Por Eduardo “Tato” Pavlovsky
La complejidad y el entramado del fenómeno de la droga muchas veces hace que enfoquemos el problema sobre la víctima de esa mortífera arma que logra transformar a un gran sector de la juventud latinoamericana en fenómenos no “humanos”. El joven como “vida desperdiciada” y víctima de una poderosa red de traficantes que siempre parece imposible de localizar y de combatir. Siempre están para ofrecerla.
El paco es moneda corriente en la gran población empobrecida.
Es así como nosotros vemos a diario chicos transformados en “cosas” deambulando por las calles de Buenos Aires y robando para conseguir el paco que se convierte, por el efecto rápido de su ingestión, en algo que les permite una felicidad momentánea pero real. Después vienen los nuevos robos o asesinatos para la nueva ingestión y el círculo se completa y pronto el deterioro de su ya pobre personalidad, transformándolos en muertos o en jóvenes que ya aparecen dañados para toda la vida.
Sus madres se “reagrupan” para ser ayudadas ante la impotencia de ver a sus hijos jóvenes destruidos para siempre y pidiendo la ayuda elemental para sacarlos del “circuito de la muerte”.
No hay duda y sería penoso ignorar que muchas organizaciones luchan día a día contra la droga. ¿Quién puede estar a favor de la droga?
Pero tampoco olvidemos que el fenómeno del paco se asienta sobre una enorme juventud carente de proyectos y de futuro –porque la mayoría no estudia ni trabaja–, de hogares pobres e indigentes donde la vida es un infierno en sí misma.
El otro día tuve que ver a un ex paciente en San Francisco Solano. Llegué a las diez de la mañana. En la esquina había no menos de veinte jóvenes agrupados en una especie de ronda. No tenían una actitud belicosa. Pero por si acaso pasé por la vereda de enfrente y sin mirarlos. Eran chicos entre 12 y 18 años.
Cuando salí de la casa de mi amigo, a la tarde, estaban todos reunidos en el mismo lugar. Yo por las dudas me volví a cruzar.
Ni colegio, ni trabajo, ni proyecto, ni futuro, ni ambiciones, ni sueños de una vida diferente. Parecían resignados a que la vida que les había tocado era eso. Ese “aquí y ahora” permanente que los hace tan aptos para el consumo. ¿Por qué no habrían de consumir? Si esa sensación de euforia, por más corta que fuera, la podrían repetir varias veces al día.
Otra manera de intentar observar el fenómeno de la droga es su lado político.
Es el arma más fuerte que las multinacionales y sus socios locales tienen para arruinar a una juventud que podría alimentarse, estudiar e informarse y tal vez militar políticamente.
Las consecuencias del daño del paco no son sólo el deterioro rápido de una juventud perdida para siempre y su daño físico.
Tendría que existir un gran cambio cultural para poder modificar algo. Pero digamos francamente que los gobiernos son impotentes para tales cambios.
Las organizaciones del narcotráfico son fuertemente desgrupalizantes y asocializantes e intentan desagrupar y desocializar todo atisbo de organización juvenil. Los narcotizan, los vuelven “cosa”, que es lo opuesto al joven pobre con atisbos de organizaciones políticas y sociales.
Son “grupos de la muerte” por oposición a todo grupo cultural (político, plástico, cine, teatro) donde el grupo puede “jugar” con sus proyectos e ilusiones. Se puede soñar. Los jóvenes del paco primero tienen que aprender a jugar y a tener ilusiones. Siendo la pobreza, la indigencia, las diferencias sociales cada vez más amplias, resulta difícil imaginar que estos jóvenes de Solano puedan empezar a soñar. Los narcotraficantes saben dónde están y siempre los saben encontrar. Allí la droga es un arma política fundamental. Allí y en todos los lugares donde los jóvenes no puedan proyectar un futuro de sueños e ilusiones.
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