
Por Sandra Russo  La pobreza es, además de lo que significa,  una palabra. Y las palabras, como se sabe, significan muchas veces cosas  distintas cada vez que son usadas. Pero puede decirse que “pobreza” es  una palabra consensuada. Generalizada. La palabra “pobreza” nombra a un  mismo tiempo, por ejemplo, a aquellos pobres que serán los dueños del  reino de los cielos, en el entender cristiano, y a una categoría  estadística sobre la que hay dudas, como de todas las categorías  estadísticas, los números por añadidura y hasta la altura de las calles.  Pero no importa. Valen un par de apuntes sobre el tema.    Si la pobreza se descompusiera en algunas de sus partes, si el foco  se acercara, si el significado fuera más preciso y en ese caso expusiera  otras caras y nombres de lo mismo, el consenso que hoy esgrimen  apocalípticos e integrados sobre el tema comenzaría a mermar. Los mismos  sectores que ahora cacarean la palabra “pobreza” son los que  invisibilizan la gestión de Macri, sin ir más lejos, sin mandar un móvil  al interior, para que la ciudad esté siendo en este mismo momento un  nuevo botín exclusivo. De lo exclusivo es precisamente de lo que se  excluye a la mayoría. Lo exclusivo, lo vip, genera pobreza por  definición de intereses y lógica de funcionamiento. En el acto de la  AMIA, Sergio Burstein criticó duramente el nombramiento del Fino  Palacios, y también, más brevemente, criticó a Lubertino y a D’Elía. En  Telenoche, en los zócalos, sólo se mencionaron las críticas a Lubertino y  a D’Elía. La que acunan, desdibujándola, sustrayéndola de la agenda  pública, los mismos medios y periodistas que se escandalizan por estos  días. No es lo mismo clamar por medidas contra “la pobreza” que opinar  sobre los incidentes en la villa 31. Según un informe reciente de la ONG  Capítulo Infancia, relevados veintidós diarios argentinos, en el 65 por  ciento de las noticias vinculadas con chicos pobres incluían palabras  peyorativas y despectivas. En la página de política, la pobreza  escandaliza. En la de policiales, se la estigmatiza. Si seguimos  descomponiendo la palabra pobreza pueden aparecer por ejemplo los  piqueteros. ¿Cuántas cosas más contiene la palabra pobreza? Madres  adolescentes, por ejemplo, o adictos al paco, o pibes con gorra. El otro  día pasaron un informe por la televisión sobre “los pibes con gorra”.  Según afirmaban, los pibes chorros usan gorra de hip hoperos. El informe  en sí mismo era un manual de discriminación y estigmatización. En el  mismo canal, un rato más tarde, hablaban de “la pobreza”. De lo  necesario que es ocuparse de “la pobreza”. En general.    Los curas villeros, por su parte, a quienes sí hay que admitirles  autoridad y buena fe en lo que respecta a su preocupación por la  pobreza, emitieron la semana pasada un comunicado en el que también  afirman que la situación social ha empeorado, y llaman a acciones  urgentes que mitiguen hoy la pobreza de quienes hoy son pobres. Porque  ésa es otra cosa que tiene “la pobreza” en general. Hay siempre. De modo  que uno puede ocuparse de ella hoy, o el año que viene o algún día, y  parecerá lo mismo. No será lo mismo, naturalmente, ya que “la pobreza”  no significa nada si no encarna en quienes en este mismo instante tienen  hambre.    Se hacen marchas todos los años. Las Marchas de los Chicos del  Pueblo, que coordinan la CTA y algunas organizaciones sociales que desde  hace muchos años vienen trabajando no con “la pobreza” sino con pibes  pobres reales, con nombre y apellido, a los que han dado calor, comida,  educación. Les han dado el sentido de la vida, sólo posible de  transmitirse a través del afecto. Hace un año que jóvenes educadores de  esas organizaciones, entre ellas Pelota de Trapo y el Hogar Juan XXIII,  vienen sufriendo extraños y aberrantes secuestros express. En la mayoría  de los casos se trata de chicos que crecieron en esos hogares y que hoy  educan a los más chicos. Gente de civil los ha subido a autos, los ha  retenido durante cuatro o cinco horas, les han recriminado la consigna  de las marchas (“El hambre es un crimen”), y luego los han largado a  todos en diversos estados de confusión.    Las causas no prosperan y no hay indicios sobre quiénes están detrás  de esto, que es monstruoso. Chicos muy jóvenes, que han sido bendecidos  con una oportunidad que les ha cambiado el destino, que los ha hecho  mejores, son raptados misteriosamente, son intimidados, y lo único que  se repite en todos los casos es que paren con la consigna (“El hambre es  un crimen”).    El universo de esos chicos pobres que se merecen un ingreso por el  solo hecho de estar vivos contiene a esos hombres y mujeres pobres  reales, no los sugeridos por la abstracción consensuada de “la pobreza”.  Los piqueteros, los cabezas, los grasitas, los que ocupan casas o  terrenos, los desalojados, los limpiavidrios, los pibes con gorra: si el  tema de “la pobreza” gira apenas un poco, nos encontramos con el mismo  mundo que es temido, repelido y marcado de rojo cuando se habla de la  inseguridad.    Sinceramente, no creo que a nadie le importe en serio la pobreza si  no es capaz de empatizar lo suficientemente con los pobres reales como  para desear que la política los privilegie siempre. Por sobre los demás  sectores. Que las principales políticas de Estado deben estarles  dedicadas. Más allá y más acá de los exasperantes problemas con los  números que tiene este gobierno, la exclusión, qué duda cabe, nunca dejó  de existir. La franja de pobres de la que habla la Iglesia, esta vez,  es perfectamente visible. Es la que está justo por debajo de la clase  trabajadora. El kirchnerismo no logró, ni intentó, entrar de lleno al  rescate de los que ni pueden soñar con un trabajo estable y en blanco.    Pero no agitemos de más este cóctel de Biolcati preguntándose en voz  alta en la tribuna cómo es que hay gente que revuelve la basura para  comer. Después de todo, fue una muy buena pregunta no sólo para quien la  formula con el cinismo trabándole la dicción. Fue una muy buena  pregunta en serio. Habría que tomarla y seguir para adelante. 
 
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