”.
Sin analizar la situación socioeconómica en que las personas viven, sin cuestionar las políticas públicas de promoción e inclusión, sin criticar los niveles de discriminación y violencia de la sociedad, “la villa que muestra la televisión es horrible. Todo es sucio, hasta las personas. Porque para los de afuera, el que vive acá es siempre villero, drogadicto y delincuente. Da lo mismo”. Mientras buscaba paneos de “lo otro, lo bello” por las callecitas de tierra enlodada, Melina Martínez habló con Página/12. Sin volver sobre las palabras dichas, entrenada en la oralidad estilo videoclip, la adolescente de 16 años aseguró que “cuando uno muestra la otra realidad, no desde lo exótico sino desde el cariño, lo principal es el respeto”.
Con la naturalidad habitual con la que se relatan los hechos de la propia cotidianidad, Melina ejemplificó su relato: “La mayoría de los habitantes de La Cava trabajan y con ese sueldo, por más mínimo que sea, mantienen a toda una familia”. Ella es testigo. Gracias a la “escasa” jubilación de su abuela, “nos mantenemos con mi mamá y mis tres hermanos”. Hace pocas semanas, su hermana peluquera empezó a trabajar en McDonald’s. “Como es de la villa, en otro lugar no la tomaban”, dijo Melina e inmediatamente comenzó a discutir con Yesica Guzmán y Miguel Mores, los demás integrantes del equipo de trabajo periodístico.
La súper 8 hace foco y se detiene en uno de los “nuevos departamentitos construidos por el municipio”. Sin falso realismo, Melina, Jesica y Miguel trataron de pensar la mejor manera de capturar una historia por fuera de la victimización o la estigamatización. Después de charlar con muchos vecinos, la idea es “sentirnos Ramona o Claudio, o sea sentirte un poco cada una de las personas que entrevistás. Uno no está ajeno a eso que filma –confirmó con lógica irreprochable Melina–. Porque no somos actores, por más que seamos algunas de las personas que contamos frente a cámara cómo vivimos”.
Los documentalistas del asentamiento más grande del conurbano, pibes que no tienen más de 20 años, ponen en juego su propio cuerpo en el relato. “Somos participantes y constructores de la realidad”, señaló Pablo Peralta. Sin la presencia de Ernesto Chumbita y Mario Sánchez, los otros camarógrafos, durante la mañana del sábado la cámara fue una extensión del cuerpo de Pablo. Una toma de la jornada se detuvo en la figura robusta de un gendarme. El adolescente hizo un plano contrapicado y dijo: “Cada vez que un chico entra o sale del barrio, los tipos de Gendarmería nos revisan y, a veces, nos pegan. Es como si nos estuvieran diciendo: ‘Sos pobre, sos joven, sos chorro’. En el documental vamos a mostrar ese intento violento de diferenciar a las personas”.
Pablo apagó la cámara y, junto al resto de los realizadores, fue hasta el comedor del taller en busca de un plato de guiso. “Queremos con esta película que haya un cambio en la mentalidad de las personas. Nosotros también tenemos sueños”, concluyó el joven de 19 años, que en el futuro espera “terminar el secundario y ser chef”.
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