Uno de cada cinco chicos argentinos deja el colegio secundario. Se van por motivos económicos, aburrimiento y porque la educación media no parece aportarles información “relevante”. Algunos trabajan. Otros ni siquiera. Radiografía de una generación que ya no piensa en “formarse para el futuro” y que en países como Estados Unidos alcanza a uno de cada tres jóvenes.
Por Josefina Licitra
A lo largo del año pasado, había días en los que Lourdes Dorronsoro se despertaba a las seis de la mañana en Béccar, tomaba el colectivo, llegaba a las nueve a Berazategui, se detenía frente a la casa de Brian y tocaba el timbre. Lourdes es trabajadora social de Cimientos —una organización no gubernamental (ONG) que aborda el problema de la deserción escolar— y Brian es un chico de catorce años y diez hermanos que, durante 2008, faltó más de setenta veces al colegio.
Cada vez que Lourdes se enteraba de que Brian no estaba concurriendo a clases, cruzaba el conurbano, llamaba a la puerta con el temple de un testigo de Jehová y se ponía a explicar eso de la educación.
—Te conviene estudiar, Brian —decía.
—Pero si yo no dejé la escuela.
—Bueno, Brian, vas una vez por semana. Tenés que ir a la escuela para…
—… sí, ya sé, para ser alguien.
—No: vos ya sos alguien. Pero vas a ver que ir a la escuela tiene sentido.
Gracias a estos diálogos —y a tantas otras cosas: talleres, programas, becas— Brian sobrevivió al año pasado, arrancó 2009 como alumno regular y empezó a sentir eso que cada vez sienten menos chicos: que la escuela tenía algo que ver con él. Que el colegio secundario servía para algo.
—Hay un taller de música que me da ánimos para venir —cuenta ahora—. Me siento con más pilas, porque la verdad es que antes no me levantaba de la cama. Pero me di cuenta de que tenía que cambiar, de que yo ya era grande.
Brian es uno de los 10.697.681 alumnos argentinos que todos los días se despegan de la cama para ir a estudiar. Pero, hasta el año pasado, formaba parte de una estadística menos épica y más dura: en el país, 27 de cada cien jóvenes no estudian, y un 20 por ciento de alumnos empiezan pero no terminan la escuela media (una cifra que en la ciudad de Buenos Aires, el conurbano y el resto de la provincia trepa al 23,9 por ciento).
El problema ni siquiera es nacional: en Estados Unidos, donde uno de cada tres alumnos que asisten a secundarios públicos deja el estudio, ya se está hablando de “dropout nation” (un término cuya traducción —mucho menos simpática— podría ser “la nación del abandono escolar”).
¿Por qué se van los que se van? Por motivos económicos. Por aburrimiento. Porque no creen estar perdiéndose de nada. Y porque la escuela parece haber dejado de ser un lugar donde se “forma la subjetividad” —así lo plantean los especialistas— para transformarse en un espacio que capacita para buscar trabajo y ganar plata. Y, francamente, si el objetivo es ganar plata, hay más de una forma de llegar a eso: en Estados Unidos, por ejemplo, ya existen chicos como Blake Peebles, un adolescente que dejó la escuela para dedicarse a jugar concursos “profesionales” de Playstation (cuando los padres vieron que su hijo sólo ganaba sándwiches de pollo, contrataron un maestro particular). Y en nuestro país hay chicas como Lali Espósito, estrella teen de la serie Casi Ángeles, que dejó quinto año para dedicarse a la actuación (aunque igual se irá de viaje de egresados con sus amigas).
Para Juan Vasen, psicoanalista y autor del libro Las Certezas Perdidas —que trata sobre los dilemas de la educación en el reino del mercado— este tipo de ejemplos ayuda a entender que el abandono escolar no es un problema de clase baja, sino de época: los chicos, no importa su extracción social, sienten que la escuela los educa para estar en la escuela, pero no en la vida. “Hay un proceso de época que impacta de distinto modo en las distintas clases sociales —advierte—. En general, lo que se ve es que los medios y la informática le están disputando el monopolio del saber a la escuela.
Ahora la vocación no es importante: lo importante es engancharte un trabajito que te permita acceder a cierto nivel de consumo. Y cuando el planteo es ese, la ‘salida laboral’, la verdad es que te empieza a sobrar mucho de lo que enseñan en la escuela. En mi consultorio es muy común que los pibes de quince o dieciséis años transmitan una sensación de absoluta futilidad. Lo único que los alienta a terminar es la cosa protésica del viaje de egresados. El viaje cumple una función de ‘Okey, todos queremos irnos a la mierda, pero mantengámonos unidos hasta el final porque ahí se pone bueno’.”
El año pasado Brian no pensaba en viajes, ni en Playstations, ni en la fama de la televisión.
—Yo era un vago —sintetiza. Porque Brian tenía fiaca para todo, incluso para pensarse un sueño a medida. Cada vez que faltaba, sus padres —él hace changas, ella trabaja para una fábrica de termos— se preocupaban, lo retaban, lo obligaban a hacer algo: un mandado, la limpieza de la casa. Sus hermanos, todos mayores que él, le hablaban de la importancia de insistir con la escuela. Hasta que finalmente Brian volvía; a su modo, volvía.
En Argentina, hay chicos que dejan la escuela y ni siquiera lo saben. “Es llamativo: muchos te dicen ‘pero si yo nunca dejé la escuela’, porque para ellos es normal ir una vez por semana”, explica Dorronsoro, la trabajadora social de Cimientos (www.cimientos.org.ar ): una ONG que se dedica al área de la educación desde hace doce años, y que desde hace tres estableció un programa de inclusión escolar para promover la permanencia y el reingreso de los jóvenes al colegio. Cimientos —que no cuenta con financiamiento estatal— tiene este proyecto piloto en cuatro escuelas de Berazategui —entre ellas la de Brian— y otorga becas de 135 pesos a 120 chicos que están en situación de vulnerabilidad escolar (esto es, que dejaron la escuela o tenían más de 60 inasistencias). Para retenerlos, además, establece talleres de apoyo en Lengua y Matemáticas, instancias de capacitación y acompañamiento de los docentes, y talleres de expresión cultural como música, muralismo y teatro.
Gracias al taller de música, Brian tiene ganas de ir a la escuela.
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