Un estudio realizado por Unicef y la Oficina Internacional para las Migraciones revela que cuatro de cada diez chicos que cartonean se encuentran excluidos del sistema educativo. El 10 por ciento de ellos fue detenido alguna vez por la policía. La mayoría dice que quisiera conseguir otro trabajo.
Se los ve en la ciudad por la noche, hundiendo sus manos en bolsas llenas de papeles, cartones y demás desperdicios. Son los cartoneros o recuperadores urbanos, instalados desde hace años en el paisaje de la ciudad, para quienes la clasificación de residuos es un medio de vida. De ellos, el 50 por ciento son niños, niñas o adolescentes que deberían estar en otro lugar. El dato fue sacado a la luz por el “Informe diagnóstico sobre trabajo infantil en la recuperación de residuos”, elaborado en conjunto por la Oficina Internacional para las Migraciones (OIM) y Unicef. El estudio, realizado en la ciudad de Buenos Aires, la localidad bonaerense de Moreno y la capital de Misiones, Posadas, también señala que cuatro de cada diez chicos que cartonean se encuentran totalmente excluidos del sistema educativo y que el diez por ciento fue detenido en alguna oportunidad por la policía.“Comenzamos el trabajo porque estábamos preocupados por el tema de los cartoneros –comentó a Página/12 Jessica Koehs, coordinadora de la investigación por parte de la OIM–, porque veíamos a tantos chicos trabajando y no hay iniciativas para erradicar ese tipo de trabajo, que es muy peligroso y, sin embargo, en la Argentina no se lo reconoce como tal.”En los tres lugares que recorrieron, los investigadores pudieron contabilizar 10.700 cartoneros o recuperadores urbanos de residuos, como se los denomina. De ellos, el 50,76 por ciento son niños, niñas y adolescentes, es decir que tienen menos de 18 años. En la ciudad de Buenos Aires, de las 8762 personas que se dedican a la recuperación de materiales reciclables, incluyendo tanto a las que residen en la Capital Federal como a quienes llegan desde el conurbano, los menores que realizan esas actividades suman 4223. Mientras que en la calles de Posadas, los chicos que recolectan residuos son el 68 por ciento de los cartoneros. Según afirma el informe, esa actividad “daña la salud, la seguridad y la moralidad de los niños”, y “por estas razones, debe ser considerada como una de las peores formas de trabajo infantil”. Pero la recuperación de residuos no es negativa para todos. “A costa de ese trabajo, realizado en condiciones sumamente peligrosas, se generan numerosos beneficios ambientales y económicos para las áreas urbanas donde ellos desempeñan su actividad: reducen la cantidad de residuos enterrados, y ahorran energía y recursos naturales”, asevera el escrito. Un ejemplo: “En la Ciudad, 8700 cartoneros recuperan entre el 9 y el 17 por ciento de los residuos generados por los vecinos”, lo que significa “un ahorro para la administración local que fluctúa entre los 30.000 y 70.000 pesos por día”. Lo esperable para la OIM y Unicef es que ese ahorro sea “usado para implementar sistemas de protección para los recuperadores y para ejecutar programas con el fin de prevenir el trabajo de sus hijos, a la vez que apoyar su educación y acceso a servicios sanitarios”.Al momento de buscar motivos para esta clase de trabajo infantil, las respuestas apuntan a que los chicos carecen de alternativas. Los padres los llevan a recorrer las calles con ellos por “miedo a dejarlos en un entorno barrial que presenta grandes déficit de saneamiento, en viviendas precarias o en espacios donde son frecuentes los robos, las violaciones y otro tipo de abusos hacia los niños y niñas.” Para Koehs, “debería haber proyectos para darles otras opciones a los chicos, como guarderías, talleres creativos o de deportes”.Además de vivir situaciones de inseguridad, “el acceso a la justicia es percibido por los propios actores (cartoneros) como lejano e improbable, y la policía, lejos de garantizar la seguridad, termina siendo considerada como un peligro más para las familias, pues con ella recrudece la amenaza de detención de los niños cartoneros”.Estos jóvenes son cartoneros y habitantes de villas, por lo que transitan la ciudad cargando el estigma de ser “sujetos sospechosos” para los ojos de las fuerzas de seguridad, “aunque más certeramente se trate de niños que son víctimas de un sistema socioeconómico que les roba su niñez”, destaca el informe. Incluso, el relevamiento muestra que uno de cada diez de esos chicos fue privado de su libertad por la policía, y el 90 por ciento de ellos pasó algunos días en comisarías. Trabajo y escuela se manifiestan incompatibles para ellos. El 37 por ciento de estos chicos se encuentran completamente fuera del sistema educativo. Las cifras varían con las edades. Mientras que entre los menores de 13 la escolarización trepa al 96 por ciento, entre quienes tienen de 13 a 17 desciende al 48, cuando la media en Capital es del 93. Por otra parte, el 45 por ciento de los que van a la escuela repitió al menos una vez el año y el 44 registra sobreedad. Con esas dificultades para estudiar, se termina de cerrar el círculo de pobreza y trabajo infantil.El acceso al sistema sanitario también les es negado. Aunque “el trabajo que realizan aparece ostensiblemente como perjudicial para su bienestar físico y psíquico en el corto, mediano y largo plazo, de acuerdo con los riesgos y peligros de accidentes, cortes, contaminación, enfermedades recurrentes en la piel, infecciones, abusos e, incluso, riesgos de muerte”, sólo el 5,6 por ciento de los chicos posee algún tipo de cobertura de salud.Una de las respuestas de los chicos que más sorprendió a los encuestadores la escucharon al preguntar qué quisieran hacer si dejaran de cartonear. La mayoría, el 31 por ciento, dijo que quisiera conseguir otro trabajo. Y sólo el 17 por ciento manifestó que le gustaría estudiar.Luego de la tarea de investigación, desde la OIM elaboraron propuestas para solucionar el problema. Con ese objetivo, lanzarán una línea de microcréditos para que vecinos de la Villa 31, donde se concentra la mayor cantidad de cartoneros porteños, desarrollen proyectos productivos. Según Koehs, “es preciso que los padres puedan tener oportunidades de mejorar sus ingresos y así mejoren la calidad de vida de sus hijos”.
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