lunes, 15 de febrero de 2010

DIOS NO HA MUERTO, PERO ESTA CAMBIADO


¿Existe un retorno de lo religioso? En un mundo que parece haberse vaciado de sentido, la religión no se celebra como dogma ni normativa férrea, sino como libertad y convicción de creer en lo que cada uno necesite, o quiera, o pueda.


Por: Darío Sztajnszrajber



Siempre recuerdo el discurso de Aristófanes en El Banquete de Platón, cuando explica la naturaleza del amor como la restauración de una armonía original. Hombres cortados en dos que se desviven por hallar su otra mitad y retornar a su condición previa y plena. Siempre supuse que el amor tenía algo de religioso, algo de búsqueda infinita por lo infinito; pero no me había detenido a pensar que podía tener algo que ver con el retorno. Uno ama lo que no tiene, agregará Sócrates páginas después, pero lo ama porque en algún sentido creyó haberlo tenido. O cree que es posible la plenitud. O cree que las carencias deben ser satisfechas. De algún modo, se suele leer el retorno de lo religioso como un regreso al pasado. Como si una supuesta paz primigenia se hubiera perdido con la modernidad. Como si la deriva del hombre moderno legitimara la superioridad del mundo tradicional. Está claro que en un mundo materialista, hiperconsumista y neoindividualista se produce un vaciamiento de sentido generalizado, y está claro también que se sigue creyendo que frente al vacío, la única opción es aferrarse a lo rígido; pero no podemos dejar de ver que la crisis actual es el final de todo un proceso que tiene su origen en las dogmáticas religiosas tradicionales para continuar con la prepotencia del mundo secular. Creer que el retorno del pasado a secas o el aferramiento a las grandes verdades absolutas resuelve el problema es como querer apagar el fuego con el mismo líquido que lo causó: el Dios que vuelve no puede ser el mismo Dios que desató la crisis. La aparente oposición entre la fe y la razón deja de lado el elemento en común que las identifica: tanto el creyente como el ateo están seguros de algo. La cuestión es repensar el valor de las certezas, y más que el valor, su precio. ¿Cuánto le ha costado a lo humano el absoluto? Por ello, se puede pensar el retorno de lo religioso de un modo no dogmático, descargado de su valor de verdad absoluta. La condición finita del ser humano lo compele a continuar con su búsqueda infinita. Buscar es un motivo religioso primordial, en la medida en que nos asumimos en nuestras limitaciones. Religión puede ser etimológicamente religare, y por ello religarnos con el supuesto Creador, como puede ser también relegere, que en uno de sus sentidos puede llevar a la idea de una relectura incesante ante la ausencia de un sentido primordial. Tal vez el Dios que vuelva sea el que no pudo desplegarse: el Dios protagonista de nuestros relatos. Ese personaje al que acudimos en cualquiera de sus metáforas cuando la pregunta vence una vez más a toda respuesta. Esa nueva anestesia que por un tiempo calma, pero que al rato vuelve a impulsar un nuevo recorrido. Pensar al retorno como una resignificación permanente, como quien se relee a cada instante en busca de otros sentidos.


Por eso es que no vuelven los dogmas ni las normativas férreas, e incluso estaría mal hablar de un regreso. No es que la religión retorne, sino que se ha liberado el campo para que los hombres nos redescribamos libremente. Creer en lo que uno quiera, o en lo que uno necesite, o en lo que uno pueda. Creer hoy, tal vez no mañana. Conocer las creencias de los otros, salirnos de las propias. Sobre Dios, creo que creo, como le gusta decir a Gianni Vattimo. El retorno de la religión nos ha llevado a la religión como retorno, y sin embargo no se trata de un retorno lineal. En la tradición mesiánica, el fin de los tiempos no es el regreso a un pasado ideal, sino la consumación futura de las utopías que no se cumplieron. ¿Pero si el Mesías, en cualquiera de sus formulaciones, no fuese más que un personaje de este texto que llamamos la condición humana? Así como todo fundamentalismo no redime, sino que ratifica la crisis, tal vez este vacío de sentido pueda devenir en emancipación y fundar una ética: un mundo en el que nadie tenga la verdad, en donde yo también sea un otro, en el que la imperfección nos convoque a la transformación, en el que se lea la ausencia como continuidad de la búsqueda. Sigo pensando que al final de la vida retornarán los actores de nuestras narrativas para mostrarnos sus máscaras.

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