La escritora, ex militante del sandinismo, publicó Escándalo de miel, una desafiante antología poética que define como “un mapa de lo que ha significado para mí ser mujer, amar, luchar, creer y descreer, esperar y desesperar”.
Por Silvina Friera
Por Silvina Friera
En Los Angeles llueve a cántaros. Con esa necesidad de arrasar y lacerar todo lo que toca, el sonido de las gotas es terco e hiriente. En ese mundo acuático en el que se convierte la ciudad, un relámpago lejano astilla el cielo. El paisaje se desintegra ante los ojos de la escritora nicaragüense Gioconda Belli, como si anticipara la despedida. La tormenta también se desata en su alma ahora que está empacando casa, libros y objetos varios para volver de manera permanente a Nicaragua, el país bajo su piel, volcánico, sísmico, rebelde. Mientras se acomoda a la situación de la mudanza, escribe una novela que ha dado vueltas por su cabeza durante años y que “por fin –cuenta con ese tono fraterno, amoroso– se materializó lo suficiente como para querer salir a correntadas”.
Lejos de chapotear con la nostalgia, Belli acaba de publicar el bello y desafiante Escándalo de miel (Seix Barral), su antología poética personal, que incluye un CD en el que lee varios de sus mejores poemas con una vibración intermitente de gracia y seducción. Cuando el rayo de la poesía la atravesó en 1970 y escribió versos como “el hombre que me ame reconocerá mi rostro en la trinchera/rodilla en tierra me amará mientras los dos disparamos juntos/contra el enemigo”, o “hasta que entres en mí/con la fuerza de la marea y me invadas con tu ir y venir/ de mar furioso/ y quedemos los dos tendidos y sudados/ desnudos en la arena de las sábanas”, la sociedad nicaragüense de entonces, horrorizada porque una mujer se atrevía a hablar de “vientres y humedades”, la acusaba de celebrar en exceso los misterios del cuerpo, el sexo y el erotismo, el goce íntimo.
También por esos años ’70 un arañazo en la conciencia, la dictadura de Somoza, la llevó a involucrarse, al principio como colaboradora clandestina, con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Perseguida por los servicios de Inteligencia, se exilió en México, Costa Rica y Cuba. Regresó a su país con el triunfo de la Revolución Sandinista, en julio del ’79. Empezaría, entonces, una etapa de gestión en importantes cargos políticos hasta que en 1994, cuatro años después de la derrota electoral, se alejó del FSLN. En un poema de tono zumbón en el que declara que “no tiene las piernas de la Cindy Crawford”, admite que su cara, por costumbre, ha terminado por gustarle; que su boca es respetable, “después de todo sensual”, y que el conjunto se salva con la ayuda de ese pelo frondoso. Habría que agregar que preserva una chispa de jovencita indomable en sus ojos, siempre expectantes y atentos a la respiración del mundo. “Si El país bajo mi piel, que publiqué en 2001, es un libro de memorias, esta antología, mi Escándalo de miel –lindo el título, ¿no?, me saltó de pronto mientras releía a Vallejo–, es como otra versión de mis memorias, sólo que aquí lo que habla no son los hechos externos, sino la geografía interna; es un libro como un mapa: un mapa de lo que ha significado para mí ser mujer, amar, luchar, creer y descreer, esperar y desesperar. Todo eso dicho a través de la poesía, a través de los poemas míos que más me gustan, donde pienso que logré expresarme mejor”, dice Belli a Página/12. “Me encantó la posibilidad de leer la poesía, de compartir esa oralidad que es una tradición en la poesía nicaragüense, porque en Nicaragua aprendemos a leer poesía en voz alta; por eso incluí el CD en el libro, para permitir que los lectores escuchen el énfasis, el sentimiento con que yo escribí esos poemas. Hay que escuchar el CD para ‘relamer’ la poesía que está en el libro”, invita la poeta.
–¿De qué manera fue “evolucionado” el tiempo de la escritura poética? Se puede pensar que una novela le demanda “mayor” tiempo y esfuerzo, y sin embargo, da la impresión de que usted deja los versos en reposo y vuelve sobre ellos hasta que quedan plenamente esculpidos.
–Mirá, la novela se construye sobre una realidad exterior. Algo sucede. Se cuenta una historia. Uno tiene que ser malabarista y mantener todo ese mundo en la mente, los paisajes, los personajes. La poesía, en cambio, es una mirada al paisaje interior y tiene que dejarse ser. Yo dejo que el sentimiento salga a flote y después trato de eliminar todo aquello que no ayuda a que el poema quede redondo, a que viva como una célula dentro de su propia membrana. Lo difícil es lograr que, en el proceso, la espontaneidad no se pierda. Y a veces eso implica que hay que dejar que el poema sea. Yo soy poeta, no académica. Y lo que me interesa no es la perfección, sino la poesía. Por eso no sobretrabajo los poemas y creo que por eso son poemas accesibles, que cualquiera puede entender y gozar.
