jueves, 8 de julio de 2010

LA ESCUELA DEBERÍA ENSEÑAR, ANTES QUE NADA, LENGUAJE


Se hacen cada vez más inútiles los manuales que describen la lengua como muerta. La palabra debe ser entendida como alimento esencial y puerta al futuro individual y colectivo.

Por Ángela Predelli


Hay un bello poema de John Berger en el que el autor inglés enlaza el lenguaje y la vida en sus instantes primeros, y con esa fundición instala además la lengua en el lugar del alimento y también del futuro: Garganta abajo / se precipitaban / la gente y la sangre / en los helechos/ inalcanzable /aullaba un perro/ una cabeza entre labios / abrió / la boca del mundo / sus pechos / como palomas / se le posan en las costillas / su hijo mama el largo / hilo blanco / de las palabras que vendrán .


¿Creemos los docentes, como el poeta inglés, que las palabras son alimento y que no sólo nos traen siempre un futuro sino que, más aún, nos llevan hacia él? Cada vez que se concreta el milagro de la transmisión en las aulas, en esa complejísima trama que alumnos y docentes construimos al atravesar la experiencia de la enseñanza confirmamos que el lenguaje es la herramienta con la que fundamos el porvenir y cimentamos los días que llegarán.


Es imposible separar al hombre de la lengua. “Lo mejor del hombre se relaciona con el milagro del lenguaje, dice Steiner; y hasta ahora la humanidad y ese milagro han sido indivisibles. Si el lenguaje perdiera una parte de su energía, el hombre se volvería menos humano.” Cuando el lenguaje se convierte en el centro de nuestras clases y hacemos de su desarrollo, en los alumnos y en nosotros, una preocupación, un trabajo diario, una causa, el efecto es una riqueza que explota en todos los aspectos de nuestra vida.


Pensemos en lo que significa que nuestros alumnos escriban poemas, que lleguen al hueso de la palabra y que a su vez arriben a lo más descarnado de su propia interioridad . Pensemos en lo que significa que nuestros alumnos enuncien opiniones, involucren su lengua y comprometan su palabra , que lean los signos sociales y culturales, discutan, se cuestionen y logren poner en tensión aun las posturas más rígidas.


Recobrar en las aulas la energía de la lengua -de las lenguas habría que decir mejor, sí, hay que decirlo así-, recobrar las energías de las lenguas nos daría, siguiendo a Steiner en su razonamiento, una sociedad más humana . Todo acto educativo es básicamente un acto de lenguaje. La forma en que percibimos el mundo depende de nuestro lenguaje. Tenemos que pensar un futuro que haga de este mundo una tierra mejor.


Para eso también necesitamos palabras.


Nuestros alumnos necesitan las palabras para tener sus sueños, para pronunciar los verbos que les abran las puertas propias y sobre todo las puertas del otro.


El eje de nuestras clases de lengua en la escuela no debería centrarse en la clasificación correcta de los verbos en regulares e irregulares, o del subrayado de pronombres, o del plural de los sustantivos.


Se hacen entonces cada vez más inútiles los manuales que se agotan en el detallismo y describen la lengua como muerta porque a cambio, en la escritura misma, la morfología nos muestra la multiplicidad de las formas y la semántica nos permite nombrar las cosas no sólo de este mundo sino también de otros.


Hay un universo expresado en los signos y es en las aulas donde tenemos que aprender a hacer una lectura de los símbolos, interpretar los íconos, desandar los índices y construir sentidos.


La lengua que enseñamos en la escuela tiene que ayudar a nuestros alumnos a internarse en los bordes de sus propios límites y descifrar allí la sintaxis de los enunciados en su subjetividad, oír los acentos y gozar la música de la gramática . Hay una frase del fotógrafo húngaro Robert Capa que nos viene al caso. “Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, dice Capa, es que no te has acercado lo suficiente”.


Llevemos esta observación a nuestras clases y acerquémonos al lenguaje y a las palabras para enseñarles a nuestros alumnos una lengua que ellos puedan hacer estallar en mil astillas frente al dolor y frente a lo incomprensible. Hay que estar lo más cerca posible de las bocas porque el pronunciar mueve la lengua y mueve también las palabras y nos saca a todos de la cerrazón.


Hay palabras incluso en el dolor más profundo. Nuestros estudiantes tendrán que encontrarlas para salir del ahogo cuando la vida por momentos los asfixie . Hay palabras aun en la fragilidad de los instantes, en el vértigo de los amores que nos licuan, hay palabras aun en la oscuridad más cerrada y en las pérdidas irreparables. Inmersos en las palabras, somos, también, como quería Lacan, hablados por el lenguaje. Sí, aun en los sonidos más enmudecidos podemos oír hablar al lenguaje.


Es muy probable que el lenguaje sostenga el mundo, y a nosotros en tanto habitamos en él.


Sin lenguaje, no hay nada que pueda hablar de nosotros. Cómo intentar entender, explicar el mundo de cualquier época sin lenguaje.


“Por lo único que realmente tiene sentido esforzarse, dijo Ingeborg Bachamnn, poeta también, es por el lenguaje. Cuando el lenguaje de alguien no se sostiene, tampoco se sostiene lo que él dice”.


Enseñar en la escuela debería ser sobre todo enseñar el lenguaje . La mejor docencia es la que libera los dispositivos encajonados de una lengua, la saca de su sepulcro y la hace saltar en mil inflexiones y recorrer los caminos que van y vienen buscando el peso de los significados, explorando la música de las palabras, una entonación. Enseñar y aprender en la escuela nos hace penetrar en el cuerpo de las palabras para atravesar la gramática del deseo, la sintaxis de la libertad.

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