Ya sabemos eso de que en nuestro país muchos sostienen que a la historia no hay que revisarla, hay “que mirar para adelante”. Esa conducta que los argentinos tenemos desde las primeras traiciones históricas a los principios de mayo es una de las causas de la impunidad que tuvieron todos aquellos que se basaron en la palabra “progreso” para cometer crímenes o negociados que nos han llevado a las catástrofes que se produjeron en la democracia por la traición a aquellos principios libertarios que entonamos en nuestro Himno nacional desde 1813: “Ved en trono a la noble igualdad, libertad, libertad, libertad”.
Negar la historia es nada más que un oportunismo circunstancial que, a la postre, se paga. La Historia positiva de los pueblos siempre está basada en la Etica y no en el llamado “progreso”. Vamos a tratar hoy el caso de tres símbolos manipulados por el poder y el oportunismo. Uno de ellos es el gorro frigio de nuestro escudo nacional, que llevaba la marca de Belgrano y que modificó el general Mitre –quien usó y escribió nuestra historia en su provecho–. Es un proyecto que acaba de presentar el historiador Marcelo Valko al Congreso nacional para volver al uso original como uno de los tantos pasos que habría que dar, en este Bicentenario, para retornar al pensamiento de mayo. Dice el historiador en su presentación: “Algunas de las pruebas que evidencian la intención de los revolucionarios de 1810 para integrarnos a la historia americana se encuentran invisibilizadas ante nuestros propios ojos por los ideólogos de la historia oficial, entre los que se destaca Mitre, que calificaba de ‘amalgama extravagante’ la asociación de las antiguas tradiciones indígenas y las nuevas aspiraciones de la independencia y libertad”. Y agrega: “La que es considerada primera bandera nacional fue donada por Belgrano al Cabildo de Jujuy el 25 de mayo de 1813 y lleva pintado el Escudo de la Asamblea del año 1813. En ella figura el verdadero gorro frigio. También subsiste desde ese tiempo un escudo original pintado en madera. Esos dos símbolos que todavía existen –agrega el historiador– son la prueba de un grave delito cometido contra los sueños e ideales de los mejores revolucionarios”. Sí, en esa bandera y en ese cuadro está el verdadero gorro frigio. Y nos explica: “Tomado de la Revolución Francesa que había proclamado Libertad, Igualdad y Fraternidad, el gorro frigio condensaba aquellos ideales integrados en la nueva América. Sin embargo se impone una diferencia fundamental entre el gorro de la Asamblea del Año XIII, adoptado por Belgrano y su homólogo francés. Tanto en aquella bandera primigenia como en el escudo aparece la borla incaica como remate del gorro”.
Qué espíritu profundo la de nuestros patriotas de Mayo. Querían amalgamar los ideales de la humanidad que luchaba en ese tiempo por la Igualdad en Libertad, con símbolos de la tierra americana. Y está allí, en el gorro frigio con la borla incaica. Un espíritu de fraternidad entre los pueblos originarios y los que eran ya hijos de los europeos venidos a estas tierras. Los ideales de una humanidad fraterna pero también con los rastros de las culturas autóctonas.
Y en el proyecto se nos detalla: “La Asamblea del año 1813 confió el diseño del escudo al platero y grabador Juan de Dios Rivera, quien había participado en la rebelión de Túpac Amaru. Refugiado en Buenos Aires, Rivera americaniza el gorro frigio y la Asamblea del año 1813 lo acepta. Es la misma borla que hoy usan los pueblos originarios del Noroeste y del Altiplano como remate de las orejeras de sus gorros. Y Rivera decidió vestirlo de acuerdo con la cosmovisión americana. De esa forma, nuestro escudo surgió al ideario de Túpac Amaru”.
Y eso es lo profundo de quien piensa que no debemos imitar todo aquello que nos viene de Europa o de Estados Unidos. Los llamados liberales positivistas le dieron otra versión a la historia, menospreciando los orígenes mestizos. Y lo dice el historiador Valko en su proyecto: “La amputación experimentada por el escudo para eliminar los rastros americanos no es un tema menor. Los vaivenes heráldicos que siguieron a la eliminación de los principios revolucionarios expresan en última instancia un modelo de país que opta por enquistarse en Buenos Aires en lugar de integrarse al territorio continental”. Y finaliza: “En el Bicentenario es hora de un nuevo descubrimiento, es hora de que regrese la borla incaica al Escudo nacional. Debemos enmendar la amputación ideológica que autentifica la presencia originaria e invisibiliza nuestra pertenencia a Latinoamérica. Debemos restaurar el valor simbólico y de integración continental de nuestro escudo nacional original, tal como fuera diseñado en 1813”.
Sí, volver a lo legítimo y no aceptar correcciones “progresistas” de los que querían demostrar que todos los argentinos somos blancos.
El otro proyecto corresponde a la ciudad de Buenos Aires y a su bandera. La que existe actualmente se debió a la misma que fue iniciativa del concejal radical García Arecha y ya había estado en los deseos del intendente de la dictadura militar de la desaparición de personas, el brigadier Cacciatore. Fue aprobada por el Concejo Deliberante por voto de los radicales y justicialistas y rechazada por el Frente Grande. Por el mismo se aprobó nada menos que la bandera del conquistador Juan de Garay. Tiene la corona de Castilla y León, una cruz sangrienta que representa a la poderosa orden militar y religiosa española de Calatrava, que luchó contra los llamados “infieles” y un águila imperial con cuatro pichones que representan las ciudades fundadas en el Virreinato del Río de la Plata. Por supuesto, el águila lleva la corona de Castilla y León. Juan de Garay expresó que creaba esa bandera “con el fin de ensalzar la Santa Fe católica y servir a la corona de Castilla y León”, entre otros fines.