Esos poemas “escandalosos” se presentan en la antología agrupados en tres secciones: “Eros”, “Hembrosía” y “Polis”. “Siempre las divisiones son un poco arbitrarias, sobre todo cuando se trata de poesía –aclara la escritora–. Pero quise que el libro reflejara mi propio proceso: el eros como detonante del conocimiento; luego la hembrosía, como la toma de conciencia de ser mujer y desde esa conciencia y esa afirmación, la conciencia colectiva, universal, eso de sentirme ser social, habitante de un mundo injusto donde hay muchas luchas que dar. Pienso que uno tiene la obligación de saber quién es en el mundo, para desde allí tomar la responsabilidad de estar en el mundo. Uno tiene que luchar por valorarse, por sentirse plena de ser lo que es. No se puede construir la felicidad de los demás si uno no es feliz. Por eso el libro va recorriendo todas esas fases, desde el amor hasta el nacimiento de mis hijos, desde el exilio hasta el triunfo de la revolución, pasando por todas las reflexiones que ha significado vivir en el tiempo, sentir que el tiempo nos cambia y que, a veces también, nos amenaza, porque al final sabemos que se nos va a terminar.”
–En una entrevista dijo que se hizo famosa, entre comillas, cuando a los veinte años escribió una poesía erótica, sensual, que causó un enorme escándalo. ¿A qué se le teme cuando una mujer escribe, por ejemplo, “el Big Bang fue el orgasmo primigenio” o “hasta que mi sexo explotó como granada”, por mencionar algunos versos?
–Es casi increíble que, a estas alturas, todavía siga siendo noticia que una mujer escriba poesía erótica. Las cartas a Nora Barnacle de James Joyce son no sólo eróticas, sino pornográficas, escatológicas, pero nadie le ensarta a él un rotulito por eso. Yo, en cambio, ando con mi rotulito a cuestas. No me importa. A mucha honra lo cargo porque además creo que el erotismo femenino es integrador, no separa el alma del cuerpo, y creo además que es el eje del poder de la mujer, el núcleo creador de vida. La sexualidad, la sensualidad son hermosísimas y las mujeres las vivimos desde un cuerpo que constantemente nos recuerda que somos seres físicos, no sólo espirituales. Y eso se nos ha tratado de negar. Se nos ha tratado de culpabilizar por nuestra belleza, por nuestro erotismo. Nosotras somos el Big Bang humano y por eso, como a la bomba atómica, nos temen y nos tratan de mantener sojuzgadas. Pero el eros femenino es esencial para la vida. Yo espero que algún día la humanidad descubra que las mujeres podemos iluminar el mundo con esa energía atómica que tenemos, porque la vamos a usar bien; pero se han pasado tanto tiempo temiéndonos y reprimiéndonos que hasta nosotras mismas a menudo nos tragamos esa historia de que nuestra sexualidad es peligrosa. Y nos queremos “pasar en limpio”, negar lo que somos. En mi poesía yo celebro el cuerpo femenino, todo el placer, el dolor y la maravilla de lo que es capaz.
–Parafraseando unos versos suyos, ¿aún le siguen diciendo “cállate, no hables más de vientres y humedades... ya pronto tendrás nietos”?
–No. Ya nadie me dice eso (risas). Creo que ahora esperan de mí que hable, lo cual demuestra que aún los prejuicios más enraizados, sobre todo cuando están enraizados en mojigaterías y falsos remilgos, pueden cambiar. Hay un efecto liberador, me parece, cuando uno es capaz de iluminar con belleza lo que tan frecuentemente se vela con cursilería o se ensucia con vulgaridad. Contra quienes nos quieren hacer sentirnos culpables, yo opongo otra visión: la visión de la mujer que sabe que ser mujer es un privilegio, no una desventaja. Eso es lo que quiere celebrar este libro. Hombres y mujeres necesitamos vernos sin miedo, disfrutando la diferencia.
–Casi al mismo tiempo que empezó a escribir poesía, se integró al Frente Sandinista. ¿Cómo se alimentaron estas experiencias? ¿Qué entregaba o aportaba la poeta a la militancia, y de qué modo la lucha política se metía en los versos?
