A través de palabras e imágenes, el libro producido por Hijos, la Cátedra Libre de Derechos Humanos, estudiantes y docentes de la UBA y el IUNA ofrece un registro de los juicios por delitos de lesa humanidad.
Por Ailín Bullentini
“Van a sepultar a tus verdugos en el tacho de basura de la historia”, dicen que dijo el periodista y militante desaparecido Rodolfo Walsh un día de 1976. La frase inaugura Acá se juzga a genocidas, un libro que a través de la combinación de la palabra y la imagen logra generar de manera acabada una obra testigo de lo que ocurrió en decenas de juicios que se llevaron a cabo en el país contra genocidas de la última dictadura por delitos de lesa humanidad. Pero que no se queda allí: sus realizadores –Hijos, la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la UBA, sus facultades de Ciencias Sociales, Filosofía y Letras, Arquitectura y el Instituto Universitario Nacional de Arte– coincidieron ayer, durante la presentación formal del libro, que se trata, sobre todo, de una invitación. “Necesitamos llenar las audiencias de pueblo. El libro invita a quienes lo lean a participar de esa producción colectiva de Memoria y Justicia”, sintetizó la titular de la cátedra libre, Graciela Daleo.
Les llevó poco más de un año y medio a las “partes realizadoras” llegar al libro presentado ayer, en la sede de Sociales de la UBA, ubicada en el barrio porteño de Constitución. Durante las próximas semanas, la mesa disertadora que Daleo compartió con Carlos Rais (Hijos), el decano de Filosofía, Hugo Trinchero, su par de Sociales, Sergio Caletti, y el titular de la Cátedra de Diseño Gráfico en Arquitectura, Esteban Rico –más alguna sorpresa–, visitará las casas de altos estudios que participaron del “verdadero trabajo en equipo” que gestó este testimonio literario e iconográfico.
Mostrar y contar
El concepto de “producción colectiva” atraviesa al libro desde su realización hasta los parámetros con los que sus autores entienden los conceptos de Memoria y Justicia. Sin ir más lejos, la tapa muestra un título para el conjunto de producciones combinadas páginas adentro, pero su apertura revela otro: “Manifiesto colectivo de la memoria”. “No nos juntamos para hacer un libro. En realidad, juntos pudimos hacerlo”, resumió el camino recorrido Rais, durante su exposición. Antes había comentado el interrogante que asaltó a la organización de derechos humanos que integra cuando circulaban por el derrotero de audiencias en las que se revelaban responsabilidades por desapariciones, torturas y asesinatos, robos de bebés. ¿Cómo registrar todo aquello que había comenzado a pasar? “Invitamos a la gente”, dijo Rais.
Entonces es cuando sus intenciones se entrecruzaron con las de las facultades de Sociales, Filosofía y Arquitectura. Sociales había comenzado un “acompañamiento” de los juicios en 2010 “a modo de programa libre, no escrito”, remarcó Caletti. Desde entonces, quince cátedras adaptaron algunas de sus actividades a los diferentes procesos que se iban desarrollando, todos abiertos al público, en la ciudad de Buenos Aires y en el conurbano. Filosofía y Letras fue la primera facultad de la UBA en sentar una posición en pos de la verdad y la justicia cuando, en 1994, abrió la Cátedra Libre de Derechos Humanos. En la FADU, algunos profesores ya habían experimentado la libertad de participar de actividades relacionadas con ese camino.
Todos confluyeron hace poco más de un año y medio, a través de sus estudiantes. Al trabajo minucioso de archivo de Hijos se sumaron los lápices de los universitarios del IUNA: les “pusieron rostro” a los que ocuparon los bancos de los acusados, los de las víctimas y los de los representantes de la Justicia. También se sumaron las palabras de futuros profesionales de la comunicación y la cultura. Historietas, retratos, esquemas, crónicas, poemas y cuentos nutren el libro “de origen y destino colectivo”.
Entre todos
“No podría haber sido de otra manera”, remarcó Caletti al referirse a la producción que presentó ayer de local. Es que, según aseguró, “la producción de la Memoria y la Justicia son tareas esencialmente colectivas”. Algo similar destacó su par de la calle Puán, Hugo Trinchero, quien confirmó desde el micrófono: “Estamos en el camino de recrear el recuerdo permanente de todo aquello que pasó para que haya siempre Justicia”.
En ese sentido, Acá se juzga a genocidas es, para Rais, una manera de registrar un “presente histórico que estamos viviendo como parte de la lucha” que se libró desde que comenzaron los años del terrorismo de Estado. De por sí, el título de la obra es una posición tomada al respecto. Y la llegada a esa realidad es producto de la militancia: “Este libro refleja un apoyo institucional, pero sobre todo la fuerza de una militancia que no cesó nunca”, sentenció. Daleo prefirió llamar “energía” a la fuerza mencionada por Rais. “Es necesario que nunca desaparezca”, abogó, y justificó así la lectura del libro, a modo de invitación. “Llegamos a los juicios con dos necesidades: que las caras de los acusados sean visibles para el resto de la sociedad y que las salas en donde fueran juzgados se llenaran de pueblo. El libro –consideró– invita a participar” de los juicios que están por venir.
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