Después de 25 años, Videla rompió el silencio y justificó el accionar de las Fuerzas Armadas durante la dictadura. El guiño a la “reconciliación forzada” que promueven Pando y Duhalde.
Por Franco Mizrahi
Con el pelo más encanecido pero el mismo tono de voz con el que en 1979 dijo: “El desaparecido es una incógnita, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”, Jorge Rafael Videla rompió el silencio después de 25 años para justificar el accionar de las Fuerzas Armadas durante la última dictadura militar. Fue el lunes 5 de julio, en Córdoba, en el marco de una audiencia oral y pública ante el Tribunal Federal Nº 1: sentado en el banquillo de los acusados, el ex presidente de facto entre 1976 y 1981 reivindicó a las juntas militares, defendió la obediencia debida de sus subordinados y desconoció a la Justicia civil que lo juzga por crímenes de lesa humanidad en la jurisdicción del III Cuerpo del Ejército, entonces a cargo del comandante Luciano Benjamín Menéndez. Tres décadas después –y treinta mil desaparecidos en el camino–, cuando Videla tomó el micrófono sabía que las cámaras lo apuntaban y expondrían su relato. “Reitero y asumo en plenitud mis responsabilidades castrenses –aseguró– en todo lo actuado por el Ejército Argentino en la guerra contra los subversivos.” ¿Tuvieron sus palabras sólo a los jueces como destinatarios? ¿O también dirigió su mensaje a pares y subordinados que defienden la idea de una amnistía? ¿Cuánto influyó en su actitud el pedido de reconciliación con quienes “quieren a Videla”, que hizo público el precandidato presidencial Eduardo Duhalde y apoyó la procesista Cecilia Pando?
Para Miguel Monserrat, copresidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Videla apuntó a diversos interlocutores. “Eligió un discurso provocador para hablarles a sus seguidores –analizó–, del mismo modo que lo hacen el ex presidente Duhalde y otros políticos cuando se manifiestan en esos términos. Pero es algo muy peligroso porque están apelando a sectores que se identificaron con el golpe de Estado y con esta gente a la que le cabe la categoría de criminal de guerra. Y lo peor es que se emparentan porque los consideran actores de poder. Videla no evoca únicamente a militares retirados, acusados o procesados, sino también a los ideólogos y partícipes del golpe, gente con intereses económicos internos y externos al país.”
María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, cuenta que primero sintió asco y, recién después, inquietud por las palabras del genocida. “Es una expresión más de su soberbia –sostiene Mariani–. Se habló a sí mismo y repitió el discurso de siempre. No creí que volviera a hablar con ese tono, como cuando era comandante y se jactaba de ser el dueño de la vida y muerte de todos. Sus declaraciones pueden estar en línea con el pedido de amnistía pero también pueden entenderse como un mensaje para los que están presos y todavía esperan liberarse de culpa y cargo.”
A fines de 2008, el juez Norberto Oyarbide avaló una presentación de Mariani para que Videla abandone su prisión domiciliaria en el coqueto barrio de Belgrano y pase sus días en una cárcel de Campo de Mayo. Fue en el marco de la causa que tiene al dictador procesado por la “implementación de un plan sistemático para la apropiación de bebés” durante la dictadura y por el que la querella pidió que cumpla 50 años de prisión. Por ese motivo, Videla volverá a estar sentado en el banquillo de los acusados el próximo 20 de septiembre y, probablemente, repita la misma estrategia que en el juicio que se desarrolla en Córdoba: negarse a prestar declaración, argumentar que las acusaciones en su contra son “cosa juzgada” por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y defender la obediencia debida, como cuando expresó: “Los subordinados se limitaron a cumplir mis órdenes”.
“Videla dirige su discurso a los sectores golpistas –afirma Adolfo Pérez Esquivel–, son sectores a los que no les interesa ni la Constitución ni la democracia; a los que se apropian del poder para sus propios intereses, a los grupos económicos que se beneficiaron con el genocidio.” El Premio Nobel de la Paz advierte sobre la necesidad de estar atentos frente a estos mensajes: “Si bien en la Argentina se avanzó en materia de juicio y castigo, en esta época se produjo un golpe de Estado en Honduras. Por eso, hay que fortalecer la institucionalidad”. Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, agrega que el mensaje de Videla “se dirigió a la sociedad, al Estado y a la Justicia. Es una declaración terrorista. Apela a la obediencia debida porque quiere rescatar a sus pares”.
Videla no está solo en el banquillo de los acusados: junto a él se está juzgando a otros treinta imputados. Entre ellos, Luciano Benjamín Menéndez, quien ese mismo lunes 5 no quiso ser menos que su superior: también planteó la inconstitucionalidad del tribunal y aseguró que lo sucedido entre el ’76 y el ’83 fue una “guerra para vencer al terrorismo marxista que había asaltado nuestra patria”.
El martes 6, sin embargo, los tomó por asalto el cansancio senil: Videla y Menéndez se quedaron dormidos, uno sentado junto al otro. Quizás, en sus sueños, añoraron los tiempos en que gobernaban el país a sangre, tortura y fuego. Aquellos años de plomo y Falcon verdes, de terror y Justicia cómplice. Pero una carpeta que Videla tenía en sus rodillas cayó al piso y entonces los jerarcas militares despertaron bruscamente, miraron al tribunal y apostaron otra vez al discurso de la impunidad.
