Termino de leer en el diario que Elisa Carrió llamó a una conferencia de prensa en la que advirtió que es posible que el gobierno de Cristina “no llegue a diciembre”. De un tiempo a esta parte, Carrió ha logrado con su conducta y su personalidad política algo insólito: imperceptiblemente, casi sin que nos demos cuenta del viraje de sentido de sus palabras, cuando Carrió advierte que es posible que (de no hacer lo que ella va creyendo con el correr de los meses que es lo correcto) no llegue a diciembre, uno lee que Carrió desea que el gobierno de Cristina no llegue a diciembre. Desplazada de la escena central en estos días, corrida a un ángulo desde el que ella convoca a los medios para seguir teniendo protagonismo y ni siquiera así, ocupando espacio, lo más interesante que genera ahora Carrió es la posibilidad de desnudez del ánimo que comparte con los dirigentes ruralistas. Un ánimo que se reparte entre las profecías de Carrió y las amenazas de los propietarios rurales.
Ese deslizamiento de sentido obedece a que es absolutamente imposible creer que a Carrió le gustaría que a este Gobierno le vaya bien. Ahí se desprenden un montón de excusas, eufemismos, frases hechas o de circunstancia que dicen dirigentes opositores. A pesar de las heridas que dejaron en el centroizquierda los votos de Claudio Lozano y los diputados del SI en la pelea por las retenciones, en el debate sobre Aerolíneas algo quedó expuesto y de manifiesto: si el Gobierno se flexibiliza lo suficiente como para llevar adelante proyectos que defiende ese sector, ese sector se suma porque prioriza sus ideas y, en consecuencia, puede imaginárselo en un contexto en el que a este Gobierno le vaya bien. En cambio Carrió, como los dirigentes “del campo”, actúa con una lógica destituyente. No ofrece ninguna grieta como para acercarse o consensuar: la pelea es política. La génesis de cada acto o conducta es la voluntad de que al Gobierno le vaya mal.
Con su habitual incontinencia, Carrió pone en palabras lo que otros disimulan o dejan entrever aun cuando algunos periodistas políticos se han quedado ciegos para estos signos y sordos para estas resonancias. La amenaza, que es la herramienta discursiva por excelencia que usan los sectores “del campo”, se funde así con la profecía, que es la herramienta discursiva por excelencia de Carrió. Detrás de la amenaza y de la profecía, se lee intención, que es una forma de deseo.
Ese es el matiz destituyente de este proceso, puesto en marcha desde un principio. Y tras ese matiz tentador, tras ese atajo de un Gobierno debilitado, tras esa inercia que inclina a algunos sectores opositores a los que ideológicamente se les hace intolerable un cuadro de situación en el que a este Gobierno le vaya bien, se fueron juntando los que son. Hoy está más claro que hace un mes. En esa bolsa de gatos hay de todo, desde terratenientes canosos hasta enfermeras trotskistas, desde gringos envalentonados a piqueteros pintorescos, desde peronistas impresentables a patrullas perdidas de la última dictadura. Es un núcleo duro que, por distintas razones, seguirá estando al acecho de las famosas “condiciones de ingobernabilidad”. Uno se la puede imaginar perfectamente a Carrió en televisión, mirando cada tanto para el costado, diciendo “lamentablemente”, “nosotros lo dijimos en agosto”, etc.
La amenaza y la profecía, en estos días, pueden leerse, así, como deseos. Y ese deseo no se colma con soluciones sino con más conflicto.
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