–La lucha contra la dictadura somocista fue heroica, épica. La revolución fue un hecho erótico, dador de vida. Para mí Nicaragua ha sido un amor pasional y mi país me habla con volcanes, me abraza con árboles, me riega con aguaceros. Escribirle poesía a mi país, a mi gente, a la valentía y el genio con que se luchó y se sigue luchando, me sale de lo más profundo. Creo que tiene que ver con esa necesidad de integrar. No sé por qué tenemos esa manía de separar el alma del cuerpo, el amor del hombre del amor a la patria, la vida de la política. Vivir es para mí poder experimentar eso como un todo.
–¿Qué es Nicaragua para usted? ¿Le sigue doliendo tanto su país, como dice en uno de los poemas?
–Ay, qué puedo decirte. Nicaragua es mi hombre con nombre de mujer; es el país bajo mi piel, es mi íntima multitud... me he pasado queriendo decir lo que es en tantos poemas y prosas... es como mi centro. Cuando voy volando hacia Nicaragua y desde la ventanilla del avión reconozco el paisaje, siento que el alma me vuelve al cuerpo. Claro que me duele; me duele lo poco que hemos avanzado tras tanto esfuerzo. Me duele que sea, como dice una amiga, el país de Sísifo, ese que castigaron los dioses haciendo que empujara una roca hacia la cima de una montaña sólo para que al llegar a la meta, la roca rodara montaña abajo y hubiera que volver a empezar de nuevo. Me duele la pobreza material de una gente que, por otro lado, humanamente, es tan inmensamente rica. Por eso también me consuela Nicaragua, porque, a pesar de todo, es un país nutritivo, lleno de risa, de ganas de vivir.
–Si su tránsito ha sido de la euforia al desencanto, ¿puede conjurarlo con la escritura? ¿Alcanza con escribir o necesita también otro tipo de “compromiso”?
–Mi desencanto es natural, pienso; pero no es desencanto con el país, sino con la mezquindad de su clase política. Escribir me ayuda porque me permite imaginar soluciones, posibilidades, aportar en la medida de mis posibilidades a la conversación colectiva, a la búsqueda de otras maneras de encontrar el camino que parece perdido. El compromiso sigue siendo necesario, es siempre urgente en América latina, y cada quien tiene que encontrar su manera de vivirlo en esta nueva situación, donde afortunadamente ya no sólo se requiere agarrar un fusil para comprometerse.
–A propósito de un verso-pregunta del poema “Del verbo estar”: “¿Es que acaso la sabiduría del tiempo consiste en ver el revés de la luz?”, ¿qué ve hoy Gioconda Belli en el revés de su poesía?
–Me refería a que con el tiempo uno aprende a ver no sólo el deslumbre de la idea de la utopía, sino a entender lo difícil que es mantener la consecuencia en la vida cotidiana. Uno aprende a entender que el bien y el mal conviven dentro de nosotros mismos. Lo que pasa ahora en mi poesía es que no tengo miedo a enfrentar ese lado oscuro que es inherente a la especie a la que pertenecemos. No tengo miedo ya de nombrar lo terrible tanto de la izquierda como de la derecha, porque pensar bien no siempre conduce a actuar bien y en nombre de la revolución y los ideales más hermosos también se han cometido atrocidades e injusticias.
–¿Por qué hacia el final del libro parece ganar el escepticismo en el poema “Plagas en el siglo XXI”, en el que plantea que ya nada da asco, que el asco es un valor obsoleto, que “ya no hay quien ande como Sócrates haciendo preguntas impertinentes en el mercado”?
–Bueno, porque es triste reconocer esa suerte de corteza que se va creando en la conciencia a partir de la indiferencia. Eso que dije no surgió del escepticismo sino de un momento de profunda tristeza al ver situaciones como la de Irak, por ejemplo. Tanta gente ha muerto allí pero uno sigue su vida como si nada. Hay esas situaciones, pero también hay otras como esta respuesta ante el terremoto de Haití, donde la gente se ha volcado para solidarizarse, para dar dinero, ayuda. Como poeta yo reacciono ante estas desgracias, a veces desconcertada, a veces con esperanza.
–Es curioso que en ese poema se diga que quizá ya no valga la pena preguntarse, cuando en esa zona de su poesía, en “Polis”, abundan los poemas con preguntas...
–A veces me miento a mí misma (risas). Claro que vale la pena hacer preguntas... Mi poesía se pregunta muchas cosas porque intenta dialogar con el lector, involucrarlo.
–En el título de esta antología poética personal hay un tributo a César Vallejo. ¿Qué significó esa poesía en su vida? ¿Con qué otros poetas dialoga en este libro?
–Vallejo es un poeta difícil. No todo lo suyo me afecta de la misma manera. Tiene poemas muy oscuros, casi impenetrables; pero otros son como relámpagos; uno los lee y se le ilumina el cielo. No te hago la lista de todos los poetas con que dialogo porque no nos alcanzarían las páginas del diario (risas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario