Los futbolitas de Corea del Norte que jugaron en Sudáfrica 2010, pasaron 6 horas de pie recibiendo el insulto de 400 fanáticos.
Una picota refinada, una tortura psicológica que no necesitó ni estribos de madera ni collares de hierro de inspiración medieval. Una escala interminable, de seis horas de duración: los jugadores de la selección norcoreana de regreso del Mundial, firmes, de pie sobre un palco decorado en el Palacio de la Cultura popular. Frente a ellos, 400 personas que los insultan echándoles en cara la debacle sudafricana.
Después del comienzo tranquilizador con Brasil (derrota honorable por 2-1), fueron muy terribles los nocauts con Costa de Marfil (3-0) y sobre todo con Portugal, un 7-0 que tuvo el agravante de ser transmitido en directo por TV. Los únicos que se salvaron fueron Jong Tae-Se (la estrella, quién no recuerda su llanto a mares durante el himno) y An Yong-Hak, que fueron directo a Japón.
Peor aún para el entrenador, Kim Jong-Hun, a quien mandaron a trabajar a una obra edilicia de la capital, Pyongyang. Pobre DT, a su equipo no se le podía pedir mucho más Es elocuente el motivo del castigo: haber traicionado la confianza del “amado líder” Kim Jong-Il , que parece no tener un gran sentido del humor. No se relaja con el fútbol, pero tampoco con la bomba atómica, considerando las continuas provocaciones lanzadas a la comunidad internacional. Y el epílogo del Mundial estuvo de acuerdo con los comienzos. Ya desde el vamos el clima era feo: los jugadores no podían conceder entrevistas, entrenamientos blindados hasta la noticia sobre la presunta fuga de jugadores. Después el cambio de rumbo: todos en la cancha frente a la prensa con mucha numeración oficial, mientras funcionarios no mejor identificados filmaban a quienes daban vueltas alrededor.
Era, de hecho, la segunda participación de Corea del Norte, después de 1966. En ese momento, los asiáticos entraron en cuartos de final, llegaron a tener una ventaja de tres goles sobre Portugal hasta que Eusebio revirtió la situación y los fletó a casa. Empresa heroica, ¿se imaginan la fiesta del regreso? Pero no, ni en sueños. Los jugadores festejaron su gesta yendo a un local, a la manera occidental, y a la vuelta, el “premio” fue una deportación a los campos de trabajo forzado para curar esa actitud de “burgueses decadentes”. Se salvó sólo Pak Do Ik, que se quedó en el hotel por un ataque de gastritis. Para la crónica, Kim Jong-Il no es responsable de los sucesos de 1966, en ese entonces era poco más que un niño. Las medidas fueron tomadas por Kim Il-Sung, su padre. Y viene a cuento decirlo, de tal palo tal astilla.
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