domingo, 13 de mayo de 2012

"CON UNASUR NOS PUSIMOS LOS PANTALONES LARGOS"

Diálogo a fondo con Lucía Topolansky, la primera dama uruguaya. Militante tupamara, conoció la cárcel como su marido, el presidente Pepe Mujica. Hoy es senadora y posible candidata presidencial en un futuro cercano. Habla de la amistad latinoamericana, su vida, y las conquistas populares.

Por Luz Laici

No fue una. Desde el instante en que nació en un grito, no fue una, sino dos. Iguales ojos, igual sonrisa, iguales gestos, iguales las caricias recibidas, iguales las medias y los vestidos. El mundo conocido desde un espejo constante: un estigma donde lo propio no era único sino compartido, hasta que dejó de serlo. Y volvió a gritar.
“Desde muy chica, tener una hermana melliza es aprender a pelear por tu identidad”, confiesa Lucía Topolansky.

Si su primera pelea fue por su marca personal –ser Lucía, sin dobles–, la siguiente se extendería a la defensa de sus ideas. Las suyas y, por último, las ajenas que, esta vez por elección, serían iguales a las propias: en 1967, la uruguaya se unía al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) y comenzaba una etapa distinta de lucha.

Hoy, a 34 años de aquel momento, Topolansky exhibe sus aprendizajes con austeridad. Es senadora y primera dama de la República Oriental del Uruguay, pero durante el IV Congreso Iberoamericano de Cultura que se realizó en Mar del Plata, se mueve como una participante más.

“La unión en la diversidad –dice la mujer de José Mujica–. La vida permite que todo decante: Latinoamérica está viviendo un momento muy particular de su historia. Los actuales presidentes se han planteado que una de las formas para derrotar la inequidad y la pobreza es a través de la cultura. Y están acertados. La cultura es algo que se teje en la peripecia de los pueblos y, como dice Mujica, ‘hay que darle toda la libertad posible y la mayor cantidad de apoyos, sin condiciones, para que florezca, para que se desarrolle’. Ahora, en la mayoría de los países, estamos viviendo los bicentenarios, que nos permiten recuperar nuestra historia de algún modo. Por supuesto que América latina es una y es diversa también y hay algunos países que todavía tienen la suerte de tener pueblos originarios, con culturas ancestrales. La diferencia es que, en estos momentos, nos miramos con respeto y no diferenciando entre primera y segunda.”

–Y sin que las particularidades de cada país generen conflictos.

–Es que apreciar lo nuestro no es una actitud cerradamente nacionalista. Estamos en un mundo globalizado y las otras culturas nos pueden aportar una cantidad de cosas. Pero no por ello tenemos que poner lo nuestro en el último orejón del tarro porque la identidad y la soberanía pasan por allí. Si nos sentimos parte de ese proceso cultural, como país y como región, vamos a lograr muchas más cosas. A mí me emociona cuando veo a algún autor uruguayo que se lee en otro país, que se edita en otro país. Y también cuando suceden cosas como la creación de la Unasur. El primer sentimiento que tuve frente a eso fue que nos habíamos puesto los pantalones largos: ya no precisamos tener un gallego ni un yanqui metidos adentro de nuestros organismos.

En el Teatro Auditorium de la “Ciudad Feliz”, a Topolansky la escucha una multitud. Dialoga con María Seoane, periodista y directora de Radio Nacional, recuerda su adolescencia, las primeras actividades en las que participó como militante, la forma en que logró sobrevivir al encierro –la dictadura la detuvo en 1972 y estuvo presa hasta 1983–, su día a día con Mujica.

“Cuando asumió como presidente, había un protocolo que establecía que no se podía tomar mate en el Ejecutivo y tampoco en el Parlamento –comparte Topolansky–. Y él lo cambió. Es algo natural, es algo nuestro.”

–Usted es una militante histórica, una defensora de ese “nuestro”. ¿Cómo mantiene ese espíritu después de tantos años?

–Es cierto, soy veterana, empecé a militar en el año ’58, así que tengo varias primaveras. Pero lo que hago, no lo hago para escalar posiciones, como algunos políticos. Yo hago política por vocación. Me defino como una luchadora social, que pertenece a un grupo político que en los años ’60 estuvo con las armas en la mano, perdió, sobrevivió a la dictadura y se propuso un trabajo en la legalidad. Hoy nuestro presidente pertenece a ese grupo, algo impensable, estamos comprometidos con una causa, con una idea. Habrá avatares y habrá momentos en los que uno puede hacer algunas cosas y otros en los que deba hacer otras, pero si una persona quiere llevar adelante una idea lo puede hacer siempre, encontrarle la vuelta. Así se mantiene el espíritu. Y también mirando el continente y encontrando viejos amigos, con quienes coordinábamos política tiempo atrás: Luis Rodríguez, en Venezuela; Rafael Bielsa y Jorge Taiana, en la Argentina; Álvaro García Linera, el vicepresidente de Bolivia, entre otros. Mi conocimiento no viene de hoy, viene de más atrás. Los compañeros de lucha de esos años, hoy están igual que nosotros, en un proceso de construcción de países nuevos. Ese hilo de la historia es muy gratificante.