Cuando fue aprobada, la opinión general fue que los que la apoyaron eran los representantes de la “bandera de Cacciatore”. Y es justo el calificativo, porque esa bandera que tenemos actualmente en nuestra ciudad no refleja de ninguna manera lo que debe ser el emblema de una ciudad, no condice con lo multirracial que es su población y ni siquiera con algunos de los conceptos de los pensadores de Mayo. Por eso los concejales Camps y Naddeo han presentado proyectos para la eliminación de tal bandera que “habla de la lucha contra los infieles y los indígenas”. Y añaden: “El Bicentenario es una oportunidad para instituir una nueva bandera, que respete los principios de la Constitución local que habla de democracia, de derechos humanos y de respeto a la diversidad de la población y a los pueblos originarios”. Por su parte, Camps señala que “es una bandera medieval con símbolos ajenos a los valores actuales de esta ciudad. Una cruz sangrante no se compadece con el criterio ecuménico de esta ciudad”. La diputada Naddeo propone algo bien democrático, que para la nueva bandera se haga un concurso en que participen los alumnos de establecimientos educativos y culturales, así como centros culturales y organizaciones sociales. Esos proyectos serán luego considerados por un jurado en el que estén representantes de docentes de arte, de las carreras de diseño de la Universidad de Buenos Aires, del Instituto Nacional de Arte, de la Sociedad de Artistas Plásticos, de la Comisión del Patrimonio Histórico, de la Junta de Estudios Históricos de la Ciudad, dos representantes de la Comisión de Cultura y Educación de la Legislatura y dos representantes de los ministerios de Cultura y de Educación de la Ciudad. Los diseños seleccionados luego serán exhibidos en el Centro Cultural Recoleta y sometidos a consideración del público, el cual podrá emitir su opinión a través del sistema del voto popular organizado a tal efecto.
Es decir, una forma absolutamente democrática. Porque es seguro que se elegirá el proyecto de una bandera que represente verdaderamente a esta Buenos Aires, con su historia tan discutida, que va de las represiones obreras de Roca a la Semana Trágica de Yrigoyen y a los desfiles militares de las dictaduras. Un proyecto que triunfe sobre la base de aprender de la historia para un porvenir de generosidad.
Nada más que un símbolo, pero una aberración cacciatoriana que hay que lavar, para limpiarnos de las vergüenzas y proponer futuros con ideales.
Todo esto nos lleva a otra realidad. Y voy directamente a la figura de un represor de extrema crueldad que al parecer, con sus “enseñanzas”, está siempre presente en la actualidad argentina. El coronel Ramón L. Falcón, un indigno represor de extrema cobardía. Digo esto último por la matanza que llevó a cabo, siendo jefe de la Policía, en el acto del 1º de mayo de 1909, cuando ordenó primero atacar a tiros, sin aviso, a las manifestaciones obreras que iban a la Plaza Lorea a recordar a los Mártires de Chicago. Una manifestación de más de setenta mil obreros absolutamente pacífica. Luego de las primeras salvas de las armas largas policiales dio otra orden tan cobarde y cruel como la anterior: se ordenó a la policía a caballo que atacara directamente con sables a los manifestantes. Fue una verdadera orgía de sangre. Lo más cruel fue que los obreros en esas manifestaciones llevaban a sus mujeres y a sus niños, porque las consideraban un lugar de encuentro de toda la familia trabajadora. Pues bien: la segunda calle más larga de Buenos Aires sigue llamándose “Coronel Falcón”, desde 1910. Ningún gobernante ha sido capaz de cambiar esa denominación, como lo pidieron los vecinos de Floresta que quitaron el nombre de Coronel Ramón Falcón a la plaza allí existente. No fue oído el pedido democrático de los vecinos. La plaza se sigue llamando con el nombre de ese cobarde genocida. Mucho peor todavía: el instituto donde se forman los oficiales de la Policía lleva el nombre nada menos que de Ramón Falcón. Después no sabemos cómo explicarnos lo del gatillo fácil, esos crueles crímenes que sigue cometiendo nuestra policía en las calles de todas nuestras ciudades. Podríamos nombrar todos los muertos civiles inocentes que fueron muertos por el gatillo fácil de la ley, “primero se aprieta el gatillo y después se pregunta”. Las últimas tristes muertes han demostrado la total impunidad de ese poder que tenemos desde hace muchas décadas y que se mueve con sus leyes propias. Sólo nos queda proponer, como primer paso hacia una política de absoluta responsabilidad con la educación de esos uniformados, la eliminación del nombre del genocida del instituto formador de oficiales, el cambio de nombre a esa calle y, luego, hacer un examen de todos los docentes de esos institutos que, al parecer, hasta ahora sólo les han enseñado a sus cadetes a ser dueños de la vida y de la muerte.
Símbolos. Pero que influyen en la vida democrática. Limpiemos también esa memoria tergiversada.
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