viernes, 11 de mayo de 2012

"EN BUENOS AIRES LA MURGA EXISTE MAS ALLA DEL CARNAVAL"

Por Einat Rozenwasser

Ariel Prat dice que es una parte central de esa fiesta, y destaca su rol de inclusión social. Además, sostiene que murga y milonga tienen puntos en común en la música y el baile.

Como serán de antiguos y populares los carnavales porteños, que hasta Domingo Faustino Sarmiento bajaba de su carruaje para participar de las pantagruélicas batallas de agua que tenían lugar en las calles de la Ciudad. “Rosas también, pero hubo que prohibirlo por la violencia con la que se tiraban cualquier cosa, hasta vejigas de burro llenas de agua”, cuenta Ariel Prat y pinta a su juglar negro cuando mecha la anécdota de sus tiempos en Villa Soldati: “Desde los monoblocks bombardeaban bolsas llenas de agua y tenían que venir los bomberos porque la gente no podía salir”.
En el aire todavía vibra el eco de los bombos: el hombre que hizo de la murga una causa despidió anoche su clásico ciclo CarnaPraTasso y se prepara para el cierre de los festejos del carnaval, que pasarían para el 10 de marzo por la tragedia de Once (después vendrá la presentación de su primer libro, Curiosidad y azar).
“En Buenos Aires el carnaval no podría existir sin la murga, en cambio la murga existe más allá del carnaval”, define. Y habla sobre las actividades y el impacto social de estas agrupaciones que trabajan durante todo el año: “Son inclusivas, grandes, chicos, todos salen. Si hasta tenemos la primera murga latinoamericana integrada por discapacitados, Los Rengos del Bajo. El regreso del feriado legitima un derecho lógico porque es parte de nuestra fiesta, mucho más que Halloween”, sostiene.
La murga porteña se distingue por la presencia de bombo y platillo para marcar el pulso, el baile y el derrotero que desarrolla sobre el escenario. “El desfile, la entrada, una glosa, la crítica, el homenaje y la retirada, que tiende a ser triste porque viene del mismo lugar que el tango. Somos melancólicos, no somos Brasil, es un error querer comparar con eso. Nosotros tenemos esa cosa de bronca, esfuerzo y rabia que viene de lejos”, explica.
“De lejos” excede nuestras fronteras. “Lo incorporamos a partir de las tradiciones de las culturas que fueron poblando nuestro país. Cuando decimos que venimos de los barcos no hay que olvidarse de los afros que llegaron a ser el 40% de la población de Buenos Aires”, destaca. Los pasos que conocemos hoy parten de movimientos africanos, las cadenas que se salen, la libertad.
Y cada barrio forjó su estilo...
Hay una cosa más candombera en Saavedra, Palermo también tienen lo suyo y, bueno, el corso de Villa Urquiza tiene 114 años. Acá hay algo importante: los barrios milongueros son los barrios murgueros por excelencia, y los grandes milongueros bailaron murga de pibes. Según las crónicas, cuando el compadrito ordena los pasos que luego serán de tango copia el candombe negro. El calambre, el tembleque, está en la murga. Yo digo que ese paso es el eslabón perdido entre el compadrito y el negro.
El linaje de Prat conjuga la sangre calabresa paterna con la mezcla de indio y negro del lado materno. Nació en Villa Urquiza, pasó un tiempo entre José C. Paz y San Miguel, después Parque Chas (el año pasado inauguraron un mural en su honor en la esquina de Ginebra y Gándara, donde compuso su primera canción) y de ahí a Soldati. “El carnaval y el tango fueron mi cuna, mi vieja me cantaba Duerme Negrito –sigue–. De pibe hacía un repertorio folclórico con poncho rojo y bombo legüero, y al mismo tiempo salía disfrazado con las comparsas y las murgas”, recuerda.
Pero en la Ciudad sigue habiendo mucha gente para la que febrero sólo es sinónimo de ruido y calles cortadas…
Será la falta de memoria de la diversión, y la de sus viejos y sus abuelos. Les molesta pero después resulta que un nieto o un sobrino sale con la murga y terminan yendo al corso. Lo canto en Viene alumbrando de la esquina, que dice: Los caretas ya no pueden mandar fruta con la cana, que hasta sus pibes murguean sin quedarse con las ganas.

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