–Uno podría pensar que este tren que avanza en Latinoamérica no se detendrá en el corto plazo. Sin embargo, pueden existir en el futuro cambios en los signos políticos. ¿Cuál sería el modo para resguardar las bases sociales conquistadas?

–Esta es una prueba de fuego que tenemos los que estamos en política porque si a la gente le sirve lo que estamos haciendo, se convence de que es bueno, no lo va a dejar escapar. Sea cual sea el gobernante, va a exigir. En Uruguay tenemos un programa por el cual se distribuyó una netbook para todos los niños de la escuela pública y los alumnos del secundario hasta tercer año. Eso no se puede sacar más porque las familias no lo admitirían, más allá de que otros que no están en el gobierno vociferan contra eso porque dicen que mantenerlo es muy caro. Pero no hay retroceso posible: ese fue un avance que la gente hizo suyo. Ahí está la prueba de fuego que mencionaba: cuando la gente se mete en algo, tiene un poder que es fabuloso. Muchas veces estuvo aplacada, aterrorizada, sumergida sin que pudiera expresarse. Pero una vez que logró eso, comenzó realmente a mover montañas. Por eso, confío en que las cosas que hoy se están implementando van a permanecer.

–¿Como la Unasur, por ejemplo?

–Unasur no sé quién lo inventó pero el que lo inventó estuvo bárbaro porque ya ha dado sus frutos. Cuando tuvo problemas el presidente Rafael Correa, cuando tuvo problemas el presidente Lugo, siempre respondieron los otros. Yo siento –y esto puede ser muy subjetivo–, cuando se juntan los presidentes latinoamericanos, que se trata de un encuentro de amigos, de compañeros, y eso para la política tiene un valor enorme.

Como sucedió en su vida personal, Topolansky traza una historia reflejo entre Uruguay y la Argentina. Con el tango, por ejemplo, dice que “no pone en cuestión dónde nació Gardel pero en uno y otro lado de la orilla, esa música es fantástica. Desde siempre me gustó. Mi padre era un gran bailarín de tango, cualidad que no heredé desgraciadamente. Pero conservo una foto suya en la que está con mi madre, cuando eran jóvenes, bailando un tango. Es una foto hermosa, porque bailaba con sombrero puesto. Él sí se creía Gardel. Siempre me gustó el tango y cuando puedo veo orquestas allá o acá porque me encanta”.

–El tango es un punto de encuentro. Ahora también el tren entre ambos países, que acaba de inaugurar la presidenta Cristina Fernández junto a Mujica. ¿Cómo llegamos a él, después del conflicto por las papeleras?

–Llegamos luego de haber tejido una relación de confianza, primero con Néstor Kirchner y después con Cristina. Una relación de amistad y de querer entendernos, de poner por arriba de algunas cosas la importancia que tenía para nuestros países no estar peleados porque al Uruguay siempre le ha ido mal cuando se peleó con la Argentina. Se dialogó, se trabajó en forma conjunta. Yo ya le dije al presidente: “No bien se ponga en marcha el tren, me voy para Buenos Aires”, porque me encanta andar en tren y hace mucho que no lo hago. Pero, además, frecuentemente los fines de semana nosotros vamos a la estancia presidencial que está en Anchorena, en Colonia, y está lleno de argentinos, por ejemplo, cuando vamos a comer a algún restaurante o adonde sea. Para nosotros es supernatural, y ni que hablar en la época del verano. Todo eso estaba colapsado con el puente cortado pero ahora empezamos otra etapa. Seguramente haya muchas cosas que los países tengamos que resolver porque cada uno tiene su lógica, pero estamos en un mismo camino y eso es lo que importa en esta contienda.

Topolansky no dirá si es “una candidata”. O, mejor dicho, “la candidata” para suceder a su marido en la presidencia. Mejor, sin ostentación: “Cuando encabecé la lista de senadores –comparte la primera dama– fui la más votada del país. Inimaginable. Lo mismo que las presidentas mujeres en Brasil y Argentina. La mujer es imprescindible en la política, en la cultura, en todos los ámbitos, sean públicos o privados, porque da una visión complementaria de las cosas. Yo no miro la presencia de la mujer en términos de enfrentamiento o de guerra de géneros, sino en términos de integración, que es más fructífero”.

No fue una cuando nació. Ahora, es una y es múltiple.

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