El curioso Programa de Violencia Cero de las cárceles bonaerenses. Sin haber inventado nada y poniendo todo del lado de los presos, en el SPB intentan solucionar los problemas de violencia con aislamientos de nueve meses. El sistema es supuestamente voluntario. Por ahora, los pocos “voluntarios” eligieron interrumpirlo.
El Servicio Penitenciario Bonaerense aplica desde hace un tiempo un mecanismo que estaría llamado a transformar las cárceles provinciales poco menos que en un remanso bucólico de faz a la reinserción social. El mecanismo lleva el esperanzador título de Programa de Prevención de la Violencia, y como principal objetivo se propone “prevenir y/o modificar las conductas agresivas de los internos”, para lo que dispone incorporarles “hábitos, normas y reglamentaciones reguladas, de tal forma” que les permitan ser incluidos en un “régimen común donde primen el buen comportamiento, el trabajo y la educación”. Internamente, lo conocen como “Violencia Cero”, título menos vendedor, algo más ríspido, pero más elocuente porque de algún modo revela el mecanismo con que se incorporan los antes mencionados “hábitos, normas y reglamentaciones”: durante al menos nueve meses los presos son encerrados en celdas de aislamiento especialmente alejadas del resto, sin hablar con nadie porque están solos, sin tevé ni radio ni revistas ni visitas. Son tres fases de un mínimo de tres meses cada una, y cada una, como en la facultad, es correlativa de la siguiente. Es decir, el interno tiene que aprobar la primera para pasar a la segunda. La primera es la más dura por lo rigurosa. Pero tiene el aliciente de que las otras dos, no. Hasta ahora, en un año de aplicación en una decena de cárceles, el Violencia Cero encontró unos cuantos “voluntarios”, pero fracasó en formar un solo preso tranqui porque todos desistieron del encierro antes de los tres meses para no volverse locos.
El programa parte de la certeza de que la violencia es propiedad de los internos. “No son niños de pecho”, refirió con escasa originalidad un vocero de un ex ministro de Justicia bonaerense, aunque obvió decir que la cárcel no es una maternidad ni que los penitenciarios lleguen a ser hermanas carmelitas.
“Teóricamente es voluntario, te muestran un acta que firman en conformidad –describió Roberto Cipriano Reyes, del Comité Contra la Tortura–. Pero conocemos casos que fueron ingresados extorsivamente.” ¿Extorsivamente? “Los presos conflictivos por lo general vienen de la calesita (traslado permanente de penal en penal, muchas veces sin orden judicial). La extorsión consiste en que nunca ven a los familiares porque nunca se sabe en qué unidad están. Y les dan a elegir, “si entrás al programa te quedás en esta unidad”, y ellos firman, con tal de dejar de dar vueltas, recibir golpes y perder familiares firman, pero durante los primeros meses tampoco pueden ver a nadie. Por eso, todos desisten, no conocemos casos que hayan cumplido la primera etapa”.
La pretensión del programa es incorporar paulatinamente responsabilidades, recreos, visitas de familiares directos, a medida que el interno responda positivamente al tratamiento, respuesta que será evaluada por una comisión interdisciplinaria formada especialmente para conocer el programa y sus mecanismos. Pero, pese a que el programa por ejemplo establece la asidua visita de psicólogos y psiquiatras, éstos y los médicos brillan por su ausencia. “La atención de psiquiatras depende de cada unidad. Pero van una vez por semana y la forma de atención es especial –explicó Cipriano–. En todas las entrevistas con la psicóloga, el detenido está en una celda tipo locutorio, hay una ventana con una reja y del otro lado se ubica la psicóloga. Aunque la psicóloga asista, ellos dicen que no sirve de nada porque la reja, y la distancia, y hasta la posible presencia de un guardia hacen difícil que lo vean como alentador. También la trabajadora social se presenta siempre mediada por la reja.”
Aunque en el programa figuran medidas que podrían alivianar el aislamiento (incluso en la primera etapa), como recreos (siempre individuales y en un patio enrejado hasta en el techo) y la posibilidad de realizar trabajos dentro de la celda, lo curioso es que para las autoridades de las que depende en forma directa y cotidiana la aplicación del programa, los guardias, el sistema es pensado de otro modo. Cuando representantes del Comité Contra la Tortura consultaron a guardias de diferentes penales dónde se aplica el programa, en qué consistía éste, los guardias respondían, indefectiblemente, “los tres primeros meses está totalmente aislado”.
En una recorrida por la Unidad 9 de La Plata, a fines del año pasado, el pabellón 2, especialmente adaptado para practicar la “Violencia Cero”, tenía 23 celdas habilitadas y sólo dos ocupadas. Uno de los internos dijo que “se encontraba detenido en la Unidad 4 de Bahía Blanca y solicitó un acercamiento familiar, siendo trasladado a la Unidad 9 y alojado en el pabellón 2 sin que lo haya solicitado y sin mediar su conformidad. Hace cuatro días que se encuentra alojado en el pabellón con aislamiento absoluto, desea que lo lleven a un pabellón de población”. En otra celda, el segundo interno manifestó que había sido trasladado desde el sector de aislamiento y que firmó un papel consintiendo su alojamiento en el pabellón 2 porque le queda poco tiempo para obtener su libertad y, como tuvo problemas de convivencia, le parece éste un lugar más seguro, aunque admite que no podrá soportarlo más de tres meses por el régimen de encierro.” En otra recorrida, en la 2 de Sierra Chica, se comprobó que el pabellón 11, destinado al programa, cuenta con 27 celdas, de las cuales cuatro estaban ocupadas. En Sierra Chica la rigurosidad del Violencia Cero llega al extremo de que los cuatro internos “tranquis” reciben la posibilidad de estudiar: la guardia les entrega material para hacer las tareas, ya que como no se permite la presencia del docente y ellos no pueden asistir a clase, deben emprender su educación con el temple autodidacta del, digamos, arreglate como puedas.
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