Con el pelo más encanecido pero el mismo tono de voz con el que en 1979 dijo: “El desaparecido es una incógnita, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”, Jorge Rafael Videla rompió el silencio después de 25 años para justificar el accionar de las Fuerzas Armadas durante la última dictadura militar. Fue el lunes 5 de julio, en Córdoba, en el marco de una audiencia oral y pública ante el Tribunal Federal Nº 1: sentado en el banquillo de los acusados, el ex presidente de facto entre 1976 y 1981 reivindicó a las juntas militares, defendió la obediencia debida de sus subordinados y desconoció a la Justicia civil que lo juzga por crímenes de lesa humanidad en la jurisdicción del III Cuerpo del Ejército, entonces a cargo del comandante Luciano Benjamín Menéndez. Tres décadas después –y treinta mil desaparecidos en el camino–, cuando Videla tomó el micrófono sabía que las cámaras lo apuntaban y expondrían su relato. “Reitero y asumo en plenitud mis responsabilidades castrenses –aseguró– en todo lo actuado por el Ejército Argentino en la guerra contra los subversivos.” ¿Tuvieron sus palabras sólo a los jueces como destinatarios? ¿O también dirigió su mensaje a pares y subordinados que defienden la idea de una amnistía? ¿Cuánto influyó en su actitud el pedido de reconciliación con quienes “quieren a Videla”, que hizo público el precandidato presidencial Eduardo Duhalde y apoyó la procesista Cecilia Pando?
Para Miguel Monserrat, copresidente de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, Videla apuntó a diversos interlocutores. “Eligió un discurso provocador para hablarles a sus seguidores –analizó–, del mismo modo que lo hacen el ex presidente Duhalde y otros políticos cuando se manifiestan en esos términos. Pero es algo muy peligroso porque están apelando a sectores que se identificaron con el golpe de Estado y con esta gente a la que le cabe la categoría de criminal de guerra. Y lo peor es que se emparentan porque los consideran actores de poder. Videla no evoca únicamente a militares retirados, acusados o procesados, sino también a los ideólogos y partícipes del golpe, gente con intereses económicos internos y externos al país.”
María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, cuenta que primero sintió asco y, recién después, inquietud por las palabras del genocida. “Es una expresión más de su soberbia –sostiene Mariani–. Se habló a sí mismo y repitió el discurso de siempre. No creí que volviera a hablar con ese tono, como cuando era comandante y se jactaba de ser el dueño de la vida y muerte de todos. Sus declaraciones pueden estar en línea con el pedido de amnistía pero también pueden entenderse como un mensaje para los que están presos y todavía esperan liberarse de culpa y cargo.”
A fines de 2008, el juez Norberto Oyarbide avaló una presentación de Mariani para que Videla abandone su prisión domiciliaria en el coqueto barrio de Belgrano y pase sus días en una cárcel de Campo de Mayo. Fue en el marco de la causa que tiene al dictador procesado por la “implementación de un plan sistemático para la apropiación de bebés” durante la dictadura y por el que la querella pidió que cumpla 50 años de prisión. Por ese motivo, Videla volverá a estar sentado en el banquillo de los acusados el próximo 20 de septiembre y, probablemente, repita la misma estrategia que en el juicio que se desarrolla en Córdoba: negarse a prestar declaración, argumentar que las acusaciones en su contra son “cosa juzgada” por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas y defender la obediencia debida, como cuando expresó: “Los subordinados se limitaron a cumplir mis órdenes”.
“Videla dirige su discurso a los sectores golpistas –afirma Adolfo Pérez Esquivel–, son sectores a los que no les interesa ni la Constitución ni la democracia; a los que se apropian del poder para sus propios intereses, a los grupos económicos que se beneficiaron con el genocidio.” El Premio Nobel de la Paz advierte sobre la necesidad de estar atentos frente a estos mensajes: “Si bien en la Argentina se avanzó en materia de juicio y castigo, en esta época se produjo un golpe de Estado en Honduras. Por eso, hay que fortalecer la institucionalidad”. Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, agrega que el mensaje de Videla “se dirigió a la sociedad, al Estado y a la Justicia. Es una declaración terrorista. Apela a la obediencia debida porque quiere rescatar a sus pares”.
Videla no está solo en el banquillo de los acusados: junto a él se está juzgando a otros treinta imputados. Entre ellos, Luciano Benjamín Menéndez, quien ese mismo lunes 5 no quiso ser menos que su superior: también planteó la inconstitucionalidad del tribunal y aseguró que lo sucedido entre el ’76 y el ’83 fue una “guerra para vencer al terrorismo marxista que había asaltado nuestra patria”.
El martes 6, sin embargo, los tomó por asalto el cansancio senil: Videla y Menéndez se quedaron dormidos, uno sentado junto al otro. Quizás, en sus sueños, añoraron los tiempos en que gobernaban el país a sangre, tortura y fuego. Aquellos años de plomo y Falcon verdes, de terror y Justicia cómplice. Pero una carpeta que Videla tenía en sus rodillas cayó al piso y entonces los jerarcas militares despertaron bruscamente, miraron al tribunal y apostaron otra vez al discurso de la impunidad.
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